Vapor

Cuando la contemplación no es posible. O sí

Max Vapor Cubierta rustica

El hartazgo. Del mundo y la gente, las cosas, las ideas, las palabras y las imágenes. El hartazgo sin más. La necesidad de romper con todo y de marcharse. La conciencia real de no estar haciendo nada con tu vida, de que si ahondas un poco no encontrarás clase alguna de redención y la necesidad de comenzar a buscar adentro de uno mismo, si es que hay algo. Quién eres, de dónde vienes, a dónde vas. En qué basas tu espiritualidad. Si puedes admitir que exista un cierto tipo de espiritualidad, y de qué clase, aunque seas ateo. El desierto. Un desierto grande y espantoso, de serpientes ardientes y de escorpiones donde ningún agua había, dice el Deuteronomio. El desierto, y el silencio: los grandes sustratos de las Escrituras.

Y allí se va Nicodemo, a escucharse a sí mismo. Se va al camino del silencio: «el silencio extremo en donde jamás se oye la advertencia de un vecino generoso que se hace eco de la opinión pública». La cita es de un libro de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas. Max ya ha dicho varias veces que Vapor es Kurtz, el señor Kurtz que tiene un pacto con los nativos del Congo y los lidera. «El puto amo aquí. Como Dios, o algo así». Vapor se compara a sí mismo con Antonio, Pablo, Simón. Con los padres del desierto, los anacoretas que, en el siglo IV, querían no ser parte del mundo. Pablo de Tebas se alimentaba del pan que le traía un cuervo y que le dio la bienvenida a san Antonio Abad con dos hogazas. Eso lo pintó Velázquez. Max también. El cuervo es Juanita. Aquí no es un cuervo: es una urraca ladrona. Como la de Rossini.

Uno no puede estar demasiado tiempo en el desierto consigo mismo, de todos modos. Y, cuando Nicodemo, que se había ido allí a estar completamente solo, se encuentra con alguien —un gato que le acusa de ser petulante y santurrón, por cierto, que es muy irónico y muy chulo y que también tiene un nombre bíblico porque se llama Moisés (Mosh)— lo primero que le ocurre es que le cambian el nombre. Se lo acortan. Nick. Pero Nick ya no es un apócope. Todos tenemos uno, desde hace años, en esta era de internet. Porque nick (con minúscula, porque a dónde pretendes ir tú siendo tan rimbombante y dándote tanta importancia) habita en la actualidad: la de Madonna y la de Mickey Mouse y la de Dylan, el mundo en el que no sabemos si es posible la contemplación, el estar con uno mismo, la posibilidad de abandonar la civilización aunque uno cargue con los trastos viejos («las ciudades se llevan dentro», decía Kavafis. Ese «estar en el mundo sin ser del mundo» tan cristiano). ¿Puede uno descubrir algún tipo de verdad sin los otros? Quizá no. Quizá por eso hay personajes. Pero, al mismo tiempo, ¿puede hallar uno lo que le interesa conocer de sí sin hablar consigo mismo? Puede que tampoco. Por eso Nick habla con su sombra, que forma parte de sí y es externa y guarda toda la podredumbre de su amo. Como Mr. Hyde.

La sombra quiere volver a casa. Se hartó del desierto. No podemos pensar con claridad en medio de una marabunta. Y la imagen más certera que tenemos de planicie es el horizonte. Una línea recta, plana, sin final. El espacio en el que se desarrolla Vapor es opresivo a ratos, pero, sobre todo, terriblemente aburrido. Muy austero. Y su sombra se aburre. Cómo no. Nick también. Añora las distracciones. Añora los pezones de las mujeres, la música, el humo del cigarrillo por las mañanas, la pequeña rutina diaria.

Cada diez años (y eso no es una rutina ya, eso es un evento, aunque en el desierto el tiempo pase muy deprisa) hay un desfile. Es el desfile de la reina de Saba (la etíope bellísima que visita a Salomón para tentarlo con toneladas de oro y la que, con lengua ágil y debilidad y sufrimientos ¿fingidos? intenta atraer a Nick hacia sí sin conseguirlo… o no). Vapor y la reina de Saba. Nicodemo hablando con Jesucristo. Nick hablando con Vapor. Moisés tentando a Nick y guiándole al tiempo. Filosofía, búsqueda y metafísica. La identidad, la creación de Dios, esa verticalidad abrumadora de las viñetas, Platón, Velázquez y el Coloso que durante mucho tiempo se atribuyó a Goya, amén de otros muchos dibujantes que también están aquí, junto con el conócete a ti mismo y varias referencias literarias, desde Flaubert hasta Conrad. También hay un náufrago y un leñador, con toda su carga simbólica, y una lucha.

En medio de todo eso está Max. Con su Mosh gatuno estilo cartoon, con su ascetismo desértico, con sus catarsis de trazo grueso, la sombra de Nick delimitando las viñetas de tres páginas y media; el dominio de la raya y la abstracción; el texto y los bocadillos como dibujo y la nada, la página en blanco tan terrorífica como modo de separar un final del que no sabemos nada. ¿Qué le ocurre a Nick? ¿Adónde se va?

Y, a la vez y con todo eso, con toda esta carga de profundidad pasmosa de la que han hablado todas las reseñas y todas las críticas, nadie ha dicho lo fundamental: que este es un cómic terriblemente divertido.

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