Niño prodigio

Todas las respuestas

8115Zu3SnVL

Six Myths about the Good Life (Seis mitos sobre la buena vida) es un ensayo de divulgación filosófica escrito en 2006 por Joel Kupperman (1936), catedrático de Ética y Moral de la Universidad de Connecticut. Según la entrada que la Wikipedia en lengua inglesa dedica al libro, se trata de un «clásico moderno» equiparable a La conquista de la felicidad de Bertrand Russell. Nada menos. También destaca la condición de obra «popular» —adjetivo raro de ver cuando el tema es filosófico—, pero su autor no pasará a la posteridad por este y otros méritos adquiridos a lo largo de una brillante carrera académica. A su pesar, siempre será recordado como el más famoso niño sabelotodo de la cultura popular norteamericana. Basta una simple comparación para hacerse una idea del asunto: el lugar que en nuestro lenguaje cotidiano ocupa El repelente niño Vicente —personaje creado por Rafael Azcona para el semanario La codorniz—, en Estados Unidos ese estereotipo tiene nombre propio: Joel Kupperman.

El origen de esa popularidad, capaz de trasladarse al acerbo coloquial, está en el programa radiofónico Quiz Kids, donde una selección de niños prodigio en diferentes materias respondían a todas las preguntas que les formulaban. Desde su creación, en 1940, el espacio tuvo un enorme y prolongado éxito de audiencia, además de dar el salto a la televisión una década más tarde. Gracias a su habilidad mental para resolver complejas operaciones matemáticas en un santiamén, Joel formó parte de la alineación titular de 1942 a 1952. Fue el concursante que más años participó en el programa, y su celebridad estuvo a la altura de las estrellas de Hollywood, con quienes se codeaba; de hecho, su aparición en la película De tal palo, tal astilla (Charles Lamont, 1944) se anunció a bombo y platillo. En realidad, como a tantas otras estrellas infantiles, la experiencia resultó traumática, una carga ingrata que le marcó para siempre y que enturbió la relación con su hijo, el ilustrador y dibujante de cómics Michael Kupperman (1966).

Desentrañar las carencias emocionales de su padre es, precisamente, lo que impulsa Niño prodigio —explícito título de la edición española que no ofrece la sutil intencionalidad del original All the answers—. La aproximación autobiográfica a la figura paterna ha dado pie a auténticos clásicos de la novela gráfica. Títulos como Maus de Art Spiegelman, Fun home de Alison Bechdel o El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim comparten ese mismo mimbre: más allá de sensacionales ejercicios de recuperación de la memoria familiar, son también emotivos relatos sobre hijos que buscan en la vida del progenitor respuestas a su propia existencia. La diferencia, en este caso, es que la historia no puede cimentarse sobre el testimonio directo, contado por el propio protagonista, porque Joel Kupperman convirtió en tabú esa etapa de su vida, nunca quiso hablar de ello, y cuando accedió, la demencia senil había borrado el recuerdo. Para llenar ese vacío, el hijo acude al rastro documental para reconstruir ese pasado que su padre quiso enterrar en lo más profundo del olvido.

La inspiración fotográfica es abundante, pero el dibujo de Michael Kupperman la hace suya con una línea sintética que, además, es coherente con el estilo de un autor prácticamente desconocido para el lector español. Pese a colaborar en publicaciones como The New Yorker o Esquire, entre otras muchas, lo único editado en nuestro país son las pocas páginas incluidas en Relatos extraños (2010), una antología de parodias de personajes Marvel a cargo de autores alternativos. Clama al cielo que aquí permanezca inédita una serie tan genial como Tales Designed To Thrizzle (2005-2012), descacharrante vendaval de referencias a la cultura pop llevadas al terreno del humor absurdo. No deja de ser curioso que un creador cuya trayectoria se había movido siempre en ese campo, el del humor, con brillantes resultados, llegue por fin a nuestras librerías con su primera obra seria.

Es cierto que Niño prodigio supone una ruptura temática en la trayectoria del autor; pero no lo es en cuanto a estilo gráfico, porque la línea clara escueta sigue presente; ni tampoco en la afición por la cultura popular, aquí bien nutrida de celebridades de la época (como Henry Ford, Orson Welles o Harpo Marx). Este detalle enriquece muchísimo la lectura, porque además de ser una obra autobiográfica, también es una historia sobre los días dorados de la radio; el fraude de los concursos televisivos; el uso propagandístico de las estrellas mediáticas —aquí, un niño judío convertido en estrella en un contexto histórico marcado por la Segunda Guerra Mundial—; la responsabilidad de los padres que entregan a sus hijos a la industria del entretenimiento; y, sobre todo, el lastre que supone una infancia arrebatada por la fama y la explotación mediática.

Lo más sorprendente, y ahí está el mayor mérito de Michael Kupperman, es la gran sencillez con la que todos esos elementos se suman y despliegan a lo largo del relato. En cuanto a la abundante base fotográfica de los dibujos, algo que a menudo lastra la agilidad narrativa, aquí la línea clara aligera ese posible problema, de la misma forma que los textos breves, sin soliloquios, florituras ni rodeos, pero llenos de matices, impulsan un poderoso ritmo de lectura.

Deja un comentario