Astérix

La poción mágica del humor

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¿A qué se debe el éxito de Astérix? «Únicamente al hecho de que hace reír a la gente». La respuesta es del guionista René Goscinny, coautor de la serie junto con el dibujante Albert Uderzo, y ayuda a explicar por qué esta historieta se ha convertido en un fenómeno. Sería injusto no añadir también la importancia del dibujo y pasar por alto la calidad gráfica de estas páginas, el dinamismo de sus viñetas o la tremenda expresividad de sus personajes, pero lo cierto es que lo que hace de Astérix una serie distinta es su capacidad para conectar con el público adulto gracias a un humor con diferentes niveles de lectura. Desde el principio, Astérix puso en práctica eso que años después se convertiría en una práctica muy rentable en las películas de Pixar o de Dreamworks: crear una obra atractiva para todas las edades pero salpicada de referencias y giros humorísticos para los mayores. No nació para dirigirse al público infantil como sí le ocurrió a Tintín, por ejemplo. Tampoco fue nunca una historieta con humor sino de humor, y ahí se desmarca de otros grandes cómics de su tiempo (como el Spirou de Franquin).

Quizás hoy estamos demasiado acostumbrados al humor de Astérix y no nos damos cuenta de la novedad que supuso este personaje, pero en la Francia de finales de 1959, la frescura y el ingenio de sus diálogos eran algo absolutamente inédito. Esa agudeza se la debemos a Goscinny, considerado uno de los escritores franceses más importantes del siglo XX según la revista Lire. Goscinny aportó un tipo de humor basado en la parodia y en los anacronismos, lleno de guiños a la actualidad; un humor capaz de reírse de todo tipo de tópicos y clichés. Así, los galos son una sátira del francés medio testarudo, gruñón, combativo y amante de la comida; los corsos son gente susceptible y los británicos adoran (incomprensiblemente) beber agua caliente. La serie está llena de gags visuales y una gran cantidad de juegos de palabras que se han convertido en un auténtico quebradero de cabeza para todos los traductores. Los mismos nombres de los personajes son una buena muestra, tanto por parte de los galos (Panoramix, Edadepiédrix, Esautomátix) como por parte de los romanos (Caius Bonus, Detritus, Nomefastidius, Aerobus o el borrachín Garrafus). Además, y como ocurrió en España con los tebeos de Bruguera, Astérix ha logrado que algunas de sus expresiones sean adaptadas por el lenguaje popular («¡Están locos estos romanos!»).

En el momento de crear Astérix, los referentes humorísticos de Goscinny no estaban en Europa sino en los Estados Unidos. Allí vivió varios años y conoció a los futuros responsables de la revista Mad, una publicación destinada a revolucionar el cómic gracias a figuras como Harvey Kurtzman. Su humor burlón y travieso, deliciosamente loco, pareció quedar impregnado en Goscinny quien, de regreso a Europa, empezó a crear sus primeras historietas.

Como tantos personajes de Mad, también Astérix es hijo de la parodia; una parodia de la historia y del modo de vida francés que ha dado lugar a múltiples lecturas en clave política. La resistencia de la pequeña aldea gala contra el dominio de Roma se equiparó pronto a la de Francia contra Estados Unidos, y en nuestra época puede interpretarse como metáfora de la lucha contra la globalización. Para otros, en cambio, Astérix representa el conservadurismo y la resistencia al cambio y a la modernidad que está encarnada por Roma.

Las aventuras de Astérix abordan cuestiones que van desde la política (El combate de los jefes) hasta la especulación inmobiliaria (La residencia de los dioses), pasando por la sociedad de consumo (Obélix y compañía), la codicia (Astérix y el caldero) o la banca (Astérix en Helvecia). Pero cada episodio, inevitablemente, termina con una gran cena final que reúne a todos los habitantes del pueblecito galo (perdón, todos menos uno). La repetición del final no es un hecho aislado; en Astérix la repetición consigue efectos cómicos muy fructíferos en complicidad con el lector. Cuando vemos las tropas romanas avanzar seguras y orgullosas por el bosquecillo galo sabemos que pronto serán vapuleadas y que sus impecables trajes quedarán reducidos a jirones; cuando aparecen los temibles piratas sonreímos imaginando cómo será esa viñeta que nos mostrará su embarcación hundiéndose en el mar. Es la misma repetición cómica que hace que el bardo jamás pueda cantar, que Ideafix llore cuando un árbol es arrancado de cuajo, que los peces de Ordenalfabétix se conviertan en armas arrojadizas o que Obélix se enfade cuando alguien lo llama gordo («¿Gordo? ¿Quién está gordo?»).

Veni, vidi, vinci

Con un punto de partida extremadamente local, Astérix ha logrado alcanzar un éxito indudablemente mundial. En el libro Guiness de los récords figura como el cómic traducido a más lenguas (110) y sus ventas ya superan los trescientos cincuenta millones de álbumes. Su repercusión ha crecido imparablemente año tras año. Del primer álbum, Astérix el galo (1961) se imprimieron seis mil ejemplares; tres años más tarde, de Astérix gladiador ya se hicieron ciento cincuenta mil copias, y en 1964, La vuelta a Galia dobló la tirada y alcanzó los trescientos mil ejemplares. Hoy, un nuevo álbum del pequeño y astuto galo disfruta de una primera edición en francés de dos millones. Pero el negocio no acaba ahí, hay que sumar las películas, los parques temáticos, los ingresos por publicidad y una amplia gama de productos derivados; los derechos del personaje generan una cifra de negocio que va de los diez a los veinticinco millones de euros anuales. No es raro pues que después de la muerte de Goscinny, a los cincuenta y un años, Uderzo optara por seguir la serie en solitario y que, una vez jubilado, haya decidido cederla un nuevo tándem. A ellos les toca demostrar si conocen o no el secreto de la poción mágica, ¡por Tutatis!

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