Wilson

Realismo experimental

RK09229

Wilson, el último trabajo hasta la fecha de Daniel Clowes, es también su primera novela gráfica, ya que sus historias anteriores, Como un guante de seda forjado en hierro, Ghost world y David Boring, aparecieron previamente por entregas en su cómic Eightball.

«¡Me encanta la gente!», «¡Soy una persona sociable!» dice en las primeras viñetas el epónimo protagonista de la historia, un americano blanco, divorciado, de mediana edad. Sin embargo, «la gente» nunca alcanza las elevadas expectativas de Wilson y este suele acabar cada página profiriendo algo como: «¡Capullo de mierda!», «Oye, imbécil, ¡que te estoy hablando!», «A la mierda, esto es un coñazo», «Oh, Dios, qué vida más terrible lleva la gente», «¡Venga, cabrón!» o «Entonces, supongo que me podrías hacer una mamada».

¿Qué sucede entre la primera y la sexta viñeta de cada página para obrar esta transformación? Simplemente, la vida cotidiana de un hombre cuya honestidad no solicitada le hace dejar de parecer un misántropo y confirmarse como un capullo integral. Es la misma diferencia que hay entre un objetor de conciencia y un desertor, solo que en un tiempo de entreguerras. Vale, está bien, de paz.

Clowes hace un interesante ejercicio experimental al dibujar cada página (autoconclusiva pero correlativa) con estilos diferentes: algunas resultan sombrías y con ambición detallista, otras caricaturescas y casi un homenaje a Charles M. Schulz. Después de tantos siglos (¿quizá desde Flaubert?) escuchando eso de que, en el arte, el contenido determina la forma, que una buena historia siempre encuentra el mejor envoltorio para ser contada, que el autor es una especie de médium (esto creo que es de Antonio Gala)… bueno, aquí está Wilson para demostrar todo lo contrario: el contenido es el contenido, la forma, pasadas unas páginas, ya no importa. Podría haber sido todo comic verité o estilo viñeta de periódico, y realmente nada en nuestra percepción de la vida de Wilson habría cambiado.

La vida del protagonista se reduce a salir a pasear por Oakland, California, solo o con su perra Pepper, y reflexionar, para sí o sobre los demás, sobre la tragedia de que la familia humana haya perdido todo sentido de comunidad con sus semejantes. De repente, una llamada lo cambia todo: su octogenario padre tiene un cáncer de próstata en fase terminal.

En un momento dado, se nos desliza la información de que el padre es un profesor numerario y doctor en literatura comparada por Columbia. Así, con estas pequeñas revelaciones, Clowes va ofreciendo rayos de luz que atraviesan el carácter tormentoso del protagonista. Tormentoso por lo visceral, pero también por gris y por opaco.

A lo largo de las setenta historias que componen el relato de su declive vital, Wilson reencuentra y pierde. A su padre, a su antigua esposa, a la hija que no conocía, a una Shelley con quien se muda solo (con tilde) para no estar solo (sin tilde) y con quien protagoniza probablemente la página más hermosa y esperanzadora de todas, titulada «Panegírico» y dedicada a su perra muerta.

Al final, Wilson sentado frente a la ventana sufre una especie de epifanía: «¡Claro, eso es!».

Pero en el fondo es la tragedia cotidiana de siempre, la del hijo de alguien que ha llegado alto en la vida, incapaz de percatarse de que quizá haya heredado el apellido, el color de los ojos o la alopecia temprana, pero nunca el hambre, talento o ética del esfuerzo de su progenitor. Este tipo de vástagos sufren una desgracia aun mayor, y es que, aunque carezcan de la madera del genio, se les acaba pegando su barniz, por mera radiación. Semicultos que, con el pretexto de la genética, se sienten obligados a arremangarse ante los demás y meter el brazo en el fregadero de su cerebro hasta sacar un pez cualquiera.

Y si es una de esas carpas con sabor a cieno, la lanza al mundo y, antes de que este le hinque el diente, advierte: «¿Es que acaso no podéis apreciar nunca nada?».

1 comentario

Añade el tuyo

Deja un comentario