El príncipe y la modista

Princesa azul

El principe y la modista Jen Wang

El arquetipo de princesa en la ficción está siendo actualizado para los tiempos que corren. Muy asociado a la visión de las películas de Disney, con su correspondiente marca comercial, la compañía de Mickey Mouse no ha tardado en adaptarse con películas como Frozen, Vaiana o Brave. Sea estrategia de marketing o reacción a los cambios de una sociedad cada vez más sensibilizada, fenómenos como el rotundo éxito de la Wonder Woman de Gal Gadot parecen responder a una nueva forma de entender a la tradicional princesa como un héroe de acción. Es precisamente este rol guerrero el que parece estar imponiéndose, aunque todavía quedan voces que piensan que se puede jugar con la tradicional princesa palaciega que espera a su príncipe azul. La ilustradora norteamericana Jen Wang asume el reto, sin oportunismos, poniendo patas arriba el relato más clásico de príncipes y princesas.

En un París de principios del siglo xx, el príncipe Sebastian está en busca de esposa, o más bien sus padres se la buscan. Sin embargo, él está más preocupado por mantener su secreto: por las noches se convierte en lady Cristalia, una socialité admirada por la alta sociedad y al que las mejores firmas de moda quieren vestir. Frances, una talentosa costurera, llama la atención de Sebastian y se convierte no solo en su modista, sino en su mejor confidente.

Como si estuviera reescribiendo una nueva versión de la Cenicienta, Wang en realidad construye una fábula sobre la identidad y la tolerancia. Si bien hay otros cómics que han tratado el genderbending —el manga La rosa de Versalles de Riyoko Ikeda sería un buen ejemplo— la singularidad de la propuesta de Wang reside en poner el foco en la identidad de los protagonistas. El romance, si es que realmente lo hay, cae por tanto en un segundo plano. La acción no requiere de madrastras o brujas amenazantes, sino que el relato avanza interiormente. Originalmente los protagonistas iban a ser adultos, pero la autora, con acierto, los convierte en adolescentes, y esa batalla interna queda así justificada por la propia pubertad. Los roles acaban siendo intercambiados y Sebastian se convierte en una inesperada princesa azul, cuya pretendiente tiene un rol bastante más proactivo que el de la Cenicienta de Charles Perrault. La búsqueda de la identidad no se limita a la aceptación del travestismo de Sebastián, sino también en materializar la vocación de Frances por el mundo de la moda.

Sorprende que Jen Wang resalte en los extras de la edición española que no tuviera mucha tiempo para la localización de diseños de vestuario para muchas de las escenas, cuando toda la ambientación es impecable. El París de El príncipe y la modista es un lugar luminoso y vibrante, de cuento, en el que las fiestas son un crisol de tonos pastel, y en el que los vestidos le dan a los protagonistas un aire vaporoso y grácil. Wang, fogueada en el cómic digital, estructura el relato en doce capítulos, presentados por patrones de costura, y hace gala de un trazo finísimo que aúna lo mejor de la Disney de los años cincuenta y sesenta y la plasticidad de la animación contemporánea. Sus lápices perfilan unos personajes espigados, de enormes ojos, que transmiten la emotividad y el intimismo de la trama.

El príncipe y la modista es un cuento para todas las edades, lleno de valores, que es un excelente regalo que funciona como perfecto contrapunto y complemento de la marca Princesas Disney.

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