Logicómix

Instrucciones de uso: estámpese en la cabeza de los malos profesores de matemáticas

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Pertenezco a una generación educada en el odio y temor a las matemáticas. Parte del sistema educativo que viví tenía como misión exclusiva que el alumno aborreciese esa disciplina para siempre. Maestros formados en escuelas especializadas contra las matemáticas eran infiltrados en los colegios para lograr, a lo largo de muchos años, que la simple mención de esa palabra suscitase en la persona ya adulta pensamientos oscuros, flojera de piernas y, en ocasiones, falta de control de los esfínteres. De todos los esfínteres. Esos profesores conseguían su propósito mediante un método tan sencillo como ladino: lograr que la asignatura no tuviera ninguna relación con la realidad. De esta manera explicaban todos sus principios sin poner ejemplos ni vincularlos a algún proceso fuera de los cálculos y su representación. O dicho de otro modo, enseñaban — o se ensañaban con— las matemáticas «a pelo». Y así podía aprender límites, conjuntos, derivadas o integrales conociendo cómo se hacían pero sin saber para qué se hacían o de dónde procedían, como si se tratase de un mundo cerrado y aislado que ni se crea ni se destruye sino todo lo contrario. El resultado a veces concluía en una perversión: aprenderse las matemáticas de memoria por no verles el más mínimo sentido. Todavía hoy me despierto gritando en mitad de la noche «¡obtusángulo, obtusángulo!», siento nauseas ante la mención de una raíz cuadrada o intento expresar cualquier número con letras, como mil ciento diecisiete, ya que 1.117 me da repelús y me produce hiperventilación y sensaciones de embarazo imaginario. En cierta ocasión caminé desnudo y sonámbulo por un paraje en las afueras de Richwood, Louisiana. De esa guisa me encontró un sheriff de Calhoun, quien señala en su informe que «el sujeto afirmaba con la mirada perdida que intentaba encontrar la llaves del diagrama de llaves».

Por este motivo me fue imposible un acercamiento normal a Logicómix, una búsqueda épica de la verdad, un cómic que se centra en la exposición de los fundamentos de las matemáticas y del pensamiento lógico. Tuve que poner este libro de más de trescientas páginas en una silla e irme acercando un poco más cada día, hasta que logré asirlo ya sin mis guantes de siete capas de coger cosas relacionadas con las matemáticas. Incluso le puse una botella de whisky Glenkinchie encima para asociarlo con algo positivo. Tras este experimento conductista autoaplicado conseguí empezar a leer con apenas unos temblores y algún espasmo anal.

A partir de ahí llegó la fascinación. Y por varios motivos. En primer lugar, se trata de un trabajo arriesgado y con un punto extravagante, donde sus cuatro autores se basan en una biografía con pasajes inventados del filósofo, matemático y lógico Bertrand Russell, donde se intercalan secciones en las que dibujantes y guionistas se transforman en personajes que debaten sobre el propio cómic, los obstáculos que tienen que eludir y los caminos que creen más conveniente tomar. En segundo lugar porque dicha biografía se centra en gran medida en las ideas, en el debate filosófico y su evolución, en la lucha entre diversas escuelas o en los problemas que cada erudito encuentra en la confección de su propia obra.

Este enfoque intelectual, lejos de ser aburrido o abstruso, se transforma en una auténtica aventura del saber. La lucha por desentrañar las bases de las matemáticas para afianzar sus pilares se puede leer como la búsqueda de un tesoro, los avatares por los que pasan sus protagonistas como el sorteo de diversos peligros, y cada logro como un paso más en el cumplimiento de una misión que en cierto modo tiene algo de mística o espiritual.

Y esa aventura coincide con aquella en la que se embarcan los propios autores, conscientes, mediante viñetas que se refieren a ellos mismos, de los variados conflictos y atolladeros en los que se ven sumidos al afrontar una historia de estas características. No es extraño que esta particular Odisea se desarrolle en Atenas. Las referencias al teatro clásico o la mitología son constantes. Y sus características se ven reflejadas en cómo se presentan estos héroes, que no lo son de una pieza, sino mortales e imperfectos. Así, Bertrand Russell aparece como un maestro para una serie de cuestiones mientras que tiene enormes carencias en su vida personal y en el trato con su familia. Por debajo de cada paso que da se encuentra además el miedo a la locura, un tema fundamental en Logicómix, el peligroso canto de las sirenas al que han de enfrentarse los particulares argonautas de la filosofía, muchos de los cuales acaban sucumbiendo y lanzándose a sus aguas.

Leer esta historia deja maravillado, pero también desconcertado y con cierto pesar. Son inevitables las cavilaciones sobre un sistema educativo cuyo profesorado o, mejor dicho, parte del profesorado, dinamita constantemente la enseñanza de un campo básico que puede resultar apasionante, en lugar de dejar desinteresadas para siempre a tantas personas que verán en las matemáticas a un enemigo repulsivo. Logicómix debería tener otra función, con más de medio kilo de peso, la de estamparse en la cabeza de tantos y tantos supuestos maestros que nos hicieron odiar las matemáticas y dedicaron a tan deshonrosa empresa toda su falta de ingenio y talento.

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