Promethea

Todo lo que necesito saber lo aprendí de Promethea

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La energía que desciende por el Árbol de la Vida carece de forma hasta que llega a Hod, la octava esfera de los dioses escritores, donde se viste con el ropaje de las imágenes y las palabras.

 

Alan Moore

Por mucho que suela escribir sobre otro tipo de placeres más carnales, toda mi vida he disfrutado básicamente con la lectura… O, por ser más preciso, con la narración en cualquiera de sus formas. Cuentacuentos, teatro, cómic: cualquier medio a través del que se manifieste una historia interesante. A veces una narración resulta tan potente que cobra vida propia; conecta con el inconsciente colectivo, con imágenes, ideas y emociones que resuenan poderosamente en nuestro interior. Historias que parecen a la vez nuevas y tan antiguas como el mundo, relámpagos de imaginación pura que se encarnan en palabras e imágenes.

Promethea, uno de mis cómics favoritos y obra maestra de Alan Moore, es una de estas historias. Un cuento que empieza en Alejandría en el siglo V a. C., cuando un mago es asesinado por una turba de cristianos furiosos. Su hija pequeña, Promethea, se refugia en el desierto bajo la protección de los dioses de su padre, y se vuelve inmortal convirtiéndose en una historia. A partir de entonces, cada vez que un artista la imagina con suficiente intensidad, se encarna en el mundo físico como una superheroína. Una escritora se convierte ella misma en Promethea, o un dibujante la proyecta sobre una esposa, amante, amiga… En cualquier caso, cuando aparece una nueva encarnación de Promethea trae consigo el fuego devorador de la imaginación.

Las mujeres poseídas por Promethea aprenden a viajar entre el mundo físico y la inmateria, el lugar en que residen ideas, símbolos y arquetipos («el ser humano camina por un bosque de símbolos que le observan con miradas familiares», escribió Baudelaire). Gran parte de Promethea es un viaje lisérgico por las diez sefirot o esferas del Árbol de la Vida, el mapa cabalístico que describe tanto el alma humana como el universo. En el cómic se asciende de la materialidad de Malkuth al espíritu puro de Kether… El trayecto inverso al realizado en otra obra indirectamente cabalística, mi amada novela El péndulo de Foucault, en la que sus protagonistas se precipitan de la iluminación inicial (la contemplación del Péndulo-Kether en el primer capítulo) a la muerte, locura y ruina finales de Malkuth.

Hay más paralelismos entre El péndulo y Promethea: ambos adoptan un tono irónico y paródico para transmitir sus respectivos mensajes, ambos han sido a menudo incomprendidos, ambos dejan una profunda huella en según qué lectores, ambos rebosan de juegos cabalísticos y numerología oculta (no es casualidad que El péndulo tenga ciento veinte capítulos y Promethea treinta y dos: averiguar por qué lo dejo al lector atento). Y ambos dejan claro que adentrarse en lo más profundo de la imaginación, como el coronel Kurtz en la selva, puede ser muy peligroso. Dijo Moore en una entrevista: «La magia y el lenguaje son prácticamente lo mismo, y así se consideraban en el pasado remoto. (…) La escritura y las palabras son peligrosas, mágicas, trátalas como si fueran radiactivas».

Todo en Promethea, desde el diseño de personajes hasta la distribución de las viñetas, está planificado milimétricamente: son legendarios los detalladísimos guiones de Moore que dejan sin embargo libertad creativa al dibujante. La parte ocultista está explicada de forma clara y concisa: los cuatro palos (armas) del Tarot, las cartas, las sefirot del Árbol de la Vida, el significado del Apocalipsis. Un cóctel filosófico mucho más preciso y estructurado que el deslavazado corpus místico-espiritual de Jodorowsky (por citar otro eminente mago-guionista de cómic).

Hay muchos números inolvidables en Promethea. El duodécimo es un prodigio de la planificación: una historia completa del universo, desde el Big Bang hasta el lejano futuro, en la que en cada una de sus veintidós páginas se describe una carta del Tarot, se muestra un anagrama (con sentido y relación con lo que se habla) de la palabra «Promethea» y se narra un largo chiste de Aleister Crowley sobre el significado de la magia. Un cómic cuyas páginas pueden arrancarse y colgarse en horizontal, como un largo friso continuo…

En Sexo, estrellas y serpientes, el décimo número y uno de los mejores (ganó un premio Eisner en 2001), se narra con todo detalle un polvo entre Promethea y el mago Jack Faust, que lleva por cierto los mismos espectaculares anillos que Alan Moore luce en la vida real. Aparecen descritos no solo cada uno de los pasos de un coito, desde el strip-tease inicial hasta los orgasmos, sino también su significado simbólico, su efecto sobre la imaginación y el inconsciente… Como dice Faust: «el simbolismo es importante. Podemos hacer el amor entre dioses o joder en un colchón sucio, tú eliges».

Pero la mayor locura de Moore fue el último número, no solo un epílogo sino un gigantesco puzle cuyas páginas pueden desmontarse y reordenarse formando un póster en cuyas dos caras se pueden ver, desde lejos, dos enormes imágenes de Promethea. Una machada inaudita en el mundo del cómic que fue posible no solo gracias a Alan Moore sino al otro padre de la criatura, el dibujante J. H. Williams III. Y es que incluso los detractores de Promethea reconocen que es una maravilla de la espectacularidad y la experimentación gráfica: viñetas en forma de banda de Möebius, cómics narrados en horizontal, inesperadas páginas fotorrealistas, bellísimas combinaciones cromáticas (cada número dedicado a cada esfera del Árbol de la Vida está dominado por un color diferente). Tanto gráfica como narrativamente cada número es más experimental que el anterior hasta desembocar, dónde si no, en el Fin del Mundo. Un Apocalipsis que ocupa los últimos y sobrecogedores números de Promethea, y que no hay que entender necesariamente como la destrucción del mundo sino de la forma en que lo percibimos. O, por citar a Neil Gaiman en Sandman: «la muerte de un punto de vista».

Para que esta reseña sea sincera, he de terminarla reconociendo algo importante: estoy enamorado de Promethea. No de Sophie Bangs o Grace Brannagh o alguna de las otras encarnaciones prometeicas creadas por Alan Moore, sino de la Promethea que logré invocar, no sé cómo, el 7 de diciembre de 2012 en un accidentado encuentro que incluyó cuerdas, un error de agenda y una varita mágica japonesa. Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.

2 comentarios

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Estaría bien que la presente reseña se poblara de explicaciones con referencias a página tal viñeta tal conversación tal, y en un apéndice aparte, detallar sus significados en lenguaje común. Seguro que son legión, pero a los de fuera que adquirimos la obra y que sólo podemos mirarla desde fuera, se no escapan decenas, o cientos, de referencias.

Esto es lo único que me echa para atrás en posteriores relecturas: páginas enteras caleidescópicas en las que su visión copan o entierran por completo el mensaje del hilo principal.

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