En ocasiones, los premios, especialmente los que se otorgan a una obra ya publicada, no resultan esos ogros promocionales al servicio del capitalismo editorial que revuelven las tripas de los puristas, sino que sirven para destacar un título que la avalancha de novedades ha enterrado. Esta novela gráfica de Lorena Canottiere (Bra, Piemonte, 1972) vio la luz en la editorial Coconico Press en el 2016 y se alzó con el prestigioso Grand Prix Artemisia 2018 a un cómic de autoría femenina. El eco del premio hizo que finalmente se publicase en nuestro país; que es el mismo escenario de su argumento.
Su protagonista es la joven Verdad, que vive en un pueblo de los Pirineos. Su madre vivió la experiencia de la comuna suiza de Monte Veritá en el Lago Mayor. Matriarcado, amor libre, veganismo, y nudismo. Una utopía libertaria y ecologista de valores opuestos a los que instauró la dictadura de Franco en España. A Verdad, hija de una madre ausente, de un padre desconocido y criada por una abuela que la culpabiliza, le faltan piernas para largarse del pueblo, militar en el movimiento ácrata y alistarse luego en las columnas anarquistas del bando republicano.
A lo largo de todo el cómic hay un sonsonete de fondo que va repitiendo: … hay otra forma de vivir, hay otra forma de vivir. La Guerra Civil española es el telón de fondo y la música es la ideología ácrata. En Verdad se escenifica la legítima aspiración a una sociedad más justa y mejor. Canottiere explica la vida de Verdad mediante una narración con saltos en el tiempo; teñida de un lirismo que no juega la carta de la inocencia. Un ejemplo de ello son las diversas historias breves que Canottiere va desgranando en forma de fábulas independientes o incluidas en el relato principal.
Canottiere defiende de manera corajuda que Verdad no es solo una novela gráfica que trata de «… el anarquismo, la libertad, la emancipación de las mujeres y los ideales que las acompañan» durante la Guerra Civil, sino que estas cuestiones también mantienen su vigencia en la sociedad actual.
Verdad discurre como una historia enmarcada en la resistencia republicana durante la contienda española; muy al estilo del filme de Ken Loach Tierra y libertad, que a su vez se inspira en el relato autobiográfico de George Orwell, Homenaje a Cataluña. La guinda del pastel de Verdad llega a partir de la página 100, cuando Verdad se erige como una mujer fuerte, independiente y emancipada, como una superviviente llena de heridas, pero que no reniega de ellas, como alguien que decide seguir combatiendo de espaldas a una derrota segura, y como una mujer que escoge una felicidad basada en la autosuficiencia aunque sea a costa de pagar un alto peaje. Es un ejemplo de lo que la socióloga Eva Illouz denomina como deselección, al considerar que «el individuo se define según sus deselecciones, su ruptura de compromisos y decisiones anteriores. Eso es algo muy nuevo, un modo de sociabilidad negativa, donde el individuo es quien es por aquello que rechaza, por la experiencia repetida de rechazar o no escoger algo… Rechazar es constitutivo de la identidad».
El punto de inflexión lo marca la amputación de una extremidad y su renuncia a exiliarse en Francia, desde dónde continuar la lucha armada contra el régimen fascista. Verdad toma autoconciencia de sí misma, y en este proceso resulta clave el concepto de libertad personal. Las ideas de defensa de la vida salvaje de Henry David Thoreau o de la emboscadura de Ernst Jünger, con Verdad viviendo escondida como una ermitaña en las montañas, sobrevuelan el final del cómic. Empatizar, en esos momentos, con Verdad, sus circunstancias y sus motivaciones resulta algo mágico para el lector.
Gráficamente estamos ante una obra potentísima. En ella convergen diversos afluentes visuales.
Desde la tradición del álbum ilustrado infantil que se capta en un dibujo y un color muy trabajados, hasta la cartelería republicana de la guerra civil española; ilustraciones que Lorena ha declarado casi venerar. De estos últimos, Canottiere imita el dibujo sin el uso del negro, ni de líneas que delimiten el contorno de personajes y objetos. También adopta el uso de tres colores primarios: amarillo, rojo y azul, como las serigrafías de la propaganda republicana.
Además, encontramos ecos del Gruppo Valvoline de principios de los ochenta: Igort, Charles Burns, Kramsky y, por encima del resto, Lorenzo Mattotti; cuyos dibujo y color ejercen de mentores gráficos de los de Canottiere. La línea gráfica actual de la editorial Coconino resulta una heredera autorizada, de alguna manera, de la estética Valvoline.
Canottiere afianza su dibujo mediante el color. Presenta tonos tropicales, especialmente, amarillos, verdes, rojos y blancos, que se solapan unos con otros hasta lograr un efecto de cuatricomía movida. Es un cómic triste, melancólico y doloroso en general en su argumento, pero que viste sus viñetas de colores muy luminosos. No se deja llevar por los tonos oscuros, a priori más acordes con la temática tratada, sino que arriesga y explora nuevas posibilidades cromáticas para el dolor y la tristeza. De dicho contraste tan acusado no se sigue un contrasentido, ni tampoco chirría cuando, por ejemplo, pinta la noche con color amarillo. A la fórmula empleada por Canottiere con este extraño maridaje solo se le puede denominar como talento.
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Añade el tuyo[…] como del democrático cuando es suplantado por cualquier personalismo: es una novela contra el poder, contra la capacidad del poderoso de crear la realidad y de imponerla con las herramientas a su […]