Queridos difuntos

Tener y no tener (vida)

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A lo sonoro llega la muerte como un zapato sin pie, como un traje sin hombre, llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo, llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta. Sin embargo, sus pasos suenan.

 

Pablo Neruda, «Solo la muerte» Residencia en la Tierra, 1933

¿Qué es vivir? Plantar un hijo, escribir un árbol, tener un libro… Clásicos hitos (o mojones, más apropiados, atendiendo a otra traducción válida de milestone) que se repiten como marcadores trasnochados de una vida plena. Buscarlos, rechazarlos, sobrevalorarlos, llorarlos… nos acerca, paradójicamente, a aquello que es realmente vivir: una sucesión constante de sentimientos y contradicciones mientras el vehículo con el que tomamos conciencia de existir nos lleva de un lado a otro en inevitable desarrollo y deterioro. Y es probable que dicho proceso sea lo único a lo que podemos llamar vida, en tanto que no somos conscientes de su comienzo ni estaremos presentes para percibir su finalización. Decía Macedonio Fernández que «el Universo o Realidad y yo nacimos el 1.° de junio de 1874» y que, no existiendo un yo que nazca y se encuentre sin mundo en que vivir, «creo que la Realidad que hay la traemos nosotros y no quedaría nada de ella si efectivamente muriéramos, como temen algunos». Así pues, la vida es todo; por lo que alguien que no pueda (literalmente) experimentarla, estará abocado de forma inevitable a una crisis existencial. Entra el personaje de La Muerte.

El extremadrileño Lorenzo Montatore (podemos afirmar) tiene una carrera muy personal en el mundo del cómic, tanto en lo gráfico como en lo temático. Como la Sagrada Familia de Barcelona o la portada del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el despliegue artístico en las obras de Montatore representa la suma de corrientes, influencias y referentes del autor en una amalgama lisérgica que, efectivamente, funciona y potencia el mensaje que pretende transmitir a través de ellas. Prueba de esto es que las propias editoriales se lanzan a enumerar dichas referencias en sinopsis, notas de prensa y demás textos destinados a acercar la obra al lector: la mezcla es tan imposible que capta inmediatamente la atención y basta hojear unas pocas páginas para constatar que, citando al siempre refinado doctor Ian Malcolm, ese loco hijo de puta lo ha logrado. Un coro griego, tebeos de Bruguera, Super Mario Bros, Francisco Umbral, el cante jondo, la posguerra, Jackson Pollock, la generación del 27… Agitar y servir en un pozo agridulce de desesperación, humor autodespreciativo y payasos tristes.

Y es que, como decíamos, lo personal de Montatore también se derrama doliente sobre sus temáticas, casi empleando su arte como terapia. Así, el mismo autor que en 2020 publicaba uno de los tebeos infantiles más entrañables e inventivos con Lola & Blu: La caja, también nos habló abiertamente de depresión en California Rocket Fuel, del trastorno bipolar en La muerte y Román Tesoro, o del bloqueo del artista derivado de ambas sintomatologías en ¡Cuidado que te asesinas! No obstante, todas ellas gozan de un magistral timing cómico, de un humor negro entre inofensivo y desalentador, y de un estrafalario diseño de personajes de ascendencia brugueriana rodeados de explosiones de color, experimentos narrativos y elocuentes silencios. Queridos difuntos no es una excepción, porque «La Muerte viene cantando».

¿Qué es vivir? Volvemos al comienzo, y la protagonista de esta obra respondería, como muchas personas en un mal momento, «algo que les pasa a otros y no a mí». Es el poso amargo de la existencia de la parca, una funcionaria más en el aparato de reciclaje de vidas humanas que, entre curiosa y melancólica, se plantea la pregunta y busca un modo transitorio de responderla en sus carnes. Así, en medio de un paisaje de videojuego de 8-bits, escoge como escenario para su experimento un pueblo de la España profunda. Vendedores de penas, viudas ignorantes de serlo, aldeanos en bucles de banalidad y hasta un cerdo existencialista cohabitan alrededor de recuerdos enterrados y memoria que se niega a ser olvido. Acompañada por su frívolo compañero demoníaco, y subrayando sus aprendizajes y vivencias un coro (cristiano y profano) al final de cada episodio, la Muerte trata de vivir a través de las experiencias de cada uno de los habitantes del pueblo; de descubrir las diferencias entre el dolor y la pena, entre la risa y el llanto… En definitiva, en busca de la respuesta a por qué la vida merece ser vivida, por qué todos parecen temer su fin y por qué, sin embargo, esta solo tiene sentido si tiene un final, como todas las buenas historias.

«El pasado está tan presente que el tiempo parece simultáneo», señala el huerfanito de posguerra, como si del hijo de un relojero en la Luna se tratara. Y todo esto sería la sublimación de lo que es Lorenzo Montatore en general y Queridos difuntos en particular: una estética inocente, casi infantil, de colores vivos y figuras aparentemente ridículas, que esconde una reflexión profunda sobre la existencia, lo que nos hace humanos y lo que nos hace a nosotros, también, figuras aparentemente ridículas. Así, la memoria funciona como metanarrativa vital y como deseo irrefrenable de recuperar lo pasado, lo perdido o lo nunca tenido. Como la Muerte en busca de vida al comienzo de la historia; como la vida en busca de muerte al final.

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