Mujeres alteradas

Yo ya era una histérica antes de que se pusiera de moda

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Cuando lea Todas las mujeres alteradas lo verá clarito: pertenecer al género femenino es horrible. Horrible de verdad. Mucho más de lo que dicen sobre nosotras las estadísticas de empleo. Tenemos un montón de manías y problemas y nadie nos entiende, ni siquiera nosotras mismas. Sin embargo, como en casi todo en la vida, tenemos dos opciones, quedarse con la lectura sosa de la realidad y ser unas amargadas, o darle un toque Maitena y con esas miserias, pasárselo mejor que una mujer menstruando en los anuncios de Isabel Coixet.

Yo soy más de buscar el punto divertido a ser una desgraciada, aunque en lugar de comulgar con la filosofía del «me gusta ser mujer» a secas, prefiero matizarlo y decir que «me gusta ser mujer porque no me quedan más cojones». No lo niego, si la naturaleza así lo hubiese querido, creo que no me importaría cargar con un par de pelotas para hacer lo que me salga de ellas sin mucha consecuencia social.

Supongo que algo parecido es lo que pensó Maitena cuando ideó Mujeres alteradas (1994). Aprovechando que ser, pensar y actuar como una mujer a menudo genera situaciones de lo más gilipollescas, decidió sacarle la chicha más cruel para poner un poco de sentido a tanta metáfora ñoña que hay por ahí. Porque ya está bien. ¿Qué pretendemos con esa apología simplona de nuestro género? ¿No nos damos cuenta de que los hombres no entienden las metáforas? Por culpa de los anuncios de tampones mi novio cree que cuando menstrúo tengo el superpoder de parar con un baile el tráfico de la Gran Vía.

Me gusta ser mujer, dicen. Menuda farsa. A nadie le gusta ser mujer, otra cosa es que serlo no te importe o lo lleves bien. ¿Pero gustarte? ¿Es que alguna ha probado a ser otra cosa? «Hola, antes era ornitorrinco y no me convencía tener la boca de la misma forma que el culo. Me pasé a ser mujer y desde entonces mucho mejor».

No lo entiendo. No entiendo tanta oda a los aspectos biológicos de la mujer, —como tampoco entendería el desprecio a ellos— pero creo que no hace falta ni exaltar esto, ni tampoco nuestras taras. Miro a los hombres y pienso que ser como ellos también tiene telita marinera y no van autoconvenciéndose todo el día. Son tan idiotas o más que nosotras y punto, no hacen spots para compartirlo públicamente. ¿Se imagina? «¿Ve esta corbata? Tardé tres años en aprender a hacerme el nudo, pero mira con qué swing aparco a la primera. Don’t you love to be machote?». Pues eso es lo que quiero yo para nosotras, normalizarlo todo, incluso nuestra subnormalidad ocasional.

Sin embargo, hasta que eso pase, no está de más que alguien contrarreste los mensajes de género en clave pastel con ironía fina. Y para ello, pocas mejor que Maitena. Ella ha sabido encontrar en nosotras —generalizando— y en ella misma un filón de donde sacar risas a punta pala. En Mujeres alteradas ilustraba con una tira semanal dilemas, vergüenzas y traumas de mujer en la revista argentina Para Ti. Tan buena fue la acogida de esta forma peculiar de ver el mundo femenino que más tarde se publicó en otros países.

Pues bien, Todas las mujeres alteradas es un recopilatorio de esas Mujeres alteradas de Maitena en un único tomo. Cada viñeta es autoconclusiva y encierra a mujeres que se sacan de quicio de la manera más tonta. Cuando se lee, la verdad es que muchas ganas de ser mujer o tener a alguna cerca no dan, pero seguro que se echará unas buenas risas con esta lectura. Además, el hecho de que no existan personajes fijos, ni tengan nombre, hace que se esté hablando de cualquiera y de nadie en particular.

Maitena consigue que esas taras de las que todas en algún momento nos avergonzamos se universalicen y sean motivo de carcajada. Detecta pequeñas anécdotas en las que a veces ni hemos reparado y las refleja con gracia en mujeres de lo más variopinto. Seguro que a lo largo de esta lectura verá a su madre, a su amiga o a usted misma haciendo cualquier idiotez con el estilo desgarbado de los dibujos de la argentina. Y qué risa da reconocerse. Y también qué alivio siente una cuando ve que será una mujer alterada, pero no está sola. Casi entra un orgullo raro por tener un punto de loca. Dan ganas de enseñárselo a alguien y decir, «¿ves a esta histérica? Pues yo ya era así antes de que Maitena lo pusiera de moda».

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