Una buena aventura no te puede pillar preparado. Nunca. Te pilla descalzo en tu casa, leyendo un libro y fumando en pipa y toma la forma de un barbudo mago con un anillo que hay que destruir en el quinto pino y más allá. Te abduce de tu casa en un platillo volante y te deja en un planeta desconocido gobernado por un tirano malvado que te lanza a sus blindadas tropas mientras te las apañas para sobrevivir a criaturas con morfologías de pesadilla. Te saca de tu cama en pijama y te lleva a un mundo donde las leyes de la física han sido derogadas y la única carta de navegación es el uso de tu imaginación e inventiva. El héroe por accidente es probablemente el mejor arquetipo de personaje para una historia de aventuras: un tipo bastante corriente —que nos recuerda a nosotros mismos— que quizás tiene algún talento escondido y al que en cuanto el destino entra por la puerta pidiendo guerra más le vale espabilar o perecer en el intento. Toca salvar el día.
Las aventuras del Capitán Torrezno empezaban exactamente así, con su protagonista, un individuo achaparrado y cara larga — despertando de lo que pudiera haber sido una cogorza monumental— en un paraje desolado y totalmente extraño. Nadie se había molestado en prestarle un cuerpo musculoso en el que encarnarse como en el Den de Corben, a pesar de que iba tan perdido como este en sus inicios. El caso es que el Capitán Torrezno no solo resultaba ser un ser extraño en tierra extraña, sino que lo habían colocado fuera del tipo de historietas en las que había nacido, se había convertido en un héroe transgenérico. Coincidencia o no, la silueta de la cabeza del Capitán Torrezno se asemeja precisamente al bufón que aparece en los comodines de algunas barajas: la carta que sirve de lo que sea en cualquier jugada.
Pero ¿de donde sale este pintoresco personaje? El Torrezno —también conocido entre los suyos como «el superhéroe de los bares»— nació hace ya dos décadas en el seno de varios fanzines madrileños de inspiración underground. Era uno más —destacado, eso sí— de una bizarra troupe de personajes inspirados en los parroquianos de cualquier antro de barriada donde sirvieran algo con chispa. Vivían aventuras, sí, pero todas de corte satírico, con un punto grotesco y algo surrealista dentro de un universo con una geografía compuesta de nocturnas callejuelas, rancios bares y desolados páramos de la periferia urbana. Cuando aquellas historias terminaron, Valenzuela decidió que un personaje tan expansivo e inquieto como el Torrezno tenía aún mucha guerra que dar, por lo que acabo viviendo sus propias aventuras, esta vez en una ambiciosa serie que hasta la actualidad, en diez años, lleva publicados ocho libros —alrededor de unas mil doscientas páginas dibujadas— y que acabaría recibiendo un Premio Nacional en el 2011 por el primer libro del segundo ciclo, Plaza Elíptica.
Decía Borges en Los cuatro ciclos (El oro de los tigres, 1972) que hay cuatro grandes historias que se van repitiendo a lo largo del tiempo. «Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes». Y así es que el ciclo primero de Las aventuras del Capitán Torrezno cuenta muchas cosas, pero todas giran alrededor de un gran asedio. El primer tomo, Horizontes Lejanos, sirve de introducción al lector de la llegada del Torrezno a este mundo y de su accidentada carrera hasta llegar a Deeneim, la ciudad más grande y mejor fortificada de este mundo —una suerte de cruce entre Roma y Jerusalén— que aglutinará el enfrentamiento que define todo el ciclo y que representará la lucha entre los mayores centros geopolíticos, los creyentes monoteístas del Sur contra los iconoclastas del Norte. En este mismo primer tomo, Valenzuela también revelará el origen del mundo al que ha ido a parar el Torrezno y que el lector ya puede adivinar —fácilmente, no sin extrañeza— en las primeras páginas de la obra: el Torrezno se halla en un micromundo alojado en un viejo sótano, donde se inició el extraño fenómeno de una humanidad en miniatura que estaba desarrollando su propia Historia, entre enseres viejos —sofás, mesas y otros muebles— que constituyen la geografía del mundo. Para más inri, el Torrezno no capta la realidad de dónde se encuentra, de su miniaturización, si bien Valenzuela hace al lector—para su diversión—, cómplice de este gran secreto.
Así, buena parte de la acción está entregada por un lado a la épica refriega de Deeneim con los ejércitos del norte a las puertas y por otro al conflicto interno entre las facciones políticas y religiosas de la capital, puertas adentro. Pero Valenzuela también nos va enseñando aspectos del mundo superior, el nuestro, creando un símil con las épicas clásicas donde se narran las gestas de los héroes, pero también aparecen los dioses. Aquí, la épica de la guerra que puede decidir el destino de un mundo, se combina con la aparición ocasional de un «Olimpo» que no es más que la calle que hay sobre el sótano, el bar que reside a sus pies y de las gentes que por allí transitan, con una crudeza mundana que dista mucho de la idea que podamos tener de lo divino y que sin embargo afecta al devenir del micromundo sin saberlo.
El primer ciclo cierra con un genial golpe de efecto que enmarca su estructura —y que este breve artículo no puede analizar en todo su detalle— con la recuperación de las historietas primigenias y fanzineras del torrezno desde el relato retrospectivo. Más allá de eso, se inicia el segundo ciclo, del que actualmente hay publicados dos tomos y que continua con la bizarra odisea del Torrezno. Si hubiera que seguir la cíclica apuntada por Borges, ahora nos hallaríamos ante una búsqueda, la que llevaría al Torrezno hasta Escalonia, con varias etapas en su camino, visiones mediante. En estos tebeos hay amagos —quizás pistas— de la aparición futura de los otros dos ciclos restantes —si es que Valenzuela toma la referencia borgiana como estructura de su obra— pero para confirmar esto, queda mucho por ver todavía. Dicho todo esto, me queda señalar lo atónito que me deja esta obra por su existencia en sí misma: una serie de un autor español, editada en España, que lleva semejante cantidad de libros publicados. Y aun con el reconocimiento del Premio Nacional y su fiel público de lectores aun me da la impresión que esta «novela gráfica río» no tiene toda la difusión y el conocimiento por parte del público que se merece. Solo me queda una cosa que añadir: menos Martin y más Valenzuela.
2 comentarios
Añade el tuyoPor favor! Decidle a Santiago que saque el final ya!
[…] Y también recuerdo mucha felicidad. Tengo un grupo de amigos que nos seguimos viendo. Uno es Santiago Valenzuela, Premio Nacional de Cómic; otro es Juan Luis Sotés, que acabó de profesor en un instituto en […]