El señor de los chupetes

Una parodia dentro de otra parodia

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Los tebeos se han alimentado con frecuencia de parodiar otros personajes de ficción. Por ejemplo, Groonan el vagabundo, de Sergio Aragonés, es una versión desternillante, salvaje y descerebrada de Conan. Los agentes del estilo de James Bond han tenido su réplica en Anacleto, agente secreto, de Vázquez, o en Mortadelo y Filemón, de Ibáñez. Realizar una versión humorística de Superman, el superhéroe del cómic por excelencia, parecía caer por su propio peso. Y Jan se aventuró en esta empresa con Superlópez.

No es una parodia en la línea de la serie televisiva El gran héroe americano, donde un don nadie adquiere poderes similares al hombre de acero a través de un traje y tiene que aprender a hacer todo sobre la marcha, sino que se va dando una vuelta de tuerca a todo: López, de origen extraterrestre, también trabaja (bueno, es un decir: se dedica a hacer pajaritas de papel) en un periódico, aprovecha sus poderes sobrehumanos para desfacer entuertos, lleva una doble vida que le complica mucho la existencia y está enamorado de Luisa Lanas (versión castiza de Lois Lane), una compañera de trabajo (sí, demasiadas similitudes; de hecho, tantos parecidos incluso le metieron en algún problema legal con DC Cómics). Pero le sale casi todo mal.

López es un tipo que pone buena voluntad en todo lo que hace, pero tiene una enorme facilidad para enredar las cosas y buscarse líos. Su falta de carisma tampoco le ayuda puesto que ni cuando se pone la capa y los leotardos y se transforma en Superlópez le toman en serio: por ejemplo, lejos de dejarse impresionar por sus poderes, Luisa opina que el superhéroe es una medianía y un metepatas.

Rizando el rizo de la parodia, en El señor de los chupetes Superlópez se ve envuelto en una trama que se inspira tangencialmente en El señor de los anillos, de donde Jan toma los elementos indispensables para que se reconozca a la obra de Tolkien pero, a su vez, tenga personalidad propia y diferenciada. Así, el chupete único te da el poder de la invisibilidad cuando te lo pones, es decir, cuando te lo metes en la boca, y hay diversos chupópteros encapuchados (como los nazgûl) que también tienen chupetes, aunque el chupete único es el más poderoso de todos. Por cierto, ¿les suena esto?: «¡Este chupete es el gran chupete único para someter a los seis chupetes negros y, en las tinieblas, someterlos a todos bajo el poder de Tchupón, el señor de los chupetes!».

La maldad intangible y bastante genérica que destilaba Sauron en la Tierra Media aquí se transforma en algo más real y puede que aterrador: Tchupón es responsable del tabaco, de las máquinas tragaperras, los chupetes y la televisión, entre otros objetos demoníacos. Y claro, Superlópez no puede negarse cuando le dicen que hay que luchar contra ellos e irlos a buscar a sus bases secretas, que le llevan de un lado a otro del mundo… o fuera del mismo.

Una idea de partida así puede parecer que tiene poco recorrido, pero Jan lo suplementa con mucha imaginación en el guion y buenos lápices, con un estilo que podríamos calificar como de plastilina. Siempre que releo los tebeos de Superlópez me recuerdan a aquellas series de animación en slow motion que se realizaban con muñecos de plastilina, objetos tridimensionales que tenían un característico aspecto gomoso y ligeramente grasiento. Bien, pues esa es la sensación que tengo al mirar las abigarradas viñetas de Jan: hasta los ladrillos me parecen de goma.

Hay algunos aspectos curiosos que no son muy habituales en los tebeos de este tipo, en principio dirigidos a un público joven. Por ejemplo, Jan rompe la cuarta pared y Superlópez se comunica con el lector en varias ocasiones; sabe que vive en un cómic y no parece darle importancia, lo ve como algo normal. Así, Tchupón reconoce que supo de sus hazañas leyendo la revista Mortadelo Especial. O cuando Superlópez, perdido en la base lunar de uno de los chupópteros, tiene su máxima preocupación en que solo le quedan seis páginas para acabar la aventura y «está en Babia». También es muy llamativo el número de muertos tanto implícitos (las bases son destruidas sin dejar piedra sobre piedra) o explícitos ya que, sin ir más lejos, en dicha base lunar, hay cadáveres por todos lados. Bueno, y ni que decir tiene que un cómic juvenil en el que aparece gente fumando hoy en día es impensable. Todo esto ayuda a que sea una historieta diferente y francamente recomendable: un tebeo irreverente, exagerado y muy cómico.

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