El pacto

By Vázquez

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Pese a negar en más de una ocasión la existencia de la llamada Escuela Bruguera, Manuel Vázquez fue, a su pesar y durante mucho tiempo, su principal referente, hasta el punto de que el director de publicaciones, Rafael González, animaba a los recién llegados a imitar el estilo del creador de Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta o Ángel Siseñor. Esta estrategia se demostró todavía más necesaria cuando en 1957 algunas de las firmas más reconocibles de Pulgarcito (Escobar, Peñarroya, Conti, Cifré y Giner) decidieron liarse la manta a la cabeza y fundar su propia revista, aquel Tío Vivo de corta vida. Ese episodio fue narrado por Paco Roca en El invierno del dibujante, donde otorgaba un rol fundamental precisamente a Vázquez, presentándolo a la postre como una especie de esquirol que seguía las directrices de la patronal, desempeñando de ese modo un papel que, todo hay que decirlo, no casaba demasiado con la relación que este aseguraba mantener por entonces con los directivos de la casa.

Más de diez años después, Paco Sordo, antiguo colaborador de El jueves y Orgullo y satisfacción, recoge algunas de esas premisas en la que es su primera novela gráfica, El pacto, aunque dándoles, eso sí, una radical vuelta de tuerca. Si, por un lado, la sitúa en el mismo marco cronológico y temático, es decir, en el momento en el que se estaba produciendo un necesario relevo generacional en la que era la principal revista de Bruguera con la llegada, entre otros, de Ibáñez, Nené Estivill, Segura, Raf o Gin, y además con- vierte de nuevo a Vázquez en una figura clave de la historia, por otro, se aleja totalmente de la hagiografía nostálgica de Roca para acercarse más a la comedia negra y pesimista.

El protagonista, basado en un personaje previo presentado en el magacín Freek!, es Miguel Gorriaga, un desequilibrado y pusilánime aspirante a historietista que, pese a no poseer ni el talento ni la destreza necesarias, pretende trabajar en la que era la principal productora de tebeos de España. Sus páginas no tienen la calidad exigida y no se adecuan demasiado a la línea editorial. Sin embargo, no cejará en su empeño y estará dispuesto a cualquier cosa para conseguirlo. Esa perseverancia es el motor principal de un argumento que aunará, posiblemente sin pretenderlo, la revisión del mito de Fausto realizada por Thomas Mann con el Misery de Stephen King. Referencias lejanas que no pesan tanto como para coartar la libertad de Sordo a la hora de construir un efectivo relato especulativo que mezcla realidad y ficción.

Bailando entre diferentes periodos temporales —al menos, tres diferentes—, cambia de registro sin previo aviso, con habilidad y siempre que lo considera necesario, combinando la propia narración lineal con la intervención, tal que en un documental, de personalidades invitadas, algunas de ellas inventadas para la ocasión, que ayudan a rellenar determinados huecos en un guion arriesgado que, pese a estar a punto de encallar en algunos momentos puntuales, logra salir bien parado gracias a esos recursos. De ese modo, nos encontramos con presuntos compañeros de Gorriaga, con especialistas en la materia, aficionados o editores, en una serie de reconocibles retratos que demuestran bien a las claras la capacidad de Paco Sordo como caricaturista.

Nacido, como tantos otros trabajos que están viendo la luz en este último año y medio, durante el confinamiento y pensado para participar curiosamente en una convocatoria del Premio Bruguera de Cómic y Novela Gráfica, El pacto es, desde la misma portada, que recuerda a las cubiertas de la vieja colección Joyas Literarias Juveniles, un auténtico objeto brugueriano, que se sirve asimismo de la tipografía o el coloreado en bitono típico de algunas etapas del histórico sello barcelonés. Pero no se contenta con servir de homenaje, no se queda solo en la anécdota o la curiosidad, ni se limita a fisgar por los intríngulis del mundo editorial, sino que refleja y denuncia el funcionamiento de la industria del cómic español en aquellos años y la sobreexplotación a la que se sometía a los historietistas.

Con un estilo deudor de su pasado como animador y apoyándose en un esquema de viñetas de gran tamaño, Sordo reflexiona acerca del concepto de autor, reivindicando la figura de aquellos dibujantes que fueron auténticos creadores y no meros trabajadores. Artistas que no se reconocían en esa categoría y que, como afirmaba con pesimismo el propio Vázquez en una entrevista conducida por Jordi Coll y Jordi Canyissà para Amaníaco allá por 1993, más que fama y éxito cosecharon «po- pularidad y nada más».

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