Batman: El regreso del caballero oscuro

Ocaso oscuro

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Frank Miller se acaloró en su trigésimo cumpleaños al descubrir que el murciélago que velaba por el bienestar de Gotham había permanecido congelado en unos eternos veintinueve años durante décadas. El vértigo lo producía la extraña sensación de saberse más vetusto que su héroe, de haber envejecido mientras el papel criogenizaba a Bruce Wayne. Y decidió arreglarlo mediante un suicidio artístico, algo que parecía que nadie era capaz de atreverse a publicar: acelerar la vejez del heroico protagonista, dotarle de fragilidad humana, marchitarlo, abrazar su etapa crepuscular y encauzarla hasta su posterior colapso. Miller proponía un caballero oscuro retirado que decidía volver a la acción masticando en cada página el clásico «estoy demasiado viejo para esta mierda». Y quizá los tebeos están demasiado viejos para esto, para continuar confiando en la naturaleza inmortal del héroe, en su divinidad entintada y en sus peroratas filosóficas introspectivas, para seguir apoyando tanto peso en aquellos monólogos interiores que suceden mientras dos colosos, vestidos con pijamas que algunos payasos dudarían en ponerse a oscuras, se encuentran muy ocupados en la tarea de reubicarse mutuamente el espinazo a hostias.

Por eso mismo El regreso del caballero oscuro resultó tan rompedor en 1986 y lo sigue resultando ahora, porque sin renunciar al conflicto interno del justiciero al margen de la ley y a las convenciones del género lo encarriló todo hacia la más absoluta demolición de lo establecido. Bruce Wayne era un quincuagenario retirado y autodestructivo tras la muerte de Robin, el comisario Gordon afrontaba la jubilación de las fuerzas del orden en su setenta cumpleaños respirando la vida a través de cigarrillos, Catwoman reaparecía como una señora que ya no vestía pieles de gata ni saltaba por los tejados y Superman dejaba de ser aquella idealización del bien para convertirse en una marioneta del gobierno limitada a recibir y acatar órdenes. Gotham City se desvelaba como un nido de ratas y la televisión como un extraño bálsamo, Miller quería construir una urbe más cercana a su realidad, una que eliminara lo blanco y puro del cuerpo de policía y lo impoluto de la clase política, una que desafiara lo cimentado por la ficción de viñetas durante generaciones. Y también prefería que la contemplásemos a través de un televisor: gran parte de las viñetas tienen un marco catódico por el que desfilan tertulianos encerrados en programas rastreros analizando las repercusiones sociales de un vengador enmascarado, un Ronald Reagan (cuyo nombre no se pronuncia en toda la obra) sonriente y encharcado hasta el cuello en la guerra fría o unos presentadores casi inhumanos en su dedicación a las audiencias. Incluso las entrañas de la propia televisión adquirieron protagonismo: un plató televisivo era utilizado como escenario de una cruel masacre, silenciosa y sonriente. El lector se asomaba a las calles de Gotham, pero también a sus pantallas y lo que presenciaba en ambas le aterraba por igual, en ese ecosistema malsano la figura de un caballero fuera de la ley resultaba necesaria. Pero el propio héroe ejercía al mismo tiempo de detonador de catástrofes: el Joker despertaría de un estado catatónico al descubrir el retorno de su pareja de baile preferida y los imitadores de Batman decidirían que ellos también tenían derecho para ponerse la máscara y patrullar la noche ajusticiando salvajemente lo reprobable.

Lo que mejor hacía El regreso del caballero oscuro era orquestar y amartillar de manera minuciosa esa sensación constante y opresiva de que todo se estaba yendo a la mierda de manera irremediable y en valores absolutos, de que el universo de este Batman era en realidad como aquel bólido que abría la narración estallando en llamas por culpa de un piloto al que ya no le importa la integridad de sí mismo ni de todo lo que le rodea. Miller agarra un mundo de superhéroe previamente establecido, lo retuerce y lo pervierte a su antojo a golpe de los trazos más toscos y rotundos de un pincel feísta, nos deja claro que ahora vale todo y que no tiene pensado respetar nada. El retorno de Joker es tan exquisitamente salvaje y excesivo como una manada de boy scouts masticando azúcar de feria envenenado y viene acompañado de una bodycount glorificada por los periodistas, el nuevo Robin no comparte género con el anterior ocupante del puesto ni respeto por su maestro, el otrora indomable Green Arrow reaparece con extremidades de menos y culpando a una capa ilustre de sus dificultades obvias para sostener el arco, la sociedad se divide entre los que condenan los métodos fascistas del enmascarado y los que se consideran hijos de, un Superman gubernamental es consciente de que el enfrentamiento con el murciélago será solo una cuestión de tiempo y que el mismo no se dará por finalizado hasta que uno de los contendientes regrese empaquetado en una cama de pino.

Sergio Leone creaba a sus personajes con la autoconsciencia heredada de que ninguno de ellos llegaría al final de la película. Miller crea a un Batman que intuye que antes de llegar al final de su historia deberá morir, un Batman que desde el principio de la narración quiere morir. Y realmente ese Bruce Wayne no andaría demasiado errado, con El regreso del caballero oscuro murieron todos los Batman posteriores (al menos los situados en la misma línea temporal, y te señalamos a ti Batman: Año uno como la excepción honorable que aún tendrá algo que decir). Ni siquiera la secuela que llegaría años después firmada por el propio Miller, El señor de la noche contraataca, se acercaría a intuir en el horizonte la grandeza de su predecesor. La épica del héroe es una pelea en un lodazal contra una bestia, un cadáver calcinado que nos sonríe desde el infierno, un avión cayendo en picado hacía un abismo mortal de llamas, una ciudad ciega latiendo sangre en el más absoluto caos.

Y en el corazón de todo, la aparición entre las cenizas de la figura de un vengador a caballo. Un caballero oscuro.

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