Watchmen: perfecta asimetría

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El fin está cerca. «Diario de Rorschach. 12 de octubre de 1985: esta mañana me he encontrado un cadáver de perro en un callejón, sobre su estómago reventado había huellas de neumático. Esta ciudad me teme. He visto su verdadero rostro. Las calles son unas alcantarillas enormes y dichas alcantarillas están llenas de sangre, y cuando el alcantarillado por fin forme una costra, todas las alimañas se ahogarán. La mugre acumulada de todo el sexo que practican y de todos los asesinatos que cometen, les llegará a la altura de la cintura y todas las putas y los políticos alzarán la vista y gritarán: «¡Sálvanos!»… Y yo miraré hacia abajo y susurraré: «no»». Así comienza Watchmen, una de las obras clave del género superheroico, con Alan Moore y Dave Gibbons en estado de gracia, que vino a darle una vuelta a todo, cogiendo los tópicos y subvirtiéndolos.

En 1983 la editorial estadounidense Charlton Comics estaba dando sus últimos coletazos. La compañía se quedaba obsoleta y era incapaz de seguir compitiendo en el mercado con las más grandes. Su modelo de negocio y sus tarifas ya no daban para más. Entonces, se vio obligada a vender varias de sus propiedades más valiosas, que tenían forma de personajes, por supuesto, como suele pasar en estos casos. Fue DC la que aprovechó el momento para comprar los derechos de sus superhéroes más conocidos.

Alan Moore estaba por ahí. Venía de hacer, con éxito, el relanzamiento de La Cosa del Pantano y Miracleman, y tenía interés por encontrar otras viejas glorias olvidadas a las que insuflar nueva vida. Estos personajes recién adquiridos supusieron la oportunidad perfecta. Esbozó un guion titulado ¿Quién mató al Pacificador? y se lo envió a Dick Giordano, editor jefe de DC por aquel entonces. Lo leyó y le llamó la atención la idea, pero se negó a que usara esos personajes, dándole pie a que recreara sus propias versiones. Así nacieron el Doctor Manhattan, Espectro de Seda, Búho Nocturno, Rorschach, Ozymandias y el Comediante. Jugó con ellos con pasión, pero sin remordimientos; los mató, retorció, alegró e hizo sufrir, como bien sabe hacer el bardo de Northampton, en una intrincada historia que supuso un antes y un después en el género, demostrando que aún se podían contar buenas tramas con héroes disfrazados pudiendo llegar a un amplio público, incluso a lectores adultos.

Una maxiserie de doce números, repleta de capas de lectura, con un dibujo soberbio de Dave Gibbons, que hizo gala de la precisión de un relojero para construir unas páginas de estructura clásica, de extraordinaria belleza, donde trazo y texto se conjugan a la perfección. Juntos construyeron un mundo más fuerte y hermoso donde, a veces, el abismo podía devolverte la mirada.

Antes y después

El fin estaba cerca. Ya lo decía Walter Kovacs en su sempiterna pancarta desde la primera página del número uno del Watchmen original, que comenzaba con unas partes de monólogo interior de Rorschach escritas en su diario. Puede que en 1986 Moore y Gibbons tan solo intuyesen el impacto que su obra crepuscular iba a tener, y que, en lugar de terminar, continuaría. Seguro que nadie imaginaba que más de treinta años después llegaría una secuela tardía. Nadie se lo terminaba de creer, a pesar de que en los últimos años, tras Flashpoint (2011), Renacimiento (2016) y La Chapa (2017), especialmente, con las referencias al famosísimo «smile» amarillo (y rojo) que termina en poder de Batman, las pistas estaban sobre la mesa. Era una jugada arriesgada. La sombra de los autores originales es alargada y, además, el guionista de V de Vendetta siempre ha mostrado malestar con movimientos así, mercantilistas, de la editorial. Aunque tampoco era la primera vez.

En 2012 surgió Antes de Watchmen con una colección de series centradas en los personajes principales (Doctor Manhattan, Búho Nocturno, Espectro de Seda, Rorschach, Ozymandias y el Comediante), además de otras sobre los Minutemen, Moloch o Dollar Bill. Precuelas, historias de origen… que llegaron envueltas en la controversia. ¿Eran necesarias? Quizás no. Pero, en mayor o menor medida, fueron disfrutables. Igual que lo es El reloj del juicio final (título que, por cierto, también ha traído polémica por su traducción, ya que algunos deseaban que se hubiera mantenido el original, Doomsday Clock).

«22 de noviembre de 1992. O quizá sea el 23… Las calles se hallaban cubiertas de cadáveres, los cerebros rebosantes de grotescas pesadillas relacionadas con un invasor ficticio. El reloj empezó de nuevo. Teníamos una oportunidad. Pero la desperdiciaron. Todos ellos». Así comienza el primer número de esta serie limitada (de nuevo doce, como en la original) que vuelve a jugar con la aterradora simetría de la que hacían gala Moore y Gibbons. Vuelve a estar narrada por Rorschach en su diario, y también aparece la pancarta (desde la portada, en realidad), pero el mensaje ha cambiado: «El fin está aquí».

Geoff Johns, uno de los principales artífices de DC en los últimos años, que se atrevió a colocar la sonriente chapa del Comediante en la Batcueva, se pone al frente de este nuevo acercamiento al universo de los vigilantes vigilados. Junto a él, uno de sus colaboradores habituales, Gary Frank (¡Shazam!, Batman: Tierra Uno), cuyo dibujo se amolda a la perfección al clasicismo y la sobriedad del trazo de Gibbons, así como a la estructura de nueve viñetas por página (aunque en alguna ocasión se permita alguna licencia). Uno de los cómics más esperados en años. Un sueño para muchos lectores en el que, según prometían, iban a dar respuestas a preguntas como si el Doctor Manhattan había estado trastocando el Universo DC tal y como estaba ahora.

El regreso de personajes icónicos muy queridos, con alguna incorporación nueva muy interesante: como La Marioneta y El Mimo (dos añadidos estupendos que interactúan fenomenal con villanos clásicos como el Joker), en forma de homenaje, de alguna manera; tratados con respeto (por ellos, por los personajes) y veneración (por sus creadores). Un canto de cisne que puede no terminar nunca. Una pieza más en un engranaje que funciona como un reloj y en el que comienzan a encajar, también, Batman, Flash, Superman, el Joker y compañía. En un ejercicio de estilo curioso y llamativo. Además de los enganches con esos primigenios personajes de la Charlton, como The Question, por ejemplo, que también aparecen…

Mención aparte, lo muy interesante que es el uso que hacen Johns y Frank de las «versiones» de Manhattan que se encuentran en el Universo DC, como el Capitán Átomo (sobre el que se basó Moore en el inicio) o Firestorm (con poderes similares y un origen parejo). Sobre todo este último tiene una importancia capital en la trama de los metahumanos que se va desarrollando y en la que, como no podía ser de otra forma, Ozymandias tiene mucho que decir. Superman también. Y Batman, por supuesto.

Viejos fantasmas

2019 fue sin duda el nuevo año de Watchmen, al comienzo de la publicación en España de El reloj del juicio final, de cadencia mensual, que terminará en 2020. Se sumó la décima edición en rústica y la tercera en cartoné de la obra original, demostrando la buena forma que sigue teniendo. A los amigos ausentes se les echa de menos; por suerte, Watchmen siempre está ahí para volver a revisitarla de vez en cuando.

Al mismo tiempo, a finales de año salió a la venta una nueva propuesta: una edición limitada en blanco y negro, ideal para disfrutar al máximo de la labor del dibujante a los lápices y las tintas. Y eso no fue lo único, también llegó un coleccionable muy especial, desde ECC, orientado a aquellos lectores que aún no se habían adentrado en la obra. Lo diferente de esta última propuesta es que está ordenado de manera cronológica, alternando las series en función del momento en el que ocurrían las tramas. Una nueva manera de leer un clásico en todo su conjunto, con lo que ocurrirá antes… y lo que ocurrirá después. Veinte tomos que incluyen todo Watchmen y que comenzaron a publicarse cuando se estrenó la nueva serie de televisión.

El juez de toda la Tierra

En 2009, diez años antes, Zack Snyder, que venía de adaptar 300 (2006), aceptó el reto de enfrentarse a otra adaptación que parecía, como poco, complicada. Antes, otros como el ex Monty Python Terry Gilliam, Darren Aronofsky o Paul Greengrass ya lo habían intentado sin éxito. Con Jackie Earle Haley, Patrick Wilson, Malin Akerman, Billy Crudup, Jeffrey Dean Morgan, Matthew Goode, Stephen McHattie y Carla Gugino, en los papeles principales, y con algunos cambios de guion para hacer la historieta más asequible en cuanto a trama, Watchmen supuso un dignísimo producto y una adaptación acertada.

En 2019, diez años después, Damon Lindelof estrena su serie para HBO basada en este universo, continuando, en cierta forma, lo contado por Moore y Gibbons en el cómic, pero sin olvidar (en la parte estética, mayoritariamente) la herencia de la película. Nueve capítulos con una trama río muy inteligente en la que se cogen elementos del cómic en forma de guiños, referencias y gags, para dar continuidad a los personajes principales, contando qué les pasó después de Watchmen pero en ese mismo universo.

Aparecen versiones posteriores de Laurie, Adrian Veidt, el Doctor Manhattan… pero también se da profundidad a la historia de los Minutemen y, en especial, a Justicia Encapuchada (de una importancia capital, como el precursor e inspirador de los dos grupos de justicieros). Creando una aterradora simetría con el original y respetando el espíritu de las viñetas. Asimismo, Lindelof y su equipo presentan personajes nuevos y originales, como el Séptimo de Kaballería, que han recogido el testigo de Rorschach pero llevando sus ideales hacia el totalitarismo más absoluto; la detective Angela Abar, Hermana Noche, que es la protagonista principal, interpretada por Regina King; o algunos secundarios de lujo como El Espejo (Tim Blake Nelson), Yahya Abdul-Mateen II, como Calvin Abar, el marido de Angela, o Louis Gosset Jr, como Will Reeves. Completan el reparto principal actores de la talla de Jeremy Irons (que interpreta a un maduro Ozymandias), Don Johnson (como el jefe de policía de Tulsa, Judd Crawford) y Jean Smart (como Laurie Blake, en un giro de los acontecimientos muy lógico, pero no por ello menos interesante). Tras la capucha de todos ellos, centrándose en lo metafísico de la propuesta, con la reflexión por bandera, y la lucha contra los mensajes de odio hacia lo diferente.

En un mundo que se ha movido. Donde Manhattan se marchó a Marte y no volvió. Donde los calamares interdimensionales siguieron llegando en forma de lluvia, y donde millones de personas perecieron después de un ataque que, según creían, era extraterrestre. Todo cambió. Es un mundo similar al nuestro, pero visiblemente diferente. De tono pausado y un gran regusto pulp, con unas cabeceras al comienzo de cada capítulo, todas diferentes de enmarcar, el Watchmen televisivo se transforma en algo más canónico que lo canónico. Con las consecuencias lógicas de un lugar en el que los enmascarados volvieron. Una rara avis donde todo funciona con la precisión de un relojero, como si Jon Osterman lo hubiera orquestado. Como si hubiera vuelto para juzgar y reformular aquella conocida pregunta que vuelve a estar de plena actualidad: «¿quién vigila a los vigilantes?».

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