El fanzine y sus problemas para el catalogador

1920px Une collection personnelle de graphzines de plusieurs pays

Cuando hablamos de fanzines lo primero que se suele pensar es en las ventajas de la autoedición: en la libertad creativa y artística que tienen los autores al no estar sometidos a presiones de ningún editor, no tener que dar explicaciones a nadie, y poder experimentar tanto con la forma como con el mensaje o el contenido. Además, los autores tienen la completa libertad de crear y producir lo que les apetezca en una tirada manejable y así hacer llegar a su público obras de un cariz más personal que el que podríamos encontrar habitualmente en una editorial de cómics al uso. Los fanzines suelen ser productos que se salen del mainstream y que, en principio, no tienen un interés tan específico para todo el mundo, por lo que las tiradas de este formato ayudan al artista a poder realizar su obra sin sentirse constreñido por las limitaciones asociadas a intentar llegar a un gran público o satisfacer expectativas ajenas. Toda esta suerte de bondades se suma el bajo coste que tiene la producción de dichas obras, que se explica por varios factores. Esto es, por el abaratamiento de las impresiones a día de hoy —facilitado por las impresoras y otros medios—, por la cantidad de herramientas para la edición de los trabajos y por su fácil posterior promoción y distribución gracias a Internet y a las redes sociales. Cabe tener en cuenta que los fanzines se suelen publicar en materiales de menor calidad que el resto de publicaciones (aunque esto no sucede siempre, como es el caso de los prozines). El fanzine no se suele percibir como una publicación lujosa con ánimo de lucro, sino más bien como un medio en el que el artista puede experimentar y aprender, dar alas a sus verdaderos intereses.

Todas estas ventajas que he enumerado y otras muchas más que dejo fuera son solo algunas con las que cuenta este medio para su producción y difusión. Sin embargo, en los últimos años el fanzine esta llegando a otros destinatarios más allá del comprador ocasional y del coleccionista. Ahora está llegando también a manos de divulgadores, teóricos e incluso a instituciones públicas que los almacenan y recopilan para su conservación y estudio. Es el caso, por ejemplo, del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) con su fanzinoteca fundada gracias a la donación realizada por el crítico y divulgador Álvaro Pons; o el Archivo Lafuente de Santander, que recientemente ha adquirido unos cinco mil documentos originales relacionados con la producción underground barcelonesa de los setenta. Estos son algunos casos —entre otros tantos de España o el resto del mundo— de centros almacenadores de obras autoeditadas. Es entonces cuando todas las libertades que tiene el fanzine en su producción se pueden convertir en problemas para estos nuevos destinatarios, quienes se encuentran con dificultades a la hora de implementar la catalogación de dichas obras para su futuro estudio.

El principal obstáculo con el que tropieza el catalogador es la ausencia de ISBN, ISSN o Depósito Legal, pues este tipo de autoediciones no suele estar registrado. Esto es lógico, pues sería un absurdo hacer una inversión económica en un producto el cual se crea sin ánimo de lucro, atentando además contra su espíritu contracultural, siendo aún hoy en día uno de los medios de expresión más utilizados en la escena underground.

Otro de los inconvenientes con los que se encuentra el catalogador es identificar la autoría de dicho fanzine, pues no siempre vienen firmados. La firma puede no coincidir con la identidad real del autor, que puede esconderse tras un seudónimo. A pesar de que esto no se da con excesiva frecuencia actualmente, sí que era una costumbre en los fanzines que se producían en las décadas de los setenta y ochenta, en gran parte por las posibles repercusiones legales y económicas, ya que se solían tratar temas políticos o perseguidos por la censura y las fuerzas del orden público. También suele ser una dificultad para la clasificación de las obras el ejercicio de identificar la procedencia del fanzine, puesto que estos no siempre se editan en las ciudades de origen o de residencia de los autores. ¿Qué casos nos podemos encontrar? Por ejemplo, una publicación determinada puede ser fruto de una cooperación mediante una invitación de otro artista; no son raras las colaboraciones entre varios autores a la hora de publicar un fanzine, ya sea mediante colectivos o simples asociaciones temporales. También está el caso de obras producidas en el seno de algún evento o festival de autoedición. Incluso se dan casos de fanzines realizados en otro lugar debido a una estancia becada en un país extranjero o en el transcurso de viajes del propio artista, que se ha visto inspirado por sus experiencias y ha sentido el impulso de poner todo eso en el papel.

Otro de los inconvenientes suele ser la ausencia de fecha de publicación. No solo del año, sino incluso del mes, pues el fanzine, al ser algo tan fácil de realizar, favorece que un mismo autor pueda llegar a publicar varias obras en un mismo año. Esta complicación, en la actualidad y gracias a las redes sociales —en especial a Instagram y a la página de venta directa que suela usar el autor—, es más fácil de solucionar, debido a que el propio autor suele dejar registro mediante anuncios de eventos, entradas o fotos en dichas redes sobre las fechas de lanzamiento o finalización de dicho fanzine.

Quizás el mayor problema para la catalogación sería no poder hacerse con un ejemplar de algunas obras debido tanto a las cortas tiradas como a la multitud de artistas produciendo. Pese a las ventajas de las ya mencionadas redes sociales de los propios autores, que facilitan la promoción, y a las plataformas de venta online que dichos artistas utilizan, es imposible hacer un seguimiento de todos ellos, en especial de los que empiezan y apenas son conocidos. Hoy en día pocas son las bases de datos fiables sobre fanzines y autoediciones, exceptuando blogs personales o páginas como Tebeosfera. Por todo esto resulta importante la labor de catalogación, pues gracias a ello podemos entender mejor la evolución de los artistas, así como otros aspectos más relacionados con la historia de la escena: los cambios que se dieron en el mercado, o cómo fue el auge del fanzinismo durante la década de los años noventa gracias a los colectivos, algunos de los cuales acabaron convirtiéndose en editoriales al uso. Pero sobre todo es importante para entender la evolución de un medio, el del cómic, pues es en los fanzines donde los autores pudieron romper las normas establecidas y crear nuevos lenguajes. Lo estamos viendo en la actualidad con obras tan interesantes y personales que desafían las definiciones más conservadoras de lo que es cómic. Es el caso de la nueva vertiente que se está denominando «poesía gráfica» y que aglutina a autores y autoras como Begoña García-Alen, Roberto Massó, Oscar Raña o Cynthia Alfonso.

Por todo ello, la catalogación de los fanzines para su posterior estudio no deja de ser un paso importante para comprender mejor el lenguaje del cómic, pues debemos tener en cuenta que es un medio en constante evolución, y esta producción que sucede fuera de los cauces de la producción editorial —con sus cánones establecidos dirigidos a intereses comerciales— es significativa para entender dicha evolución.

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