Si, después de que muera, quisieran escribir mi biografía, no hay nada más sencillo. Solo tiene dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra cosa, todos los días son míos.
Fernando Pessoa
Junta todas las piezas de la vida de un hombre y, cuando hayas acabado de reunirlas, no tendrás nada. Jack Kalloway, 1914- 1979. Dibujaba, combatió en la Segunda Guerra Mundial, se casó, tuvo una hija, sobrevivió a su mujer, montó una empresa. Le publicó el New Yorker. El New Yorker siempre ha sido la Meca: la revista de referencia, en la que se publican las mejores portadas, los mejores relatos, el humor gráfico más incisivo. Pero a Kalo solo le editaron una vez. Las suficientes para que Seth se enamorara. «Dibuja parecido a ti», le dice Chester Brown. Podría. Pero Kalo no existió nunca.
Uno comienza a dibujar cuando es pequeño y luego imita los estilos de los demás, hasta que la suma de sus elecciones, infinitos bocetos en un cuaderno de rayas, le vayan acercando a su mejor manera de contar. «Los dibujos siempre han sido una parte muy importante de mi vida. Me han afectado profundamente desde que era un niño. No me refiero a los de Disney o los de la Warner o esas cosas. Hablo de tiras diarias, de chistes gráficos, de historietas». Todo lo que pueda pensar sobre sí mismo ha tenido su reflejo en un dibujo publicado. Sus relaciones, los objetos, un medio de transporte, un fenómeno meteorológico, sus padres. Un chiste. El tren. La nieve.
Amamos pocas cosas en este juego de expectativas y desengaños que son nuestros días. Amamos muy pocas cosas que no nos decepcionen, además, y hay amores que solo se pueden narrar de esta manera. Seth comenzó a publicar por entregas La vida es buena si no te rindes entre 1993 y 1996. Ha pasado mucho tiempo, pero las ideas que aparecen aquí las ha vuelto a utilizar en algunas obras más: las ideas, las elipsis, cuál es el grafismo adecuado para contar una historia en la que el dibujo te vaya llevando suavemente a la otra viñeta, la dignidad del medio narrativo, la relación íntima y duradera —mucho más duradera que con sus parejas, mucho más íntima que con la mayoría de la gente— que puede uno establecer con determinados personajes, la necesidad de conocer más sobre un autor. Seth (el Seth del libro) pasa un par de años buscando a Kalo. Buscando sus dibujos, primero, en todas las librerías donde se vendan publicaciones antiguas y buscándole a él después. Viaja a los lugares que habitó, habla con las gentes que lo conocieron, encuentra a personajes tiernos por el camino, nos presenta a su familia y recorre, también, los años cuarenta y cincuenta, las historietas que amó y el pasado que le gusta.
Que a Seth (el Seth autor) le interesa el pasado no es ningún secreto. Viste con sombrero de ala ancha y gabardina, se pinta a sí mismo dibujando con lápiz y reza porque en el Royal Museum de Ontario no cambien los dinosaurios de cartón piedra por otros más actuales. Pero el pasado en Seth siempre es una reconstrucción: el mundo de lo que debería haber sido si todo hubiera ocupado su lugar. Y, en ese pasado, no solo va rescatando a dibujantes que existieron, como Doug Wright: también se los inventa. Porque inventarse la vida de una persona, inventarse el arte de una persona, es una manera de descubrir lo que uno mismo quiere hacer con su arte y con su vida. Cuál es su referente estético. Cómo se forja uno la propia identidad como creador. Qué es lo que rechaza (las novelas policíacas o la Marvel, ahora «un detestable conglomerado que difunde malos dibujos») y cómo puede juzgar a los demás cuando sus gustos no son los correctos. Cómo los juzga y los aleja, hasta que va quedándose sin nadie.
Porque, al tiempo que este dibujante busca a otro dibujante que pueda ser un referente, asistimos al derrumbamiento de todas sus relaciones de pareja. Asistimos a la vida de un señor que busca un lugar en el que incluirse (artística y personalmente), un tipo sin dinero porque el cómic no da para vivir y un eterno deprimido que no sabe si se crea él mismo su nostalgia para evitar enfrentarse a algún tipo de verdad o redención.
Y todo sin grandilocuencias. Sin el discurso del sacrificio que supone ser artista, de las renuncias inmensas y el sudor como sangre. Seth habla bajito. Dibuja bajito. Es rítmico, además: no solo en sus textos, también en sus composiciones, en las elipsis (hay un par de páginas, por ejemplo, donde el tiempo es lo único que ocurre), en los monólogos interiores, los diálogos y la presentación de unos personajes a los que siempre aborda con todo el respeto del mundo. Aunque no existan.
La vida es buena si no te rindes es una historia de amor.
Porque qué es el amor sino una búsqueda.