Como por arte de magia apareció en abril de 2019 un título original con el que Fandogamia sorprendía a propios y extraños. Uno de los estrenos artísticos más potentes e inesperados del año (y de los más prometedores que se han visto en tiempo), demostrando el buen ojo de la editorial a la hora de sacar al mercado nuevas licencias.
Clara Patiño se curtió en el mundo de la animación, de donde claramente bebe el dinamismo de sus páginas. Haciendo uso de una composición siempre cambiante y una perenne densidad de color, se arriesga con una obra engañosa: sencilla en apariencia gracias a ciertos recursos temáticos de la fantasía y el relato de madurez (y al mal vicio que en ocasiones tenemos los lectores de entender como infantil lo que no lo es), pero compleja y reflexiva en las distancias cortas.
Una piel pesada es un cómic repleto de decisiones argumentales inesperadas. Alma y Nadie, princesas herederas, han de salvar el reino. Pero esta es una historia de hermanas que no está centrada en la sororidad. Un relato en el que los bosques y las altas torres son una constante, pero a los que no se les da un uso tradicional. Unas tierras con gallardos reyes (imperfectos) y terroríficos monstruos que no son del todo culpables de sus pecados (ni tan terroríficos). Un mundo de princesas guerreras que están equivocadas. De protagonistas volubles mangoneadas por el destino, el pasado y la sangre. Porque las venganzas, las deudas de sangre en su más maravillosamente medieval acepción, son el motor de Una piel pesada, que plantea cuestiones esenciales presentes ya en las mejores gestas: ¿acaso no acaban nunca las deudas de sangre? ¿Por qué han de continuarlas los descendientes de los agraviados, dando lugar a un ciclo sin fin? ¿Hay realmente un héroe y un villano cuando se ha producido el relevo generacional en una vendetta y las motivaciones y puntos de partida de la misma se desdibujaron hace tiempo?
Patiño entrega una aventura de crecimiento en la que la gravedad y la autodeterminación hacen que el término young adult se quede corto: una pócima que parte de la gesta griega hercúlea para mezclarse con el cuento medieval europeo, filtrado con unos toques arabescos y orientales —no fácilmente ubicables— que le dan a su mundo un sabor único y propio. Los sólidos contrastes entre bloques de color y el combate de luces y sombras aplicados a lo castillesco parecen tener su origen en el estilismo de los mejores fondos Disney (¿alguien ha dicho La Bella Durmiente?), mientras que la enérgica geometría utilizada y la angulosidad fluida de sus movimientos nos trae enseguida a la memoria al mejor Genndy Tartakovsky y la violencia estética de su Samurai Jack (Cartoon Network/ Adult Swim, 2001-2017), todo ello en una tremenda apoteosis de ceras Manley.
Puede que la autora juegue constantemente con la luz y la oscuridad, el sol y la luna, lo humano y lo inhumano como ideas que bailan replicando el símbolo del yin y el yang, de forma binaria; pero las voces, actitudes y motivaciones de los personajes en esta obra se mueven a lo largo de un rico rango de grises. La compleja relación entre padres e hijas, supuestas heroínas y supuestos monstruos, y las gestas fundamentadas en la toxicidad de una venganza injusta y tergiversada por el tiempo y la familia, garantizan una experiencia de lectura bella e inesperada. Si esta es la primera obra de Clara Patiño, no quiero ni imaginar lo que será capaz de hacer en la segunda.