El Buscón en las Indias

Con osadía y respeto

el buscon

Poco podía imaginar Juanjo Guarnido cuando dibujaba superhéroes para Forum en los años noventa que durante la década siguiente se convertiría en uno de los dibujantes más cotizados del panorama europeo. E incluso de más allá del Viejo Continente, como atestiguan los dos Premios Eisner obtenidos por su celebrado Blacksad. Éxito compartido con su amigo y guionista Juan Díaz Canales, por supuesto, que inicialmente fue quien imaginó al felino detective. E incluso se propuso dibujarlo, ya que no le faltan aptitudes, como demuestra sobradamente su novela gráfica Como viaja el agua. Pero finalmente se impuso el virtuosismo gráfico del granadino, y lo que inicialmente era un homenaje al género negro interpretado por animales antropomórficos, se convirtió en un auténtico best seller que cuenta ya con cinco álbumes publicados hasta la fecha. En ellos supo Canales pulsar todas las teclas definitorias del hard boiled más clásico para potenciar al máximo las habilidades de su compañero, ese alarde de diseño, narrativa, ambientación y color puesto al servicio de unas climáticas aventuras detectivescas que, por añadidura, consiguen paulatinamente complejizar los temas y el tratamiento de los personajes. Desde luego, no es novedoso utilizar animales parlantes en clave realista ni emplearlos como arquetipos físicos que definan su propia naturaleza, pero pocas veces se consigue un resultado tan contundente, atractivo y espectacular.

Blacksad sigue en marcha, lógicamente, y mientras el siguiente libro se va gestando sin prisas, Guarnido realiza colaboraciones varias y series como Brujeando (escrita por Teresa Valero), donde emplea un estilo más juvenil y desenfadado. Pero su siguiente gran proyecto ha tardado tiempo en tomar forma y materializarse, cosa que no extraña, considerando su ambición y envergadura. Esta vez comparte la autoría con Alain Ayroles, un sólido guionista conocido en España básicamente por la serie De capa y colmillos, con quien concibió una idea tan original como descabellada que les sedujo nada más plantearla. Original, por el audaz concepto que desarrolla, y descabellada, por el insólito desenlace que sugiere, ya que El Buscón en las Indias prolonga nada menos que el argumento de la novela más conocida de Francisco de Quevedo, y la conclusión que formula, superadas las ciento cincuenta páginas, puede despertar amores y odios indistintamente.

Mientras Velázquez pinta sus Meninas comienza un complicado flashback que sitúa al pícaro don Pablos embarcado hacia las Américas, justo donde termina la novela de 1626. El cambio de escenario no altera el tono y el espíritu de la misma; sigue siendo un relato tragicómico marcado por la astucia, la violencia y la miseria, aunque la amplitud geográfica del Nuevo Mundo propicie una aventura de mayores proporciones, transitada por militares, hidalgos, frailes, forajidos, esclavos e indios, con el mítico Eldorado como telón de fondo. Ayroles demuestra el adecuado conocimiento del Siglo de Oro y la novela picaresca para aportar la verosimilitud necesaria a una historia basada en un viejo mapa y un deambular constante por altiplanos, junglas, cordilleras e incluso abismos infernales.

El propio álbum también es un objeto a considerar, semejante a un volumen de la época por el color, el aspecto y la tipografía, por no hablar del retrato al óleo en la portada que remite a la pintura del barroco. Es un libro, además, de larga extensión y tamaño superior al habitual, algo imprescindible para albergar la abundante información que contiene cada viñeta y página. Porque Guarnido exhibe un dibujo espectacular y minucioso, de ambientación preciosista, pródigo en escenas multitudinarias y planos  panorámicos, a menudo de exteriores y con gran profundidad de campo. Aunque prolijo en el capítulo documental y en el realismo, tampoco desdeña algún exceso caricaturesco para reforzar la expresividad ni duda en acentuar el dinamismo con recursos propios de su experiencia en la animación. Todo ello matizado por la riqueza de un color que define ambientes pero también separa segmentos temporales.

A pesar del origen clásico de la novela (a la que otorgan numerosos homenajes y referencias), la estructura de la trama no es en absoluto lineal —ni siquiera convencional—, basándose en el propio artificio narrativo y la percepción del lector la originalidad del argumento. En efecto, esta desenfrenada búsqueda del oro, cargada de sorpresivos giros y pistas diseminadas en el espacio y el tiempo, se organiza en base a una sucesión de relatos contenidos unos en otros a modo de muñeca rusa: el de don Pablos al alguacil, el del alguacil al corregidor, el del corregidor al virrey, y el del virrey al propio Felipe IV. Como se ve, un encadenado de historias cuya transmisión oral o escrita va ascendiendo en la escala jerárquica. Guarnido y Ayroles reservan para el final la del propio Buscón al lector, un guiño metalingüístico que contiene una increíble revelación y permite encajar por fin todas las piezas. El desenlace será un reflejo simétrico del inicio, ya que muestra la escena del famoso cuadro de Velázquez vista desde el lado contrario. Es el reverso de la trama: el espejo de una realidad invertida que encierra una cruel e irónica moraleja.

En el último párrafo de la novela original, el protagonista manifestaba su intención de viajar a las Indias y prometía continuar sus aventuras. El libro nunca llegó a ver la luz, pero don Pablos dejó dicho mediante la prosa del escritor: «Y fueme peor, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres». Sin embargo, nuestros dos autores no solo se atreven a realizar esa segunda parte, sino también a contradecir los vaticinios del propio Quevedo.

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