Epiléptico, la ascensión del gran mal

Corazas

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A principios de la década de los noventa, un variopinto grupo de enfants terribles de la historieta francesa se reúnen para formar un nuevo modelo editorial, L’Association. Alejado tanto de las vacuas propuestas comerciales como de las ya caducas introspecciones fantacientíficas de los Humanoides, Jean-Christophe Menu, Lewis Trondheim, Matt Konture, Patrice Killoffer, Stanislas, Mokeït y el autor que nos ocupa, David B., proponen un nuevo modelo de cómic de autor. Frente a las grandes composiciones de páginas y el dibujo detallista propios de la escuela francobelga, sus obras presentarán un estilo descuidado, esbozado a la ligera. Discípulos aventajados del underground estadounidense, centrarán sus esfuerzos en el contenido, renunciando al pesado legado de lo épico para ofrecer una mirada lírica reveladora. Y es en este marco donde David B. se convierte en un maestro indiscutible.

¿Qué lo diferencia del resto de sus compañeros? ¿Qué hace de Epiléptico una obra genuina, original y trascendente? Desde sus inicios en la revista Lapin, David Beauchard, alias David B., desarrolla un intenso imaginario surrealista destinado a la exploración de su complejo mundo interior. Pero pronto comprende que es el punto de partida de lo que será un largo periplo. Falta un elemento catalizador capaz de unir sus inquietudes intrínsecas (las que lo hacen tambalear) con la asfixiante realidad que lo rodea (la que lo condiciona y no puede negar o ignorar). La respuesta parece hoy en día obvia: añadir el elemento autobiográfico. Sin embargo, dentro de su contexto, ni era un recurso demasiado común para el público francés de la época, ni se trataba de emplearlo de forma banal como un superfluo punto de vista que hiciera más ágil narrativamente el desarrollo de sus historias. Su compromiso era ofrecer una visión íntegra de su ser, sin tapujos ni cortapisas, henchida de sinceridad. Y eso hace de los seis tomos de Epiléptico, un relato emocional in crescendo a la altura de referentes como Maus de Spiegelman o La noche de Druillet. Del primero toma el conflicto familiar latente, del que cambiará el papel protagonista (de padre a hermano mayor), pero no así el sentimiento de culpabilidad subyacente al sentirse en deuda con un dolor que lo ha forjado como narrador y le ha aportado fama. Del segundo, el uso de una especie de catarsis onírica para volcar su angustia por un sentimiento de impotencia al ver sufrir a un ser querido, da igual que sea por una enfermedad mortal (en el caso de Nicole, la esposa de Druillet) o crónica (la epilepsia de su hermano, Jean-Christophe).

En cualquier caso, David B. nos transporta al origen de sus obsesiones para que exploremos con él la configuración de su personalidad y pensamiento, de sus gustos y pasiones. De la infancia a la madurez, la cruel enfermedad de su hermano es un fantasma presente en cada uno de sus actos. Pero el mal que lo aqueja no es la preocupación por su salud, si no el paulatino proceso de distanciamiento hacia este, que lo convertirá en un completo desconocido. David B. no quiere reflexionar sobre el porqué de su enfermedad, sino que quiere mostrarnos el origen de su coraza íntima. Y hace honor a la verdad, aunque se le vuelva en contra. Mientras que sus padres se vuelcan por completo en tratar de buscar una cura ante el desconocimiento y recelo general que implicaba la epilepsia, David B. se aleja de esa pesadumbre y se refugia en el arte y en sus propios fantasmas internos.

No es una postura egoísta, sino de superviviente. Desde ese niño que mira con incomprensión los primeros síntomas de su hermano y ve cómo una legión de gurús macrobióticos o neurólogos de última generación experimentan sin pudor con las esperanzas de su familia, hasta el adulto que contempla la transmutación de su hermano en un ser gris y aislado, hinchado de rencor y violento en sus formas pero al que sigue amando por encima de todo, incluso de sí mismo.

A las anécdotas que componen las distintas etapas de su autobiografía, añade los relatos de recuerdos familiares o la exploración de su universo de sueños. Son sus mecanismos de defensa para apartar a un lado el sufrimiento y la locura y reconvertirlos de forma natural en los ejes de su creatividad. Por ello, y de forma paulatina a lo largo de estos seis tomos, la épica de sus primeros recuerdos (las batallas campales con sus amigos o su primer contacto con los libros históricos) se integrará poco a poco con un trazo intimista, de soterrado carácter simbólico. La historia, su propia historia, se erige en una iconografía de su personal universo hermético.

Epiléptico supone un punto de inflexión determinante en la historieta europea contemporánea. Posteriores obras introspectivas como Persépolis, Píldoras azules o Mis circunstancias deben su madurez a un desgarrador y valiente compromiso con el dolor. Una compleja intersección de narración y lirismo, de realidad y sueño, de dulzura y crueldad, que mostrará a todas luces y con detalle las aristas cortantes de un alma atormentada por su propio vacío.

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