Olivier Schrauwen es, con permiso de Chris Ware, el gran renovador del lenguaje del cómic en Occidente. En España, Fulgencio Pimentel nos nutre periódicamente de sus cómics, entre los que destaca la trilogía de Arsène Schrauwen (2014-2017), una obra que condensa todas las virtudes del autor y que ha sido una de las más importantes publicadas en nuestro país en los últimos años. En ella podemos comprobar que la revolución Schrauwen va más allá del dibujo que rompe el molde del naturalismo, de su forma de representar las emociones o los procesos mentales, y tiene que ver, también, con una subversión de los tópicos de la narrativa clásica, tanto de sus tropos como de sus estrategias formales. Muchos de los recursos que se habían convertido en habituales —o, incluso, preceptivos— en cierta novela gráfica, aquella cuyo canon contribuyeron a conformar Daniel Clowes, Chester Brown o Charles Burns, se encuentran ausentes en las historias de Schrauwen, quizás no solo porque haya en su obra un deliberado ánimo iconoclasta, sino también porque sus influencias son muy variadas.
En Vidas paralelas Schrauwen recopila seis historias cortas, campo en el que es un consumado maestro. Todas tienen en común adscribirse, de una forma u otra, a la ciencia ficción, uno de los géneros más explotados en el cómic, de modo que se han acumulado muchas normas no escritas acerca de cómo debe ser un buen relato breve. Schrauwen, sin embargo, no está interesado en la clásica estructura narrativa ni en el típico giro sorprendente al final que anteceda al mensaje moral. También retuerce las voces narradoras, que son abordadas desde una óptica posmoderna que cuestiona la realidad y los conceptos de verdad. Resulta muy significativo que casi todas las historias estén protagonizadas por un alter ego o descendientes de Olivier Schrauwen, del mismo modo que Arsène Schrauwen estaba protagonizado por su supuesto abuelo. Este tipo de decisiones le permiten parasitar las claves de la autobiografía y la memoria, que, por supuesto, subvierte cuando desarrolla historias llenas de disparates e ideas extravagantes.
El mejor ejemplo es una de las mejores piezas de Vidas paralelas: Grises se presenta como un testimonio directo y veraz en el que el autor relata su propia abducción por parte de extraterrestres, con incursiones en la abstracción como forma de representar lo inefable. Además del componente apocalíptico propio de la narrativa ufológica, está muy presente una cierta erótica, un deseo no normativo e indefinible. El resto de historias no son una excepción. Los colores que se encuentran en todas ellas, fluorescentes, saturados y chiclosos, que imitan el acabado de la serigrafía, son la primera puerta de entrada a un erotismo sensorial, no explícito, pero que nos invade derribando tabúes. Los personajes de estos relatos son puramente queer, y se sitúan en un futuro no datado en el que el mayor cambio tiene que ver con el género y el sexo, que se han convertido en cuestiones totalmente fluidas y mutantes. En Hola la gente está consagrada al placer sexual y al hedonismo, y el contacto del protagonista con su ancestro, a través de una grabación en vídeo, permite explorar el choque cultural con el futuro sin moraleja, cargando las tintas con mucho humor en la mentalidad del pasado.
Por el hedonismo también transita Tebeízame, que se centra en la existencia de una app que posibilita cambiar la apariencia caricaturizándola en diferentes grados, lo cual permite a Schrauwen explorar la influencia del estilo de dibujo en la recepción de los lectores. Scatman, aunque emplea el humor y tiene un aire frívolo, es también la historia con una mayor presencia de crítica social: las personas tienen asignada una cantidad de dinero fija que pueden administrar para vivir pocos años a todo tren, o muchos, sumergidos en la precariedad. La coincidencia total de vida virtual y vida real permite que los trolls nos hablen directamente en el cerebro, exponiendo las flaquezas y las hipocresías de esa vida moderna en la que las dinámicas tóxicas campan a sus anchas sin que la empatía más básica pueda frenarlas.
El Sr. Amarillo desconcierta porque resulta el más convencional de los relatos de Vidas paralelas, una historia contada con estricta economía narrativa, en una plantilla de cuarenta y cinco viñetas por página y un tono onírico y lisérgico potenciado por la paleta de colores escogidos. Funciona como un interludio previo a la historia más larga y redonda de todas: Nuevos y viejos mundos. El título nos indica su tema principal: el viaje inverso del utópico y tecnificado futuro hasta unas vidas más sencillas y apegadas a la tierra. Nada lo ejemplifica mejor que las maneras en las que practican sexo los dos protagonistas al comienzo y al final del relato; curiosamente, la ingenuidad adánica que exhiben en su exploración de un planeta lejano, en el que sus seres inteligentes viven como tribus de África, es la misma con la que concluyen su experiencia, viviendo como robinsones en una isla desierta. Schrauwen parece decirnos que si el mundo moderno nos aletarga y vuelve idiotas, el regreso a la vida sencilla no mejora nada. Es un golpe a la fe en el futuro y a la nostalgia del pasado al mismo tiempo —ambas narrativas emocionales antes que racionales— que se entremezcla con una crítica a lo colonial, también presente en Arsène Schrauwen.
La inteligente reinvención de la ciencia ficción desde una posición puramente personal sitúa este cómic en la órbita de otros autores contemporáneos como Michael DeForge, Ana Galvañ o Jesse Moyniham. Schrauwen demuestra que el género tiene plena vigencia, siempre que se aborde con valentía y frescura, sin sentirse esclavo de las formas del pasado, como tantas veces sucede en los cómics de ciencia ficción. ¡Menuda contradicción es esta!