El dibujado

Del museo al cómic

Eldibujado

Cuando en 2019 Paco Roca concibe el proyecto expositivo de El dibujado, lo hace a través de una sola idea rectora: las paredes de la sala de exposiciones son el «papel» en el que tiene que desarrollar su cómic. El soporte va a condicionar la narrativa creada por el historietista, obligándole a enfrentarse a un espacio inmenso y tridimensional, un espacio que ha de ser recorrido para poder leer la historieta que alberga; y que, por tanto, se encuentra en las antípodas de lo que es un cómic al uso. Por ello, trasladar El dibujado del espacio museístico al formato de un álbum de historietas es un reto mayúsculo, ya que no es posible una simple traslación de contenidos —copiar literalmente las viñetas que lucen en la pared del museo a las hojas del álbum, para que el lector me entienda—; sino que es necesario crear una nueva narrativa que funcione en el soporte en que habitualmente se desarrollan los cómics. Para no traicionar la génesis del proyecto, Roca mantiene la misma estructura que la exposición. Es decir, crea diversas líneas narrativas paralelas en forma de sucesiones de viñetas que se interrelacionan y se cruzan entre ellas. El historietista usa la viñeta de forma muy creativa, de un modo que está emparentado con las propuestas de Chris Ware, en especial, con su extraordinario álbum Fabricar Historias.

Pero aquí terminan las similitudes con el proyecto expositivo y el dibujado como cómic. El álbum es un cómic que se lee como cualquier otro, pasando las páginas; y para poder llegar a este resultado, ha habido que realizar muchos cambios. La adaptación al papel del historietista es, ante todo, muy inteligente y elegante. Evocando a la pintura oriental, Roca entiende la hoja en blanco como un gran espacio infinito, en el que crea líneas que lo habitan. Cada una de ellas está formada por una sucesión de viñetas que literalmente serpentean por la blancura del papel. En cierto modo, es una cita autorreferencial, que recuerda a algunas de las más bellas páginas de otra de sus obras, Regreso al Edén, donde el tiempo infinito se acota mediante la sucesión de viñetas colocadas en línea. Roca mantiene tres líneas narrativas de viñetas en paralelo, hasta que uno de sus personajes rompe los límites del marco que lo contiene y literalmente se sale de ella. En ese momento, las reglas del juego cambian, y el formato también. El dibujado comienza a habitar el espacio en blanco de la hoja; y dado que se trata de un espacio sin acotar, se simula su falta de límites mediante páginas desplegables de diferentes tamaños. Se trata por tanto de un cómic altamente experimental, de un libro objeto que juega con la narración gráfica por caminos poco transitados.

Más allá del aspecto formal, El dibujado presenta una historia bien interesante. El museo es quizá el espacio por excelencia que la sociedad reserva a la creación; y, por tanto, este es también el tema central de la propuesta de Paco Roca, sea en las salas del museo o en el cómic impreso (es decir, un libro, que es otro de los soportes habituales de la creación). El historietista plantea un diálogo entre el dibujante como creador y el dibujado como creación; mostrando cómo las fronteras entre ambos se difuminan.

En su día a día como autor, Paco Roca ha aprendido que en el proceso de génesis de cualquier historieta hay un momento en el que la historia parece tomar vida propia y te lleva por caminos que a priori pensabas que no tendrías que recorrer. De algún modo, el historietista es como un dios, un creador de micromundos coherentes, que no son otra cosa que las historietas en las que trabaja. Roca plasma gráficamente esta idea en este cómic. Cada una de las tres líneas narrativas que se crean en El dibujado está dedicada a un protagonista distinto. La primera, situada en la parte superior de la hoja, muestra al pintor/ dibujante, al que se ve ejecutar diversos lienzos. Sus trazos se materializan en la segunda línea, situada en la parte inferior, que está dedicada a lo pintado. Se trata de una realidad en la que los personajes son conscientes de la existencia de un creador, pero son incapaces de interactuar con él. Finalmente, la tercera línea narrativa está protagonizada por El dibujado, una de la creaciones del pintor, y único personaje capaz de trascender la barrera entre el creador y la obra. Al romper los límites del lienzo o viñeta que lo contienen, se convierte a sí mismo en creador, y comienza a alterar aquello que el pintor/dibujante ha creado. Es la plasmación gráfica de esa sensación antes descrita en la que la historia ya rueda sola y el autor se convierte en una especie de testigo de los acontecimientos, en lugar de ser el motor de los mismos.

Todo ello convierte a El dibujado en una pro- puesta única que sirve para evidenciar dos verdades para mí incontestables. La primera de ellas es que la capacidad narrativa del noveno arte es infinitamente versátil; mucho más de lo que aporta el cómic clásico. Y la segunda, que la relación entre museos y cómic da pie al desarrollo de propuestas híbridas tan interesantes como esta, que, de otro modo, nunca se habrían producido.

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