Un tributo a la tierra

Deudas que no prescriben

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Con cada nuevo título que el estadounidense de origen maltés Joe Sacco (1966) entrega al público nos asalta la duda de hasta dónde será capaz de seguir abriendo las fronteras del medio. De pocos autores, al fin y al cabo, se puede afirmar también que han sido creadores de un género, y ese es precisamente el caso de Sacco, capaz de fusionar realismo, la estética underground del noveno arte y su formación como periodista para ofrecer en sucesivas entregas reportajes periodísticos de mayor o menor tamaño sobre conflictos violentos de naturaleza política.

Un tributo a la tierra (Reservoir Books, 2020) es quizás una nueva vuelta de tuerca más en su trayectoria, sin que por ello sea casi imposible no vincularla a Notas al pie de Gaza (2009), quizás su gran obra maestra hasta la fecha. Caeríamos en un error, sin embargo, si olvidáramos su obra más reciente hasta la que nos ocupa, La Gran Guerra (2013), un desplegable de siete metros sobre el primer día de la batalla del Somme en el que, mediante el procedimiento de narración continua, Sacco recreaba un momento con diversas escenas sobre un decorado invariable en el tiempo. Aquel mecanismo visual perseguía que la mirada del lector recorriera la ilustración sin la presencia de cortes, quedando la narración liberada de la dictadura geométrica de la rejilla y los blancos tan propios del lenguaje del cómic. Un tributo a la tierra responde al espíritu de aquella obra. Sin prescindir del texto en esta ocasión, desde el punto de vista gráfico, Sacco ha optado por desparramar casi la totalidad de su narración por el ancho completo de unas páginas casi siempre sin enmarcar, al tiempo que borra su presencia al máximo cediendo todo el protagonismo a sus fuentes. El resultado es una sucesión de estampas en las que bien rostros humanos en primer plano, bien escenas narrativas que remiten directamente a lo narrado por los anteriores, comprenden el grueso de una historia densa y compleja a partes iguales (a veces incluso extenuante), en la que pasado y presente se funden en un continuum simultáneo.

Sacco nos presenta aquí a otro tipo de víctima y otro tipo de violencia. Con la desaforada carrera en busca de recursos energéticos y sus consecuencias para con el medio ambiente —cambio climático— como trasfondo, nos acerca la problemática de la construcción y explotación de un gasoducto que atraviesa los territorios del noroeste de Canadá. La aparente crítica al capitalismo extractivo —especialmente al fracking—, va dejando paso al nudo gordiano del libro: la sempiterna y falaz contradicción entre (lo que llamamos) civilización y barbarie, por la senda del «progreso».

Vaya por delante una advertencia: la dicotomía mencionada es una construcción cultural producto única y exclusivamente de una visión colonialista occidental blanca y capitalista del mundo.

Así Un tributo a la tierra se convierte en un reportaje, pero sobre todo en un ensayo sobre el proceso de colonización, supervivencia y descolonización de uno de los pueblos originarios del Canadá, los dene. Sacco —más bien sus personajes—, se explaya al explicar el vínculo que une a este pueblo—en realidad casi la de la mayoría de las naciones originarias de la América del Norte, temática con la que ya había trabajado en Días de destrucción, días de revuelta (2015) junto al periodista y ganador del Pulitzer, Chris Hedghes—, con la tierra, de la que se sirven y a la que se deben. Una relación compleja y ambivalente que aparece marcada ya desde el título original, Paying the land (pagar, pero, de alguna manera, también honrar la tierra), de difícil traducción en castellano. Desde el comienzo del libro subyace el concepto de propiedad y su difícil traslación intercultural. Como muestra, la incomprensión mutua de los tratados de explotación minera «aceptados» por unas comunidades que, sin embargo, reconocían la imposibilidad de ceder algo que no le pertenece a uno.

El pecado original de toda experiencia colonizadora da paso a una realidad actual en la que subyacen el aislamiento social, abusos de todo tipo y el trauma causado por el «genocidio cultural» al que fueron sometidos los dene por parte de las autoridades canadienses desde la primera mitad del siglo XX. Fruto de esa política —sin duda la parte más dolorosa del libro—, unos 150.000 niños fueron separados de sus familias con el único fin de romper sus vínculos con la tierra (y sus familias) en un proceso «civilizatorio» clásico de dominación, con el fin de «arrancar» del «indio» su naturaleza «salvaje»: desde la lengua a las costumbres, hasta convertirlo en un despojo sin identidad. Aun así, lejos de explotar el tópico de «la inocencia del buen salvaje», Sacco explicita las contradicciones y la lucha que se da en el seno de dichas comunidades, la vuelta a una identidad si no del todo arrebatada, sí herida de muerte. Son precisamente los descolonizados quienes enfrentan la tarea más difícil: ¿es posible el equilibrio entre el respeto a la propia identidad —y a la tierra como parte de la misma— y los beneficios del mundo moderno? La hipótesis que subyace es unívoca: no cabe otra alternativa que romper con el sistema (de explotación capitalista) actual que nos lleva al desastre. De alguna forma, es el propio dibujante quien en uno de sus tradicionales ejercicios autoparódicos acabará por ofrecer una pista: «¿cuál es la diferencia entre una compañía petrolera y yo? Ambos hemos venido a extraer algo».

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