Nuria y sus dos amigas están muy excitadas: ya tienen once años y eso les permite celebrar una fiesta muy especial en el McBurguer’s, un restaurante de comida rápida que, además de hamburguesas, ofrece particulares viajes espacio-temporales. Con esta premisa de base, la murciana Ana Galvañ entrega por fin su esperada segunda novela gráfica, tras la buena acogida que tuvo Pulse Enter para continuar (Apa-Apa, 2018). Galvañ no es conocida solamente por su trabajo dentro del mundo del cómic, sino que —entre historieta e historieta— la autora lleva a cabo una más que consistente labor como ilustradora para cabeceras de primera línea, como The New Yorker, The New York Times, El Corriere della Sera o El País. Así pues, entre el primer cómic y este segundo, las expectativas sobre su nuevo trabajo y sobre la línea discursiva que desarrollaría en el terreno de la novela gráfica no han hecho más que crecer.
Galvañ es la encarnación perfecta de esa figura híbrida ilustradora/historietista cada vez más común en nuestro panorama: Miguel Gallardo, Darío Adanti, Nadia Hafid, Pep Brocal y un gran puñado de profesionales navegan hoy en ambas aguas. Galvañ es un caso estupendo para entender en qué puntos confluyen el lenguaje de la ilustración y de la historieta; si en el encargo propio de la ilustración el talento de la autora ya exhibe ciertas señas de identidad, estas culminan y se confirman en la página de cómic. Porque es en la historieta donde Ana Galvañ puede por fin hundir la cuchara de su amargura sutil e hilar sus tapices semitransparentes de metáforas de hondo calado.
En el estilo gráfico, el trabajo de Ana Galvañ se caracteriza por los tonos pastel, la semitransparencia en los planos de color superpuestos, una cierta amabilidad en las formas —orondas y texturizadas— y unas composiciones aireadas, que respiran. Subyace la Galvañ diseñadora gráfica, eficaz en la composición, certera con la paleta de color y con una ejecución impecable. Si hacemos hincapié en la vertiente estética de su trabajo es porque Galvañ pertenece a esa generación de autores de cómic más experimental y conceptual que actualmente está en buena forma en nuestro país y que alumbra creaciones cuyo valor plástico es tan relevante como el narrativo.
Las novelas gráficas de Galvañ dependen de cierto aire retro que resulta ser la mascarada ideal donde poner a bailar sus narraciones de ciencia ficción. Estas se sitúan en un espacio temporal que ya llamamos por consenso común Black mirror, aludiendo a la serie británica que se desarrolla en un futuro cercano mediado por la tecnología. Si bien en Pulse Enter para continuar la autora proponía una narrativa fragmentada en varias historias cortas, Tarde en McBurguer’s acompaña a unos personajes desde su preadolescencia hasta varias décadas más allá. Pero no estamos ante una ficción cronológica, sino más bien frente a una narración reversible, frente a una línea temporal con varios desvíos que deben recorrerse (esto es, volverse a leer) varias veces para comprender bien el juego caleidoscópico que Galvañ plantea. En este sentido, el cómic se hermana con películas como El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 2000), Déjame salir (Jordan Peele, 2017) o la más reciente Cosmética del enemigo (Kike Maíllo, 2021), ejemplos paradigmáticos de filmes que se desenlazan demostrándonos que toda la trama que hemos visto hasta el final necesita una segunda lectura. He mencionado tres películas no de ciencia ficción, sino de terror contemporáneo, porque, bajo el disfraz de ciencia ficción (convenientemente tamizado por el filtro vintage), Galvañ apela a los terrores profundos y psicológicos que se nos han ido adhiriendo a lo largo de la vida en el proceso de crecimiento.
«Seleccione fragmento futuro», ordena un asistente virtual a las niñas antes de atravesar la membrana intramolecular que las teletransportará a otros tiempos y espacios: seleccionando fragmento y apretando Enter, Ana Galvañ ofrece a dos de las protagonistas del cómic la posibilidad de viajar a momentos determinados de la historia de una misma. Porque la propuesta del cómic, en su base, es una invitación a operar sobre el nudo de los traumas de cada cual, sobre los momentos cruciales que la vida presenta, tales como la muerte de los padres o nuestra propia vejez. Me deja maravillada la sensibilidad que Galvañ tiene para captar el espíritu de la preadolescencia, esos 10 u 11 años que no son una edad tan sencilla de comprender ni de retratar desde la adultez. Así como rebosamos de clichés sobre la pubertad, los treintañeros o los cincuentones, la prepubertad se nos presenta como una época brumosa, difícil de evocar, una interzona frágil y rara: semi transparente, como los propios dibujos de Tarde en McBurguer’s. Pero precisamente ahí se forjan intensas experiencias e impresiones sobre las que nos permite operar, como una maga, Ana Galvañ.