Mujeres de Salem

Somos las hijas de las brujas que no pudisteis quemar

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La historia es bien conocida por todo el mundo. A finales del siglo XVII, en el puritano Nuevo Mundo, el delirio de los habitantes de varias ciudades hicieron creer que sus vecinos era brujas y brujos y sus pueblos estaban tomados por el mismísimo diablo. Hacia el final de 1693 más de ciento cincuenta mujeres y hombres fueron detenidos y encarcelados solo con acusaciones muy vagas de terceras personas. La histeria religiosa del Condado de Essex, formada por una comunidad de puritanos, exigía el castigo por brujería. Las víctimas más conocidas de esta fiebre religiosa son las cinco mujeres de Salem Village, el actual Danvers. Las dos niñas: Betty Parris —la hija del reverendo Samuel Parris— y su prima Abigail Williams, las primeras «poseídas» por el diablo; Tituba, la sirvienta de la casa Parris; la terrateniente Sarah Osborne; y la indigente Sarah Good. De estas cinco mujeres, solo Sarah Good fue ahorcada, Osborne sería condenada a morir en la cárcel, y Tituba estuvo un año en prisión. Las dos niñas salieron de prisión por ser menores de edad y deducir el jurado que estaban poseídas contra su voluntad. Muchas historias cuentan que las dos niñas se lo inventaron todo y la superstición de la época hizo el resto.

Aunque también hubo muchos hombres acusados de brujería, la caza de brujas de Salem fue otro claro ejemplo de cómo una sociedad religiosa patriarcal se enfrentaba con ira y miedo contra aquello que desconocía, sobre todo contra todo lo femenino, en una sociedad donde las mujeres no tenían ni voz ni voto. Este hecho histórico le sirvió al dramaturgo Arthur Miller para escribir la obra de teatro El crisol o Las brujas de Salem, una clara alegoría de la caza de brujas del senador McCarthy, donde el laureado dramaturgo norteamericano convirtió a la niña Abigail Williams en una joven manipuladora y cruel capaz de hacer creer a todo un pueblo que varias personas de la ciudad han pactado con el diablo, incluido a su amor, el granjero casado John Proctor. Aunque Miller quería denunciar el macartismo con su obra, demostró tener los mismos prejuicios que la gente que quemaba brujas trescientos años atrás, transformando a una niña de diez años en una joven vil más parecida a una bruja adolescente.

El joven autor francés Thomas Gilbert (Angers, 1983) también convierte a Abigail Williams en una adolescente, pero no para crear a una mujer fatal del siglo XVII, sino a una incomprendida joven que se siente ahogada por la mojigatería de su época. Gilbert le da una inteligente vuelta de tuerca a los juicios de Salem con una notable obra donde el sufrimiento de las mujeres condenadas a brujería se hace patente en el mismo dibujo, donde la decrepitud física y la injusticia moral de sus jueces y verdugos impregna los trazos de una obra que puede llegar a ser bella, colorista y bucólica cuando Abigail y sus amigas corretean por el inmenso bosque casi mágico que rodea Salem Town, pero igualmente puede ser oscura, feísta, opresiva y cercana a la pesadilla goyesca cuando el mal y la injusticia destrozan la mente y el cuerpo de las protagonistas.

Su estilo pictórico es bastante libre, tan influenciado por el arte de Taiyô Matsumoto como por la BD francesa más clásica, formando parte de una generación nueva de autores nacidos en la década de los ochenta influidos por el manga, como el también muy interesante Loïc Locatelli-Kournwsky (Oyonnax, 1987).

Gilbert critica al patriarcado en esta obra feminista compleja, absorbente y dura, pero también introduce una relación entre la protagonista, fuerte y decidida, y un joven indio de la zona. El racismo y el miedo a lo desconocido forma parte esencial de este cómic que ha actualizado una época oscura de la historia norteamericana con una visión feminista que, francamente, es mucho más interesante que la que Miller realizó en la década de los cincuenta. Un bello homenaje a todas aquellas hijas de las brujas a las que no pudieron quemar.

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