Superman contra el Klan

Un lugar en el mundo

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Superman apareció por primera vez en 1938 en el número 1 de Action Comics. Ya tenía sus colores rojo, amarillo y azul, y su icónica «S» en el pecho (aunque no había evolucionado hasta la especie de diamantes del contorno más conocido) incluso ya llevaba los calzones por fuera, aunque era un héroe muy distinto. Sus poderes eran diferentes. Tenía superfuerza y supervelocidad, pero no volaba, tan solo saltaba muy alto. No lanzaba rayos por los ojos, ni tenía un superaliento helador. Eso llegaría más tarde.

«Es un pájaro, es un avión… ¡es…!». Esperad un momento. En esta historia, que se basa en aquella edad de oro… no lo hace… al menos no todavía. Antes de eso, muy lejos del Übermenschen de Friedrich Nietzsche, en sus primeras hazañas, cuando aún no tenía definidos muchos de los superpoderes que le acompañan en sus aventuras más recientes, Superman se enfrentó al racismo y lo hizo «más veloz que una bala y más fuerte que una locomotora», con la capacidad de motivación, eso sí, intacta. Porque seguía siendo Superman. El adalid de la libertad, el Gran Boy Scout.

Así lo imaginaron Jerry Siegel y Joe Shuster, sus dos creadores, adolescentes de Ohio, hijos de in- migrantes judíos que habían intentado crear un superhombre después de que emigraran los suyos ante la creciente situación supremacista que se estaba generando en Europa. Desgraciadamente, aunque sus apellidos originales cambiaron, nada les protegería del odio imperante también en la sociedad norteamericana de la época. Su primer Superman vio la luz en 1933 en su propio fanzine (Science Fiction) en una historieta que titularon «El reinado de Superman», que iba de un villano calvo con poderes mentales que pretendía destruir la Tierra trasladando pensamientos de odio en los demás. Ya desde el germen de su super creatividad, Jerry y Joe concentraron esfuerzos en concienciar sobre los peligros que el odio generaba. Su concepto de Superman evolucionó mucho en cinco años, y el persona- je se transformó en un ser de luz, un alienígena vestido de forzudo de circo que intentaba ayudar a los demás. El extranjero que, de alguna forma, tenía parte de ellos mismos y de sus familias. El «otro» en tierra extraña que ocultaba su identidad bajo el traje gris de un anodino periodista con gafas y corbata. Superman oculto en Clark Kent, cuando en realidad los dos ocultaban a Kal-El. El último hijo de un planeta moribundo. El superviviente de una cultura extinta.

Se entiende muy bien que todo este contexto atrajera al escritor y dibujante Gene Luen Yang cuando era joven y que, al descubrir que en el serial radiofónico de Las aventuras de Superman (1946) el héroe derrotaba a una banda de supremacistas blancos, el Clan de la Cruz Ígnea (una versión muy poco disimulada del Ku Klux Klan), que estaba acosando a una familia chinoamericana (él mismo lo es, así que toda la obra está impregnada de un regusto de verosimilitud especial) que se había mudado a Metrópolis y que esa historia le sirviera de inspiración para escribir esta. Porque Superman contra el Klan es una sugestiva versión de aquel serial capaz de atraer a lectores de todas las edades (aunque el público objetivo de esta línea de novelas gráficas sea el denominado por las editoriales como «joven adulto»).

La historia se ubica en ese mismo año 1946, en un claro guiño referencial, y se centra en Roberta y Tommy Lee, dos adolescentes que se acaban de cambiar de casa con su familia por el trabajo de su padre. Tommy consigue adaptarse rápido, mientras que a su hermana le cuesta más. Echa de me- nos sus costumbres, sus tradiciones y su lenguaje. En seguida llaman la atención del Klan, que les quiere dañar por ser extranjeros, pero pronto tendrán la ayuda de Superman; aunque la ayuda será mutua cuando entre en escena cierta roca verdosa que debilita al kryptoniano.

Superman enfrentándose a enemigos mundanos pero terriblemente contemporáneos y luchando contra el racismo y la xenofobia. Todo ello en unas páginas dibujadas con un mimo especial por Gurihiru, alias que alberga a la pareja artística japonesa Chifuyu Sasaki (dibujo y tinta) y Naoko Kawano (color), que componen unas viñetas que brillan con luz propia, a medio camino entre el cómic de superhéroes más clásico y el manga, pero con un toque moderno muy dinámico. Y todo ello en una historieta donde el autoconocimiento y el paso de la adolescencia a la edad adulta son topoi muy importantes.

Un cómic honesto, vibrante, con unas capacidades enormes para llegar a diferentes lectores, cualidades sin duda que se valoraron a la hora de entregarles un Premio Harvey al mejor cómic juvenil. Una reflexión en viñetas sobre la búsqueda del «yo», de la identidad, frente a la «otredad», contra todas las formas de odio y en el reconocimiento del valor propio como parte del mundo. Porque al final es eso lo que buscan Roberta y Tommy Lee; lo que busca Superman. Lo que buscamos todos. Un lugar en el mundo.

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