Mascotas, espíritus y otros prodigios del Inframundo

Dante en el ascensor

Pep Brocal (Terrassa, 1967) lleva tiempo firmando algunas obras que merecen figurar entre lo más destacado de la producción anual de historietas. En Alter y Walter o la verdad invisible (2013), álbum que pasó tal vez demasiado desapercibido, era inevitable no sentirse atrapado por esa especie de road movie claustrofóbica (leyendo el álbum se comprueba que no son términos contradictorios) cercana tanto al universo alucinado de David Lynch como a las disparatadas andanzas de los tebeos de Bruguera. En Cosmonauta (2017) los viejos cánones de la ciencia ficción se combinaban con eficacia en una historia de amor a tres bandas donde unos astronautas solitarios surcaban el espacio en una última y desesperada misión. Ahora le ha llegado el turno a su novela gráfica más extensa: Mascotas, espíritus y otros prodigios del inframundo (Astiberri). A través de la historia de Amalia, una joven portera que ha heredado el puesto de trabajo de su difunta madre, Brocal retoma algunos de los temas tratados en sus anteriores obras —el mundo real y el otro mundo, los amores rotos, la muerte— y lo hace de una forma más ambiciosa y, si cabe, más brillante, hasta el punto de convertir este cómic en una envidiable lección de vigor narrativo y de soltura plástica.

Inframundo —usemos su nombre corto— es una mezcla de comedia, drama, fantasía y viaje iniciático, que contiene una doble historia de superación personal: vencer el miedo a salir de la zona de confort y asumir la muerte de un ser querido. Con este punto de partida, la obra entra en una espiral cada vez más fantasiosa sin que la historia descarrile ni desfallezca. Y dando cohesión al relato aparecen un sinfín de resonancias internas que tienen que ver con el descenso y con el tránsito de bajar al otro mundo. En primer lugar está la remisión a la obra de Dante Alighieri: Inframundo puede leerse como una adaptación libre —muy libre— del Infierno de Dante, aunque no se presente como tal adaptación. Parece como si Brocal, consciente de tantas versiones fallidas de textos clásicos de la literatura, hubiera tomado sus precauciones y decidiera guiarse con el poeta —así como Virgilio guía a Dante en el Infierno— pero sin pretender abordar directamente un trabajo de adaptación. Por otra parte, hay una constante referencia al descenso y a la contraposición entre lo que está arriba y lo que está abajo, entre el cielo y el infierno. Por supuesto está el ascensor, que es lo que permite el descenso al inframundo, pero no solo eso: Amalia es la portera de un edificio, y vive abajo, en una escalera de vecinos de la que solo conocemos a los de los dos últimos pisos, los del quinto y el ático, es decir, los que viven arriba; paradójicamente ella se siente bien en los bajos de la casa, el infierno son los vecinos de las plantas altas. Y por último está algo que preside todo el libro: la tensión entre la alta cultura (Dante) y la cultura popular, también llamada baja cultura (Bruce Lee). Ambos personajes tienen un papel esencial en estas páginas, los dos hablan con la protagonista y le sirven de guía, uno más espiritual (irónicamente es Lee), y el otro más físico, ya que con su barca le lleva a visitar los círculos del infierno de su inmortal obra, círculos que se han convertido en plantas de reciclaje, en un caldero de espíritus infelices. Como se ve, el humor sigue siendo esencial en los cómics de Pep Brocal y sirve para poner algo de distanciamiento con la historia.

Otro feliz hallazgo de este álbum es el dibujo y todos los elementos que giran en torno a él: el color, la composición de las viñetas y la estructura de la página. El autor aprovecha su experiencia como ilustrador y su conocimiento de técnicas de impresión como la xilografía o la serigrafía para usar gamas cromáticas muy contrastadas y así delimitar escenas, encuadrar momentos temporales o identificar lugares importantes como el edificio donde vive Amalia. Incluso el rojo, esencial en una obra que nos acabará llevando hasta el infierno, se dosifica con inteligencia: aparece vigoroso en una parte de la portada (la parte baja, claro está) y en las guardas del libro, pero casi desaparece al arrancar la historieta o se usa de forma atenuada; en realidad, no volverá con fuerza hasta que aparece Dante tocado con un gorro rojo que parece anunciar el inminente regreso de este color en la imponente secuencia del infierno.

El dibujo presenta un trazo muy bien delineado, casi de línea clara, que adquiere una nueva dimensión plástica y expresiva con una paleta de color más cercana a la oscuridad y al barroquismo de George Grosz que a la luminosidad de Hergé. Y en este descenso del mundo real al inframundo, la tensión cada vez más aguda del relato se acompaña de una imaginativa composición de página que alcanza momentos de gran intensidad.

Lo resume bien Paco Roca en la contraportada del libro cuando escribe que Inframundo es «una espectacular odisea visual». Y así es. La aventura de Amalia es también una aventura estética de primer nivel, un viaje inolvidable en el que el lector solo tiene que dejarse llevar por la mano experta de un guía llamado Pep Brocal.

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