Alguien podría decir que Will Eisner inventó la historieta y no sería estrictamente cierto, pero tampoco sería del todo falso. Si ese americano alcanzó la divinidad en el mundo de las viñetas fue a base de demostrar que su ingenio tenía un caudal inagotable y que su imaginación saludaba a su época a través del espejo retrovisor. Lo realmente importante de todo esto es que a Eisner le bastaban siete páginas para conseguir lo que millones de autores no eran (ni serán) capaces de alcanzar a lo largo de cientos de hojas y millares de viñetas: contar buenas historias.
En 1939 los tebeos invadían las habitaciones estadounidenses en un boom que hacía temblar a unos periódicos preocupados por la posible competencia que representaban las páginas cargadas de bocadillos. Everett M. Arnold se reunió con Eisner para plantearle la posibilidad de orquestar un suplemento en forma de tebeo que hiciese compañía a los rotativos y el autor se sacó del sombrero The Spirit, una serie creada evitando de manera premeditada la endogamia del género. Eisner no tenía simpatía por los superhéroes y se dedicó a juguetear con las demandas de los editores: cuando le fue requerido un protagonista disfrazado al estilo de sus contemporáneos el dibujante regateó el asunto planchándole en la cara un escueto antifaz y consiguiendo el mejor y más elegante disfraz de superhéroe de la historia, aquel compuesto por una máscara escasa, un par de guantes, unos zapatos impecables, un sombrero, una corbata y un traje. También aprovechó la inercia para sortear el tópico, el héroe no hacía gala de superpoderes de ningún tipo y la esencia del personaje le sacaba la lengua a los vengadores de tebeo: Spirit era en realidad Denny Colt, un detective que la sociedad daba por muerto durante las primeras páginas de la obra, pero su alumbramiento no venía acompañado de la preocupación por endosarle una doble vida social al estilo de los binomios del tipo Clark Kent/Superman tan frecuentes en el cómic, sino que prefería dejar que el justiciero asimilara su destino con total naturaleza. Colt se ponía el antifaz y nunca más volvería a quitárselo, Spirit sería Spirit hasta el final de sus aventuras. Y sobre todo sería un personaje que rompería el mito del héroe invulnerable: es difícil encontrar a otra estrella del cómic que llegase al final de sus historias tan vapuleado, aplastado, desarrapado o hecho trizas como lo hacía la criatura de Eisner dignificando por el camino el concepto de antihéroe al convertirlo en un punching ball al que le llovían tormentas de hostias.
Pero donde realmente destacaba Eisner era en la forma de utilizar a su hijo enmascarado como mecanismo. Sobre el papel la figura de Spirit no era el fin pero sí el medio, era la excusa para contar todo tipo de cuentos, desde los centrados en la serie negra de crímenes y castigo, obvios por el propio cigoto de la creación de su personaje (el fantasma de un detective asesinado), hasta los más fantásticos, experimentales o temáticos. Su obra aprovechaba la brevedad para saltar alegremente del género negro a la ciencia ficción, de la magia a la comedia de gag puro, del slapstick de dibujo animado al drama justiciero y lo envolvía todo con un certero sentido del humor. Eisner había creado un laboratorio cuyos resultados eran sorprendentes, la osadía le llevaba a convertir al propio personaje principal en un invitado de sus propias historias, a menudo Spirit aparecía al final o al principio de la historia pero la miga corría a cargo de otros. También sus recursos se la jugaban para innovar y reinventarse: tan pronto se atrevía a presentar la acción desde el interior de la cabeza del asesino (de manera totalmente literal, lo que es más asombroso) como a extender las viñetas al tamaño completo de la página, a narrar un delito a través de una proyección de diapositivas que contemplan terceros, a enmudecer totalmente una historia privándola de bocadillos y describiéndola mediante una serie de postales escritas, a reformular los cuentos navideños o a trasladar al cómic técnicas de naturaleza cinematográfica como el plano fijo o el flashback. Y es que Eisner también señalaba directamente al séptimo arte para componer una de las banderas más celebradas de la obra: aquellos impresionantes títulos de crédito. Las primeras viñetas de cada peripecia eran una obra de arte en sí mismas al camuflar las letras que anunciaban el título de la serie y la firma del autor en elementos del decorado. La tipografía dejaba der ser un mero trámite para convertirse en parte del escenario: palabras gigantescas con forma de edificios, deslizándose como papeles desperdigados hacia las alcantarillas, alumbradas brevemente por la luz de un coche misterioso, anunciadas en neones en segundo plano, enredadas en metafóricas telas de araña o haciendo las veces de epitafios de tumbas en cementerios. Su puesta en escena resultaba tan asombrosa que a día de hoy nadie ha ideado una manera más espectacular de introducir un tebeo.
Asomarse a las desventuras de Spirit es asomarse al antihéroe del costumbrismo pulp americano de los cuarenta y primeros cincuenta. Y también contemplar las muy cuestionables decisiones de convertir el papel de la mujer en el de víbora con alma de urraca (cuando no simple interés romántico) y la de adjudicar unos rasgos en los que se leía «estereotipo racial» en luces de neón al físico del compañero negro de aventuras de Spirit, un Ebony White que hasta en su nombre tenía una cruz. El propio Eisner lamentaría más adelante aquellas decisiones y las achacaría a la mentalidad de la sociedad en esa época.
Al conjunto de la serie se le puede incluso perdonar que una pequeña parte de las historias de The Spirit fueran obra de autores fantasma que cubrían al auténtico creador. Eisner fue requerido por el ejército durante la Segunda Guerra Mundial y los periódicos utilizaron a William Woolfolk, Manly Wade Wellman o Lou Fine para no detener la producción. Decían que Eisner agarró a ese equipo de trabajo y señalándoles la colección de Terry y los piratas sentenció: «No os fijéis en mi trabajo. Repasad esa biblia. Ahí está todo lo que tenéis que saber para contar con huevos una historia». Lo gracioso del asunto es que The Spirit acabaría convirtiéndose en una Biblia del cómic por derecho propio. A los miles de héroes con los que DC y Marvel nos inundarían hasta la actualidad Spirit les pasa la mano, una mano elegantemente enguantada, por la cara sin quitarse el sombrero. Ni, por supuesto, el antifaz.