Heimat. Lejos de mi hogar

El pecado heredado

heimat

Hay lecturas inolvidables por lo que cuentan, otras por cómo lo cuentan, y algunas, las más escasas, por sumar ambas virtudes. Heimat. Lejos de mi hogar es una estas preciosas rarezas que aparecen de vez en cuando y que apetece recomendar a quien desee sumergirse en una envolvente lectura que se disfruta a varios niveles. Digamos de entrada que Heimat es una obra valiente en el contenido y coherente en su forma. Calificarla de original sería restarle valor, porque la originalidad no es un valor en sí mismo, solo una cualidad que necesita de algo más para ser meritoria. Es valiente porque la autora aborda aquí un asunto espinoso —la culpa de todo un país en el Holocausto— y porque investiga a su propia familia para saber qué hicieron o qué dejaron de hacer sus abuelos alemanes durante el nazismo. Es coherente porque el formato escogido convierte el resultado en una especie de libro-documento en donde la autora comparte sus descubrimientos como si abriera de par en par su álbum familiar, permitiendo al lector bucear en los mismos expedientes que consulta, seguir las mismas pistas y asombrarse ante los nuevos descubrimientos con la sensación de vivirlo de primera mano y al mismo tiempo que ella.

Nora Krug (Karlsruhe, 1977) nació varias décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pese a ello, el régimen nazi contaminó de dudas toda su vida. Dudas sobre lo que hicieron sus abuelos durante el Holocausto, sobre su país y sobre su cultura. Dudas que le provocaron un insoportable sentimiento de culpa por un legado ignominioso, una culpa heredada y que no está lejos de ese concepto bíblico de pecado original, y que —es oportuno recordarlo aquí— los alemanes llaman pecado heredado.

Krug vive desde hace años en Nueva York y está casada con un judío, aunque eso no ha aliviado su vergüenza, apostilla. Para purgar su angustia regresó a ese espacio que en lengua alemana se conoce como heimat, el lugar en el que ha nacido una persona y que conforma en gran medida su identidad. Se fue allí para investigar, para hablar con personas que habían conocido a sus abuelos, indagar en los archivos locales y vivir la experiencia «íntima y escalofriante» de leer las libretas escolares de su tío, que falleció en la guerra a los 18 años. Estos cuadernos explican con una insólita franqueza cómo se  educaba a los jóvenes justo antes de estallar la guerra y cuán fácil resultaba llenar de odio sus cabezas.

La autora combina el cómic tradicional con el collage, la ilustración o el libro infantil para contar la historia de sus abuelos durante el nazismo

Y la valentía que apuntábamos al principio se torna en firmeza cuando la autora decide seguir adelante aun a sabiendas de que descubrir la verdad puede suponer romper con la historia familiar que le contaron y destruir para siempre la imagen de sus abuelos. Gracias al dispositivo que pone en marcha Krug, el lector acaba compartiendo su misma angustia, la de querer saber y tener miedo a saber al mismo tiempo. ¿Colaboraron de alguna manera en este horror? ¿Sabían lo que pasaban y miraron hacia otro lado? ¿O hicieron algo para combatir el fascismo?

Si la temática de la obra es ambiciosa, su puesta en página es ágil, colorista y fértil. Y aquí es donde aparece su segunda virtud: la coherencia. Heimat combina el cómic tradicional con el collage, la ilustración o el libro infantil. En realidad, podría decirse que la primera página con un formato clásico de historieta llega pasadas las primeras cincuenta hojas del libro. Krug, es profesora de ilustración en Nueva York, sus dibujos se han visto en The New York Times y ha publicado tres libros ilustrados, uno de los cuales, Der Jäger Abschied (2013), presenta muchos paralelismos estéticos con Heimat. Krug sabe que los álbumes ilustrados han dejado de ser los libros previsibles de antaño para convertirse en sorprendentes espacios narrativos y plásticos, con fórmulas cercanas a las que usa el cómic para sus relatos. Y al dotar a Heimat de tanta libertad formal, Krug subraya algo que nunca está de más recordar: la condición camaleónica de la novela gráfica, tan flexible e indefinible como lo es también la de la novela sin adjetivos. Y así, utilizando esa libertad con gran sentido de la exigencia narrativa, construye una inolvidable novela gráfica con todo aquello que la historieta tiene al alcance de su mano: viñetas, recortes de prensa, sellos, fotos antiguas y fragmentos de diarios. Y pone esa riqueza formal al servicio de una autobiografía densa, emotiva y sincera que indaga en la identidad y la culpa de las personas, las familias y los países.

Vale la pena añadir que, pese a los interrogantes, en la mirada de Krug hacia su país hay también mucho orgullo y una cálida nostalgia, como lo demuestran esas páginas que pausan el relato principal para recordar objetos típicamente alemanes, como los apósitos Hansaplast, las bolsas de agua caliente o los robustos archivadores Leitz; porque la manera de ser de un país también se explica a través de detalles en apariencia triviales. Por eso no sorprende que, tras doce años en los Estados Unidos, concluya: «Me siento más alemana que nunca». Heimat es el resultado de este largo viaje personal, una bellísima e intensa expiación.

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