José Quintanar nació en el pueblo manchego de Campo de Criptana en 1984, y estudió algún tiempo después la carrera de arquitectura. Esa formación impregna, de algún modo, toda su obra como historietista, firmada bajo el nombre de guerra de José Ja Ja Ja. No es, en absoluto, un nombre casual. Nos está indicando mucho acerca de su personalidad artística y el enfoque desde el que aborda sus cómics: lúdico y desenfado en su superficie, pero con un sustrato analítico soportando la estructura. José Ja Ja Ja irrumpió en el mercado del cómic español con Culto Charles (2014), una obra fascinante y hermética que, sorprendentemente, obtuvo una nominación a mejor autor revelación en los premios del Salón del Cómic de Barcelona, unos galardones que no son precisamente dados a señalar la experimentación. Desde entonces, Ja Ja Ja no ha parado de dibujar, y su estilo permanece en constante cambio, como si, más que buscar su lugar, el lugar de este autor estuviera en el centro mismo del cambio.
Siguiendo ese camino ha llegado a Conociendo a Jari, la que es, por el momento, su obra más larga y madura. Curiosamente, es también la que tiene un argumento más claro y un desarrollo más nítido: es un rasgo que comparte con uno de sus grandes referentes internacionales, el Arsène Schrauwen, de Olivier Schrauwen, que también buscaba la accesibilidad argumental pero volvía del revés todos los preceptos estéticos. En el caso de la creación de José Ja Ja Ja, todo parte de un personaje cuyo monólogo graba un equipo de televisión. Jari es un finés de mediana edad que llegó a España para ver un partido de baloncesto pero, por motivos que no quedan del todo claros, decide quedarse a vivir en el país indefinidamente. Jari se establece en una zona rural de Castilla, suponemos que no muy diferente al lugar de nacimiento del autor, y se dedica a hacer barcos de madera que luego abandona en el paisaje manchego. Semejante filósofo de la vida sencilla y retirada llama la atención de un canal de televisión, que se decide a seguirlo en un día cualquiera de su rutina. Esto se revela pronto como un recurso narrativo útil para desencadenar el monólogo eterno de un personaje que se erige, además, en narrador no fiable de la historia, pues todo lo que percibimos del mundo nos llega filtrado a través de su subjetividad.
Es algo que solo nos permite el cómic: no hace falta ver las cosas directamente a través de los ojos del personaje, sino aceptar que lo que está dibujado no es una representación naturalista de la realidad. Es, en verdad, un mundo simbólico, que muta de la forma en que solo puede hacerlo el trazo dibujado, para ajustarse a lo que va contando Jari. Como sucede en el ya citado Arsène Schrauwen, los objetos aparecen únicamente cuando el protagonista se fija en ellos. Los rasgos faciales del resto de los personajes —e, incluso, los suyos propios— pueden esfumarse o volver a aparecer. Un día de niebla se traduce en contornos de cosas compuestos por líneas de puntos: «Las imágenes aparecen por sorpresa, inconexas, separadas entre sí». Además, José JaJa Ja manipula el ritmo mediante la extensión o contracción del número de viñetas que destina a representar diversas acciones: la gracia del cómic está, precisamente, en que una bala puede tardar una viñeta o mil en alcanzar su objetivo.
Entre citas a la historia del arte ejecutadas con mucha sorna y recuerdos de la infancia de Jari, se va construyendo una personalidad compleja y extraña. Como lectores, tenemos la sensación de que algo no va del todo bien. Quizás es una frase fuera de tono, quizás una reacción inusual… pero hay algo en Jari que no termina de encajar, empezando por su obsesión con los barcos, y continuando por su costumbre de salir todos los días con la escopeta, a pesar de ser un pésimo cazador. José Ja Ja Ja, en cambio, demuestra ser un excelente escritor, no solo por su capacidad para imprimir en el monólogo de Jari una poética infrecuente en los tebeos, sino también por ser capaz de mantenerse en una deliberada ambigüedad. Nos va llevando poco a poco a su terreno, a esa realidad alterada por la peculiar visión del mundo de Jari, atrapado simbólicamente en el campo castellano, donde el tiempo parece haberse detenido, en especial en lo que respecta al descampado donde se desarrolla el clímax de la historia, un campito donde un grupo de chavales juega un partido de fútbol que es todos los partidos de fútbol que se han jugado en la infancia.
Conociendo a Jari tiene otra gran virtud: es capaz de subvertir el discurso testimonial exculpatorio clásico, porque nos arrebata las coordenadas que permitirían juzgar al personaje. Aunque, poco a poco, profundizamos en sus traumas —muchos de ellos relacionados con su padre—, nunca le perdemos la simpatía, y por eso el final impacta más. José Ja Ja Ja, en pleno dominio de las herramientas que el cómic tiene a su disposición, ha creado una historia emocionalmente perversa, en tanto que nos genera un choque violento entre nuestra moral y nuestra empatía.