Hace un par de años, Carlos Giménez (Madrid, 1941) ya desnudaba su alma en las perturbadoras páginas de la íntima y conmovedora Crisálida, con sus reflexiones sobre la soledad, la muerte, la vejez y la decrepitud, teñidas de retazos de autobiografía. Lo ha vuelto a hacer en Canción de Navidad. Una historia de fantasmas, dando una nueva vuelta de tuerca a esas inquietudes y amplificando esa angustia que ya transmitía el protagonista, el tío Pablo, álter ego del propio autor de Los profesionales, quien ahora se reencuentra a su vez con su álter ego Raúl, su amigo desaparecido, que le visita desde el más allá.
El fantasma de Raúl sirve al veterano Giménez para desarrollar el mensaje que planea sobre toda la historia: le advierte de que aproveche cada minuto de su vida porque, con su edad, tiene los años contados. El lector ve a través del tío Pablo los propios miedos vitales de este maestro del cómic ante una futura llegada de la muerte y ante los achaques de la edad pero también el autochequeo de lo que ha sido su vida hasta el presente, los momentos buenos, los malos, los que le gustaría cambiar, lo que preferiría olvidar.
Con su habitual expresividad y reconocible estilo en viñetas en blanco y negro, el autor de Barrio también ajusta cuentas, consigo mismo y con los demás (aunque siempre modifique los nombres, a quien conozca su trayectoria no le será difícil encontrar guiños y paralelismos con la realidad, como ese antiguo editor que le «estafó»).
En línea con la fórmula que ya utilizó en La máquina del tiempo (inspirada en la novela de H. G. Wells) o La peste escarlata (en el relato de Jack London) de realizar adaptaciones absolutamente libres de clásicos literarios, Giménez ahora ha elegido Canción de Navidad, de Charles Dickens, donde la avaricia de míster Scrooge se troca, en el caso del tío Pablo, en una exhibición de su entrañable fama de huraño.
Ante ese aviso de que debe aprovechar el tiempo que le queda antes de la llegada de la parca, se debate entre su querencia por no salir de casa, por rehuir a los suyos y esa sensación de estar perdiéndose algo cuando la familia, que le quiere, aprecia y añora, le invita, por enésimo año consecutivo, a la cena de Nochebuena.
Tras la visita de Raúl, el tío Pablo recibirá, como Scrooge, la de los tres espectros de las Navidades, el del pasado, el del presente y el del futuro. Y durante su viaje con el fantasma de las Navidades pasadas tendrá que enfrentarse a momentos duros de recordar, como la muerte de la madre o sus años como niño interno en el hogar del Auxilio Social durante la posguerra, que tan magistralmente ha venido recreando en la serie Paracuellos. Pero también evocará la nostalgia del primer amor o anécdotas y momentos divertidos.
Es durante el paseo por las Navidades del presente donde se hacen fuertes las duras críticas a la sociedad que Giménez nunca ha escatimado en sus obras. Si su afilada pluma ya lo hizo durante la guerra, posguerra y la dictadura con 36-39. Malos tiempos, Paracuellos o Barrio no ha dejado de hacerlo con el mundo actual y futuro en La máquina del tiempo o La peste escarlata.
En Canción de Navidad denuncia sin ambages la situación de los desahuciados, de la gente que se ve abocada a malvivir en la calle, de los refugiados que han huido «de la guerra, de la persecución, de la sinrazón, del fanatismo, de la muerte», y de los inmigrantes que buscan una vida mejor jugándosela en pateras ante la inacción de los gobiernos de Europa.
Y el futuro. Es ahí donde el dibujante intenta exorcizar sus miedos ante el encuentro cara a cara con el esqueleto que empuña una guadaña. Que levante la mano quien no haya pensado nunca en cómo será su muerte, en qué dirán sus allegados en su funeral, en qué será de sus cosas cuando ya no esté, en qué quedará de su paso por este mundo. Puro Carlos Giménez.