Imaginemos la siguiente trama para un manga de acción. Un joven guerrero, con un talento natural para la espada, pero sin un objetivo claro en la vida y una actitud un poco ennui, conoce a otro joven guerrero, entusiasta este, que le espolea a convertirse, juntos, en los mejores luchadores nunca vistos. La idea atrae ligeramente a nuestro joven protagonista desencantado de la vida, pero sobre él planea la sombra de un antecesor que, tratando de convertirse también en un maestro del arte del combate, acabó en un trágico destino. El susurro kármico flota en el aire impeliendo a nuestro protagonista a recorrer el mismo camino. Tiene miedo. Sin embargo, muy pronto, aparece la causa mayor para la implicación definitiva: el amor. Chico conoce chica y se enamoran. Juntos pactan que cuando se convierta en el mejor de los guerreros, contraerán matrimonio. Lanzada la promesa, los dos jóvenes le dedican a su sueño cuerpo y alma. No tardan en aparecer enemigos y una gran némesis que se presentará tempranamente en la historia, acechando desde el horizonte: ejercerá de «malo final», un inusual gran maestro que emplazará el choque de espadas último. En el extenso impasse, los héroes encontrarán mentores de los que aprender, compañeros de aventuras, una larga retahíla de rivales —que más adelante se convertirán en compañeros de aventuras— y algunos personajes extravagantes que darán una nota cómica y amenizarán el recorrido. El final feliz se huele desde el principio, pese a las cotas de dificultad presentadas. Los héroes conseguirían la excelencia en su esgrima, el bien vencería al mal y el chico conseguiría a la chica.
Esta minimalización argumental que acabo de exponer sería una buena representación del canon del manga shonen —manga de acción, para adolescentes masculinos— contemporáneo. Con un trasfondo interesante —no necesariamente original— unos personajes bien desarrollados, unos diseños llamativos y golpes de ingenio en los combates, bien podría ser el resumen de un manga superventas. Y sería exactamente la sinopsis breve de Bakuman.
Esto es, sustituyendo espadachines y combates, por autores de manga y sus obras, a la búsqueda del éxito más grande jamás dibujado de derecha a izquierda.
Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, tras su éxito de corta duración —corta en términos de manga seriado en revista— Death Note, enfrentaban la labor de narrar las vivencias de dos mangaka —término japonés que significa «autor de manga»— que tratan de convertirse en los mejores autores de la popular revista de manga Shonen Jump. La cosa no era moco de pavo. No se trataba simplemente de hacer un manga sobre el mundo del manga, sino de hacer un shonen sobre el shonen, una obra de género que hable tanto del medio como del género y sus claves, esto es, un cómic metagenérico. El rizo del rizo.
Ohba y Obata narraban la progresión de dos autores ficticios usando las convenciones del manga de batallas más típico, dándole una vuelta de tuerca en la sustitución de los enfrentamientos físicos por la pugna entre autores por ser el mejor de las encuestas en la revista y las técnicas de combate por las técnicas argumentales, gráficas y narrativas que usaban en sus obras para deslumbrar a los lectores y superar en calidad a sus rivales. ¿Por qué no? Los recursos para dotar a la narrativa con tonos épicos se habían usado con anterioridad en los mangas de temática deportiva. Se habían usado incluso en mangas de tema gastronómico con extravagantes y sesudas batallas entre chefs. El mundo de los mangaka —no iba a ser menos— también resultaba ser una dura batalla.
Los dos protagonistas eran de caracteres diferentes, pero entablaban amistad y sincronía rápidamente: un guionista extrovertido, Akito Takagi y un dibujante introvertido, Moritaka Mashiro. Al principio de la serie, su inexperiencia e incertidumbre a la hora de enfocar una obra permitía a los autores poner a sus personajes a elaborar mangas de distinto género –—siempre dentro del estilo shonen— creando obras de ciencia ficción, misterio, intriga e humor. Su viaje de evolución y autoconocimiento era una forma de ilustrar los mecanismos técnicos —gráficos y argumentales— de los autores. Pero también permitía ver la industria desde dentro, la relación entre los autores y los editores. Y además, servía para mostrar como el sistema de encuestas por votación de los lectores condicionaba el transcurso de una serie de la revista, hasta el punto de que los editores intervenían para tutorizar a los autores con la intención de salvar la serie y evitar su corte.
La obra supone un gran avance del tándem Ohba-Obata, respecto a su anterior serie. Death Note, pese a ser un éxito, por su interesante planteamiento y sus múltiples opciones, acababa convirtiéndose en una monótona huida hacia adelante con una tediosa trama de planes que sus protagonistas verbalizaban repetidamente una y otra vez para tratar de ilustrar la inteligencia de sus personajes. Bakuman sortea todo eso y demuestra, sin renunciar a los largos diálogos, que puede mantener la agilidad de la historia y a la vez el interés del lector. De hecho, las explicaciones que se dan en Bakuman acerca de cómo funciona el género —que a ratos es un manual tremendamente pedagógico, sobre todo para los no japoneses, sobre cómo plantear un manga shonen— no solo permiten analizar y explicar los defectos de Death Note, sino que también permiten poner al lector en el bucle mental de analizar la obra que está leyendo dentro de las mismas claves que esta facilita, in situ. Así queda evidenciada la diferencia esencial entre esta obra y su fallida, si bien popular, antecesora. No solo Bakuman tiene un punto de destino claramente marcado —el desenlace objetivo en el que los protagonistas alcanzarían sus sueños— sino que establece una crítica al canon editorial japonés respecto al rígido principio de que un manga es un manga de éxito cuanta mayor duración tenga, esto es, primando la estrategia comercial de la editorial y no la artística de los mangaka. Así, Ohba y Obata que construyen esta obra de ficción a través de elementos reales, terminan por hacer un alegato de la obra corta de calidad con el final puesto allá donde quieran ponerlo sus creadores.
Al final, resulta que el final es lo de menos. El camino recorrido y las largas charlas sobre cómic atraparán a cualquier lector que ame el séptimo arte. Y sin embargo, en la obra destaca la originalidad en cuanto a su conclusión. Se dan dos finales: uno completamente típico, acorde con los tópicos de los finales felices, y otro tremendamente atípico. Uno es el de la obra final que escriben y dibujan Takagi y Mashiro con la que se concluye Bakuman; y otra es la del propio Bakuman, que escriben y dibujan Ohba y Obata. Evidentemente, no les digo a cual corresponde cual. Es cierto que aún quedaría un tercer final, el de la propia historia de Ohba y Obata como mangakas. Pero, este sí, esperamos que quede aún lejos, con muchos y grandes mangas por el camino.