Scalped

Cabelleras en el infierno de hoy

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El punto de partida de Scalped no es revolucionario: el enfrentamiento personal a lo largo de varias décadas entre dos antagonistas naturales, un obsesivo agente del FBI llamado Baylis Nitz y el presidente del consejo tribal de los Lakota (y jefe de la mafia local) Lincoln Cuervo Rojo. En medio, Dashiell Caballo Terco, un joven agente federal indio que juró no volver nunca a la que fue su casa, la reserva ficticia de Prairie Rose, en Dakota del Sur. Hoy convertida en uno de los rincones más deprimidos de EE. UU., es el lugar en donde la antaño orgullosa tribu Oglala Lakota malvive rodeada de miseria y corrupción, mientras trata de salvaguardar una identidad perdida hace décadas en la vieja y falsa dicotomía entre civilización (nosotros) y barbarie (el otro). Con este planteamiento, sus creadores Jason Aaron (guion) y Rajko M. Guéra (dibujo, aunque a lo largo de los doce números han participado otros artistas) han acabado por convertir a Scalped en uno de los cómics más interesantes de los últimos años. Y esto es así porque con todos los códigos que caracterizan al noir han entregado una historia universal cargada de crítica social en la que los personajes ceden el protagonismo a su lugar y su tiempo. Pero vayamos por partes y primero contextualicemos la obra.

El cómic ha jugado desde casi sus inicios con el género negro. Como fuente de inspiración (algo que también se ha dado a la inversa) y también como intento más o menos discutible en su interminable camino hacia la legitimación cultural y, sobre todo, como medio con entidad propia. Basta hacer un ejercicio de arqueología que nos llevará desde el Dick Tracy (1931) de Chester Gould hasta títulos como Sin City (1991) de Frank Miller; 100 Balas (1999) de Brian Azzarello o Criminal (2006) de Ed Brubaker pasando por clásicos como The Spirit (1940) de Will Eisner al propio Watchmen (1986) de Moore y Gibbons. Fue el noir, dentro de la casa común que es la novela policíaca, también la pata de la que se sirvieron algunos en aquellos primeros intentos de buscar esa suerte de piedra filosofal que es la novela gráfica. Claro que por un error de concepto, el resultado de títulos como His name is… Savage (1968, Gil Kane) o It Rhymes with Lust (1950, A. Drake, L. Weller y M. Drake) dejó bastante que desear.

Y así llegamos a Scalped. Los guiños hacia el género son claros ya desde los nombres de algunos de los protagonistas: Dashiell (Hammett), Carol Ellroy (el maestro James). Dicen del policíaco que es el género que mejor refleja la sociedad. Y es cierto. La regla de mantener un pie en la ficción y otro en la realidad se cumple en el cómic de Aaron. Scalped iba a ser la revisión de un viejo personaje de DC llamado Scalphunter (1977) pero por fortuna para nosotros, sus autores acabaron construyendo un nudo gordiano basado en un referente histórico: el asesinato de dos agentes del FBI a manos de activistas nativoamericanos sucedido en 1975 en la reserva india de Pine Ridge. Un hecho por el que fue detenido y condenado a dos cadenas perpetuas Leonard Peltier, que aún hoy sigue siendo uno de los símbolos de la persecución de las minorías por parte del Estado.

En la versión de Scalped, el agente Nitz está convencido de que el verdadero asesino no está pudriéndose en prisión sino que es el jefe Cuervo Rojo y obligará a Dashiell Caballo Terco a infiltrarse entre los suyos para conseguir las pruebas necesarias con las que incriminar al mafioso. Y hasta aquí la trama principal, pues pronto Scalped va a tornarse en una obra coral llena de oscuros personajes que reflejan el día a día de los habitantes de esos agujeros conocidos como reservas, en las que el Gobierno federal confinó a los originarios pobladores de buena parte de lo que es hoy EE. UU.

Hay así una revisión del pasado más oscuro de EE. UU., el genocidio de las naciones indias, pero también un ajuste de cuentas con unos supervivientes que parecen incapaces de salir de la pestilente esquina a la que han sido relegados por la historia. Una de las características del cómic como medio ha sido su capacidad para desarrollar tramas que se extienden en el tiempo, la narración seriada. Y esto es debido a que no siempre la principal es la importante, al menos no la única, lo que da la oportunidad a los autores para iniciar una indagación profunda de los distintos elementos que conforman el entorno del universo narrativo. A lo largo de doce números los creadores de Scalped van jalonando las historias de diferentes personajes que nada tienen que ver con la trama original pero que contribuyen a dar sentido a la totalidad de la obra. No me resisto aquí a señalar el caso de la tragedia de la pareja de ancianos empeñados en vivir al margen de la reserva (n.º siete).

Vivimos hoy entregados a la ficción televisiva. Largas tramas que se alargan en una estructura narrativa que la televisión sí copió del cómic. ¿Qué más decir de Scalped? Probemos corriendo el riesgo de resultar repetitivo: si te gustó The Wire no hay que ser muy listo para ver en Prairie Rose un trasunto del Baltimore de David Simon. Pero esto es el oeste. Y nada reflejó mejor en la pequeña pantalla aquel cronotopo mítico que Deadwood. Imposible no amar las contradicciones de Lincoln Cuervo Rojo igual que amaste a Al Swearengen en su lucha por crear una ciudad, una identidad en medio del desastre. Con lo bueno y con lo malo. De la supervivencia de aquella Deadwood en Dakota del Sur sobre la que los indios se manifestaban como criaturas fantasmagóricas hablaba la obra maestra de David Milch. Y de los olvidados habitantes de las reservas es de lo que habla, a fin de cuentas, Scalped.

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