Fresa y chocolate

El gusto es mío, el placer ya lo veremos

¿Cómo hablar de menstruación y sexo anal sin que suene burdo? Fresa y chocolate.

Así de gráfica es Aurélia Aurita para describirse perdiendo la virginidad anal el día que tiene la regla. Si es poco frecuente encontrar a mujeres guionistas y dibujantes, añádale un pequeño detalle más: que esa mujer reconozca, dibuje y publique el gozo que le produce que su novio le dé por el culo. Y no se crea que recurre a eufemismos, no. Todo esto —y más— lo cuenta con un estilo directo, sin artificios, sin luz de luna, ni velas, ni pétalos de rosa. Ya le digo, no es habitual, nada habitual.

En Fresa y chocolate cosas inusuales como estas se mezclan con pasajes de lo más comunes y frecuentes en el relato de una mujer que está comenzando una relación. Chenda Kuhn, Aurélia en la realidad, es una dibujante de origen francés, chino y camboyano que viaja a Tokio por un proyecto conjunto como ilustradora de un cómic. Allí se reencuentra con Frédéric Boilet, un consagrado dibujante francés afincado en Japón con quien empieza una historia sexual llena de pasión. Lo que prometía ser un affaire intranscendente entre una jovencita de veinticuatro años y un coleccionista de musas de cuarenta y cuatro, acaba convirtiéndose en una relación estable con miles de kilómetros de distancia y prejuicios de por medio.

Quizá el enganche más fuerte de Fresa y chocolate es el morbo de que una chica de rasgos orientales nos invite desde la primera página a mirar cómo se lo monta con Boilet. No negaremos que este es el primer gancho de la historia. A fin de cuentas es un recurso eficaz acudir al sexo para llamar la atención. A los humanos nos encanta lo sorprendente, lo descarado, lo exótico. No le extrañe si en una primera hojeada pilla a los protagonistas siempre en plena faena. No le extrañe en absoluto. De hecho, lo excepcional es verles vestidos y a cada uno por su lado. Quédese a mirar, entre hasta el cuarto, hasta el comedor, hasta la cocina. No se esconda, a Chenda no le importa lo más mínimo que mire, así que dé rienda suelta a su yo más voyeur, de eso se trata.

Sin embargo, aunque la historia tiene un elevado componente de sexo explícito —diría que el 90% de sus dibujos enseñan cacho—, y que es casi el guion de una Lolita, hay que reconocer que el trazo rápido de las ilustraciones, los personajes de siluetas redondeadas y el estilo naíf restan bastante libido al asunto.

Luego, es probable que con este cómic le pase lo que sucede en muchas relaciones. Tras el sexo viene la dependencia. Así que no será raro si además de divertirle ver cómo follan, de repente siente que quiere conocerles más, o incluso se descubre a sí mismo analizando cómo piensan los personajes. No se sienta blando ni enamoradizo. Al contrario, siga pasando páginas, llegue hasta el final y empiece Fresa y Chocolate 2, acaba de encontrar el punto G de la historia de Chenda y Frédéric.

Les aseguro que después de 332 páginas entre Fresa y Chocolate y Fresa y Chocolate 2, el desnudo más interesante de Chenda no es el que libera la ropa sino las palabras. Acostumbrados como estamos a ver las tetas y la vagina de la protagonista; a escucharla decir burradas; a dejarnos claro que por sus cavidades entran consoladores, hortalizas o puños enteros, es bonito darse cuenta de que lo más profundo de Chenda son sus reflexiones, sus miedos y sus inseguridades, no sus agujeros a media altura.

En Fresa y Chocolate 2 ya es una mujer enamorada. Eso es tan humano como jodido si a quien se quiere es a un divo. La Chenda independiente, tan segura de sí misma que se acuesta con un dios del cómic y cree que no se va a enamorar, ahora tiene miedo de no ser lo suficientemente buena para llevar esa relación.

Dos volúmenes donde entre felaciones y misioneros en blanco y negro, escucharemos las reflexiones de una mujer más preocupada por liderar el ranking estúpido que ella misma ha creado que de disfrutar. Más preocupada por proyectar una imagen de mujer desinhibida que por su propio orgasmo. Una mujer que llora no tanto por lo que siente sino por lo que busca que le digan en el consuelo. En definitiva, una mujer que dice «mi coño es mío», pero sabe que su corazón es de otro.

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