La Cuba de los años cincuenta evoca principalmente hoteles de lujo, casinos y fiestas. La isla, sin embargo, vive momentos de agitación política. Bajo el gobierno de Fulgencio Batista se crea el clima perfecto para que los sectores del juego y del turismo se desarrollen con igual éxito que las relaciones comerciales con los Estados Unidos. Pero para la mayoría, la gestión de Batista es nefasta y las revueltas lideradas por Fidel Castro ganan apoyos. Cuentan los cubanos que, antes de la revolución, Cuba era una de las sociedades más injustas del planeta, que el analfabetismo llegaba al 40 % y que la tierra estaba en manos de norteamericanos y de una burguesía corrupta.
En las elecciones de 1952, Fidel Castro, recién graduado en derecho, se presenta como candidato al Congreso en las filas del partido de la oposición. Pero las elecciones se quedan en nada tras el golpe de estado de Batista. En un principio, la respuesta de Castro es desafiarlo con un recurso legal, pero el intento resulta inútil y, a la edad de 26 años, Castro encabeza un intento de golpe a las fuerzas armadas de Batista en el cuartel Moncada de Santiago de Cuba. El resultado: 61 muertos de entre los más de 100 insurgentes. Castro y su hermano, Raúl, capturados. Castro se encarga de su propia defensa y entona un discurso titulado «La historia me absolverá» que, por supuesto, ha pasado a la historia. Tras ser condenado a 15 años de prisión, Batista lo libera en un gesto de buena fe. Entonces Castro se exilia en México, desde donde planea su vuelta a Cuba. Lo hace en diciembre de 1956 a bordo del Granma, junto con Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, y Ernesto Guevara, entre otros. Empieza la revolución.
En este contexto se desarrolla Arde Cuba, una pequeña obra maestra de ficción histórica escrita y dibujada por Agustín Ferrer Casas que publica Grafito Editorial. El relato parte de personajes y situaciones reales: las aventuras de Errol Flynn y un amigo fotoperiodista que le acompaña en la isla; el viaje que realizaron con la intención de entrevistar a Castro. También aparece en las primeras páginas Ernest Hemingway como personaje responsable de haber animado a Flynn a hacer la entrevista. Tanto los personajes elegidos, figuras que ya son leyenda, como el contexto de la revolución y la estética de la Cuba de los cincuenta consiguen que, desde un inicio, el lector experimente una serie de emociones que van desde la sorpresa a la confusión y al entusiasmo. Dan ganas de investigar y saber qué partes son verdad y cuáles son ficción. Paciencia, al final hay una sección extra donde se aclara todo.
Una de las ventajas que encuentro en el cómic de ficción histórica es que permite que el escritor/ dibujante pueda combinar varias tramas en pocas escenas. Esto es lo que vemos en Arde Cuba; según avanza, asistimos a la destreza de Agustín Ferrer Casas para coser varios hilos al servicio de su narración. Por un lado la mafia, por otro la embajada norteamericana y por otro los empresarios facilitan que, a pesar de sufrir diversos contratiempos de no poca importancia, el objetivo de realizar la entrevista esté más cerca. Los amigos, que habían llegado en barco a La Habana, cogen un avión a Camagüey. Y el relato toma velocidad a la vez que arde Cuba: «Cuba arde anticipando el avance de los revolucionarios». Entonces aparece el personaje de Camilo Cienfuegos que, junto al fotógrafo —Frank Spellman en la ficción, John McKay en la realidad— pasan al primer plano, el de los protagonistas. La imagen de Camilo es fiel a la que de él ha quedado en el imaginario cubano: humilde y sencillo, con su sonrisa honesta llegó a competir en popularidad con Castro. La simpatía que suscita este personaje es lo que posiblemente lleva al autor a hacerle vivir situaciones ficticias que pretenden burlar el destino. «No sé si esto es un sueño o realidad», solía decir Camilo. Luego, el relato regresa a una realidad más prosaica, la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana y el triunfo de la revolución el 1 de enero de 1959.
A diferencia de la ficción histórica tradicional, la ficción gráfica en cómic proporciona menos espacio al autor para que pueda desarrollar ciertos matices importantes del relato como, por ejemplo, las emociones de los personajes y los datos circunstanciales. En Arde Cuba, por suerte, esos matices no se pierden, sino que se transmiten con un dibujo muy cuidado y detallado mediante el cual el autor consigue reflejar tanto concepción como percepción. De Agustín Ferrer Casas se dice que es amante de la línea clara. En Arde Cuba, además, el colorido y las gradaciones de tonalidad son tan importantes como los colores lisos y refuerzan el dibujo al trazo obteniendo un precioso resultado.
Todavía hay más logros en Arde Cuba. El más obvio es que consigue mezclar situaciones reales y ficticias sin confundir al lector; se puede diferenciar la trama de ficción del contexto real en un formato legible y entretenido. Finalmente, no menos mérito tiene el retrato detallado de la época que presenta, además de proporcionar una imagen afectuosa de unos personajes reales con facetas que han permanecido en la oscuridad, pero cuyos logros vale la pena tener en consideración.