En las últimas décadas el formato revista se ha transformado y ocupa dentro del mercado un lugar muy reducido. En 2019 aparecieron Alta Tensión y Planeta Manga, mientras que La Resistencia cerró un ciclo con su décimo y último ejemplar. El año coincide con el cuarenta aniversario de la publicación del primer número de El Víbora. En este artículo trazamos la evolución histórica de las revistas y nos preguntamos por su presente… y posible futuro.
La Resistencia agradece… los servicios prestados en defensa de la historieta. El sacrificio de los caídos y la insistencia de los incombustibles.
(La Resistencia, 10)
En su quinta acepción para el concepto «revista», la Real Academia Española de la Lengua establece que se trata de una «publicación periódica con textos e imágenes sobre varias materias, o sobre una especialmente». La revista de cómic supone una especialización dentro de este producto editorial, que ha ido adaptando su forma y contenido a lo largo de más de un siglo. Definirlo es una tarea complicada por la variedad de propuestas que adopta a lo largo no solo del tiempo, sino también de la geografía. Poco tienen que ver las publicaciones semanales japonesas actuales con las revistas de bande dessinée de los años sesenta. La existencia de periodicidad, la presencia de historias autoconclusivas o en las que aparece el continuará, o la presencia de una línea editorial que enmarca los relatos, son algunos rasgos que nos permiten situar al formato.
En España podríamos hablar desde la pionera Monos (de 1904) hasta Dominguín, editada en la segunda década del siglo XX. O ir incluso más atrás. Sería posible que empezásemos nuestro recorrido muy pronto, pero podemos dar un salto hasta uno de los hitos a nivel industrial, a destacar: el auge que tuvieron las revistas desde la posguerra. Los quioscos se encontraban llenos de estas publicaciones periódicas y la historieta formaba una gran porción de la tarta del ocio. Cada vez que un lector abría un tebeo, se encontraba de repente con un universo de colores vivos que le permitía vivir aventuras inimaginables. En la España gris de las primeras décadas del franquismo las viñetas fueron compañeras inseparables de muchos niños en cuyas casas no había televisión y que, en muchos casos, no podían permitirse acudir al cine. Personajes como la familia Ulises, las hermanas Gilda, Mortadelo y Filemón, Pumby, o Zipi y Zape se convirtieron en una parte indispensable de la memoria emocional de varias generaciones. Bruguera o Editorial Valenciana fueron responsables de un sinfín de publicaciones con amplias tiradas y ventas. La revista era el vehículo adecuado para una historieta constituida como un verdadero medio de masas. Durante el posfranquismo y la Transición comenzó un auge de las revistas que cristalizó en los ochenta. Fue tan solo comparable al que habían experimentado en la posguerra. Surgieron muchas publicaciones de humor satírico, como El Papus o Hermano Lobo, a las que acompañaron magacines como El Jueves o las propuestas de Nueva Frontera y Toutain Editor. Ambas compañías fueron pioneras en la configuración de lo que luego se conoció como el «boom del cómic adulto». La primera fue la responsable de Totem, Blue Jeans o Bumerang, mientras que Toutain publicó 1984 o Creepy. Todas ellas empezaron a editarse en la segunda mitad de los años setenta. En 1979 Josep María Berenguer sacó a la luz el primer número de El Víbora. La revista aglutinó a numerosos autores procedentes del cómic underground y se convirtió en una verdadera referencia para el medio. Frente a su «línea chunga», Norma Editorial apostó por la «línea clara» de Cairo, que comenzó su andadura bajo la dirección de Joan Navarro.
Muchas otras revistas surgieron en los ochenta al calor del buen recorrido de las pioneras, con alguna experiencia de autogestión editorial, como la que materializó Rambla. Contó en sus inicios con Josep Maria Beà, Alfonso Font, Luis García, Carlos Giménez y Adolfo Usero. Sin embargo, tanto Rambla como el resto de publicaciones del boom se vieron obligadas a bajar la persiana. El formato revista había tenido múltiples variantes que le habían permitido sobrevivir desde comienzos del siglo XX, con puntos álgidos de producción durante la posguerra o la década de los ochenta. Sin embargo, una tormenta perfecta terminó por hacer inviables estos proyectos editoriales.
Las causas fueron múltiples y, seguramente, fue el hecho de que todas coincidieran lo que llevó a la desaparición de los magacines. La inestabilidad económica, el aumento de los precios del papel o la aplicación del IVA supusieron un encarecimiento del coste. Los lectores se encontraron asimismo con una tarta del ocio mucho más repartida que la que habían disfrutado sus padres y abuelos: más canales y horas de emisión o un aumento de la oferta cinematográfica. Se sumó un nuevo actor: el videojuego, primero en forma de máquinas recreativas, y más adelante introducido en los hogares a través de las videoconsolas. ¿Por qué comprar una revista más cara, con tantas opciones de ocio? Además, las editoriales terminaban publicando a la autora o autor que más gustaba a los lectores de la revista en formato álbum. Con esperar unos meses, se podía disfrutar de Jaime Martín o de Max. Los quioscos se vaciaron de revistas, y los lectores fueron perdiendo la idea de la periodicidad en beneficio del concepto de obra única, de novela gráfica.
Hubo algunas publicaciones que se mantuvieron durante los noventa y los dos mil: El Víbora fue una de ellas. A través de Kiss Comix, La Cúpula apostó también por la vertiente pornográfica. Y muchos autores se vieron obligados a autoeditarse. Nosotros Somos Los Muertos, primero fanzine y más adelante revista de vanguardia, constituye un buen ejemplo. Fue impulsada por dos profesionales de la viñeta: Max y Pere Joan. Idiota y Diminuto, Humo o El Manglar han intentado mantener vivo el formato, con distintos planteamientos. Tos terminó tras trece números emulando a Lina Morgan con un «agradecidos y emocionados, solamente podemos decir gracias por venir». Y La Resistencia es, por su nomenclatura, la que más claramente nos muestra la capacidad de muchos autores y editores para conservar el formato pese a todo. En 2019, sin embargo, la iniciativa editada por Dibbuks se despidió con «besos, abrazos y tebeos».
Lo cierto es que cada vez leemos menos revistas. La prensa periódica, en general, se encuentra inmersa en un fuerte proceso de transformación. Pero eso no significa que no existan huecos para el magacine de cómic en papel: el segundo número de Alta Tensión reconocía a todos los lectores el «apoyo brindado al número 1» y hablaba de potenciar «además la idea de coleccionable, cada número como parte de una colección». La publicación nació de la mano de Desfiladero Ediciones en el mismo año en el que había desaparecido La Resistencia. Los fanzines y revistas mencionados tienen poco que ver con la idea, y los contenidos presentes en Cairo o El Víbora, mucho menos con TBO, Jaimito o DDT. Juegan con diferentes tamaños, que las aproximan a la idea de álbum o libro. Alta Tensión incluye presentaciones de los autores o alguna entrevista, pero en general se deja que el espacio lo ocupen principalmente las obras de los historietistas. La amplitud que permite el formato hace que podamos hablar de manera contemporánea de una propuesta como Planeta Manga, que bebe de la idea de revista periódica japonesa. Tiene antecedentes tan señeros como B’s Log o Shonen Mangazine.
Leer una revista supone apostar por una propuesta de lectura única. Diferentes autores con distintas obras que constituyen un recorrido intelectual particular caracterizado por la variedad. Pero los magacines aportan algo más: el sentimiento de pertenencia a un grupo. Esta emoción resulta intrínseca a nuestra forma de vida. Formamos parte de una familia, un grupo de amigos, una ciudad o un país. Podemos tener un equipo de baloncesto, fútbol o voleibol preferido. Lo seguimos de vez en cuando o como un hincha acérrimo, pero siempre nos gusta remarcar que sus colores son los más destacados para nosotros. Algo similar sucede con las revistas periódicas: nos aportan la sensación de que formamos parte de algo. Podemos seguir a nuestros personajes e historias preferidas e intercambiar cartas con la redacción o con otros lectores. Las revistas congregan a un público específico en torno a ellas que se siente identificado con la línea editorial o con lo que supone la publicación. Permiten que los autores aprendan unos de otros mes a mes y que desarrollen historias cortas que serían impensables en otros formatos. Las revistas siguen publicándose, totalmente transformadas desde comienzos del siglo XX y muy lejos de lo que supusieron las del auge más reciente, el boom del cómic adulto. Lo he escrito más de una vez: como lectores, tenemos que propiciar que esa opción de lectura no se pierda y continúe viva. Que ocupe un hueco que siga ampliando los horizontes del universo del cómic. Su presente puede tener un futuro. La fórmula del continuará en papel enriquece el medio, aportando diversidad. No debería aparecer nunca un fin.