El 16 de septiembre de 1948, aparecían en el n.º 38 de la revista belga Tintin las primeras planchas de un personaje llamado al éxito: Alix el Intrépido, debidas al autor alsaciano Jacques Martin. En las mismas, comenzaba la primera aventura del joven homónimo galo, que acabaría convirtiéndose en amigo y confidente del procónsul Julio César.
Bien es cierto que aquellos primeros dibujos eran quizás algo estáticos y rudimentarios, pero el autor, un apasionado por la Antigüedad, lo suplía con una apabullante documentación histórica que plasmaba en cada una de sus viñetas, especialmente atractivas para el público juvenil al cual iba dirigido. En sus andanzas, Alix recorrería el Mundo Antiguo, y entraría en contacto con sus más importantes civilizaciones: desde Grecia y Roma, hasta Egipto o Persia, sin olvidar a celtas y germanos. Es más, llegaría a vislumbrar el perdido esplendor de otras, ya desaparecidas en el tiempo en que se ubica la serie, como la etrusca o cartaginesa, si bien Jacques Martin tendría el acierto de rememorarlas a través de sus descendientes, a fin de no romper el marco cronológico.
Con los años, el dibujo mejoró y las historias fueron cada vez más sólidas, no solo desde un punto de vista argumental, sino también en cuanto a la ambientación, lo que daría lugar a una sub-serie didáctica: Los viajes de Alix, en la que el protagonista mostraba con todo detalle los modos y costumbres de quienes vivieron en aquel remoto pasado.
Los 36 álbumes publicados y 70 millones de ejemplares vendidos atestiguan la fuerza del binomio aventura-historia presente en Alix. Por lo que no podemos sino estar de acuerdo con la apreciación del crítico Patrick Gaumer en el sentido de que la serie: «abrió el camino al cómic histórico realista».
Con todo, el Alix el Intrépido de las primeras décadas escondía en sus páginas una pugna que el público al que iba dirigido no permitía explicitar. De una parte, ciertas dosis de moralidad, patentes en la especie de misión civilizadora que emanaba de los personajes principales, especialmente cuando se relacionaban con los pueblos, digamos, bárbaros; y, de otra, ciertos indicios de homosexualidad nunca resueltos entre el protagonista y su alter ego, el joven egipcio Enak.
La necesidad de adecuar el producto a quienes entonces fueron niños y ahora son mayores movió a los editores a lanzar en 2012, de la mano de Denis Bajram y Valérie Mangin en el guión, y de Thierry Démarez en el dibujo, un primer álbum de otra serie paralela, dirigida esta vez a un público adulto: Alix Senator.
Situada en el año 12 a. C. durante el mandato de Octavio Augusto, el protagonista, que ahora peina canas, aparecía convertido en el senador Alix Gracus, a cuyo cuidado se hallaban su hijo Titus y su protegido Kefrén, hijo de Enak, que haría su reaparición en el segundo álbum de la nueva serie: El último faraón, un año después.
Con una ambientación, si cabe, mejorada respecto a la serie original, Alix Senator establecerá una interesante trama política en la que se ven implicados los más altos personajes de la corte: un Augusto atormentado por haber ordenado el asesinato del hijo de su tío-abuelo César ordena transportar los Libros Sibilinos del santuario de Delfos a la misma Roma, a fin de conocer el futuro que espera a su recién creado Imperio, mientras su esposa, Livia Drusila, muy puesta en las artes mágicas, pretende a toda costa asegurar la sucesión a favor de su hijo Tiberio.
Pero la intriga, muy propia del género polar francés, permite al lector, por poco que se detenga, mostrar de una forma seria y a la vez amena el amplísimo marco creencial que rodeaba a aquellas gentes, no solo a los romanos, sino también a los egipcios y a las gentes que habitaban un Próximo Oriente, donde el fuerte impacto de la helenización había dado lugar a un sincrético panteón.
Será precisamente allí, en el santuario de Cibeles en Pesinunte (Anatolia), donde uno de los protagonistas, Kefrén, hijo de Enak, sobrevivirá a la emasculación realizada por los castrados servidores de la diosa en el episodio que nos ocupa, confiriendo a la serie de Alix Senator una perspectiva inusual y que de alguna manera condicionará las siguientes entregas de una serie realmente importante, que aúna de forma notable diversión y cultura, intriga y conocimiento, logrando lo que muchos de los cómics llamados históricos apenas han rozado: contarnos cómo eran, cómo vivían y cómo pensaban y creían nuestro antepasados, sin recurrir a perspectivas anacrónicas, y con un notable respeto. De todas todas, recomendable.