Squeak the Mouse

Pop de combate

SQUEAK COVER front

Cuenta la leyenda que Matt Groening se inspiró en este trabajo de Mattioli para su Rasca y Pica, ese desquiciado cartoon dentro del cartoon que Bart y Lisa Simpson no se cansan de ver. Y, si bien nadie lo ha confirmado, es cierto que la publicación de Squeak the mouse en los Estados Unidos por parte de Catalan Communications a mediados de los ochenta no pasó en absoluto desapercibida (tuvo problemas en la aduana que provocaron un juicio por obscenidad), de manera que no es descabellado aventurar que sí, Groening y la gente que trabajó en Los Simpson seguramente conocían el fumetto de Mattioli, pero también hay que decir que, en resumidas cuentas, la propuesta de este consistía básicamente en llevar a sus últimas consecuencias la mecánica slapstick de los viejos y queridos dibujos animados, algo que cualquiera que haya trabajado en la industria ha querido hacer alguna vez. No es más que, en efecto, extrapolar un poquito, darle una vuelta de tuerca a las peripecias de Tom y Jerry, de Pixie, Dixie y el señor Jinx, de Silvestre y el canario chivato o el ratón veloz, del Coyote y el Correcaminos, todo ese universo de violencia elástica y aparentemente inocua, de carreras y golpes, de caídas inverosímiles, de yunques y trenes de mercancías desbocados, de disparos a bocajarro y explosivos marca ACME. Extrapolar y añadir, en fin, consecuencias: sangre, vísceras, aniquilación. Y, en el caso de Mattioli, aderezar con porno a saco y múltiples guiños a la cultura trash: trabajar desde el underground y para adultos le permitió ir mucho más allá que los pobres Rasca y Pica, encajonados al fin y al cabo en el nicho del prime time.

En realidad, no es la primera vez que Massimo Mattioli recurre al funny animal en su larga carrera. Siempre con una mirada irónica, muy pop, y siempre demostrando su amor por los clásicos norteamericanos de la tira de prensa, cuyos mecanismos narrativos y gráficos desmenuza, estudia, asimila y homenajea una y otra vez (algo muy italiano, por cierto.) De hecho, lo hace ya desde sus primeras colaboraciones en prensa, a mediados de los años sesenta (Vermetto Sigh, Il Gatto Califfo). Esa misma década le vio viajar a Londres, donde colaboró en el magazine Mayfair, y trasladarse después a París, donde Goscinny le puso en contacto con los editores de Vaillant/Pif, revista en la que publicó M le magicien. En los setenta, y ya de vuelta en Italia, creó su serie más longeva, Pinky, protagonizada por un conejo rosa, fotógrafo de prensa. Hacia la mitad de esa década crearía, junto con Stefano Tamburini, la cabecera Cannibale, en la que colaboraron también Andrea Pazienza y Tanino Liberatore: una revista de pulsión claramente underground que no tuvo mucho recorrido. El testigo lo recogió Frigidaire ya en los ochenta, donde Mattioli coincidió y colaboró con el grupo Valvoline (Mattotti, Igort, Brolli, Burns). Es en esa época cuando toda esa gente empieza a publicar sus cosas fuera de Italia, y en concreto llegan a España a través de las páginas de El Víbora.

(Sin abandonar la influencia del funny animal y de la tira clásica de prensa, y ya que hemos llegado a El Víbora y el underground español, no podemos dejar de mencionar que en las primeras historietas de Gallardo se puede rastrear sin dificultad la influencia de Segar, o que Micharmut debe mucho, en especial en sus primeros trabajos, a Herriman. Por no hablar, claro, de Mariscal y sus Garriris.)

Leer por entregas Squeak the mouse cuando apareció en El Víbora fue un shock (en una revista que estaba, por entonces, acostumbrada a ofrecer tratamiento de shock a sus lectores un par de veces por número). El trabajo de Mattioli era impecable: la parrilla rígida de doce viñetas que reproducía a la perfección la narrativa televisiva, la elasticidad de unos personajes icónicos, las barbaridades que se iban sucediendo sin descanso. Todo, salpicado con referencias, guiños y homenajes más o menos explícitos. Y sin un solo diálogo, pero con una buena colección de onomatopeyas, a cada cual más expresiva. Puro pop de combate.

Leído hoy en la excelente edición de Fulgencio Pimentel, que recupera una tercera entrega que no llegó a publicarse aquí, no ha perdido ninguno de sus valores. En todo caso, nosotros hemos perdido un poquito de inocencia en la mirada y a lo mejor estamos más atentos a buscarle los trucos, la tramoya. Pero de eso no tiene la culpa Mattioli.

(Massimo Mattioli nació en 1943 y murió en agosto de 2019. Ojalá alguien publicara aquí más cosas suyas. Y más cosas italianas, en general.)

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