La mentira es inherente al ser humano. Es un mecanismo de defensa ancestral que hemos perfeccionado con el paso de los siglos. Nuestra sociedad la acepta de manera abierta al mismo tiempo que la rechaza con ímpetu. Es el pegamento básico que mantiene nuestro día a día y que construye los pilares del poder de las élites político-económicas. Se desliza entre las grietas del sistema, para cubrirse por capas y capas de hipocresía. Sabemos que existe, pero negamos u olvidamos su existencia. La afilada pluma de Altarriba es especialista en diseccionar los componentes que forman el adhesivo institucional. Lo hace en compañía de un Keko soberbio, que compone cuidadas viñetas e impactantes splash pages que condensan la trama.
La prospección fue realizada previamente en el ámbito universitario con Yo, asesino. Detrás de las clases magistrales se encuentra un universo de intrigas que atenazan la libertad que debería primar en un contexto dedicado a la producción y enseñanza del conocimiento. Conocedor de la obra de Michel Foucault, el profesorado universitario aplica los mecanismos del poder con delectación. El profesor de Historia del Arte que protagoniza el primer volumen se convierte en personaje clave para la «trilogía egoísta». Esta encuentra además una expansión en El perdón y la furia, obra realizada por encargo del Museo del Prado. La tríada continúa a través de Yo, loco. Ante una realidad difícil de digerir, las píldoras que permiten levantarse cada mañana son una buena y normalizada solución. Cuando un engranaje en el motor de una máquina se dobla un poco, es necesario enderezarlo. Siempre es más barato que realizar un cambio. Si una personalidad no encaja dentro del entramado social, las grandes farmacéuticas entran en juego para devolverla al canon.
Los excesos empresariales se suman a los del sistema del arte contemporáneo. Se deslizan personalidades como Abel Azcona o Jeff Koons, como crítica a la impostura y mercantilización de la manifestación artística. El Hulk de este último que aparece en Yo, mentiroso es una perfecta condensación de un tema transversal a toda la trilogía. Un atrezzo más para el poder y las influencias que se manifiestan en encuentros privados. El cómic presenta a grandes personalidades de la política española de los últimos años, momentos convulsos de cambios de Gobierno en los que la punta del iceberg de la corrupción sale a la luz. Pequeños cambios en sus nombres o en su forma física no impiden reconocer a Javier Maroto, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez o el Comisario Villarejo, además de Ana Botín, Florentino Pérez o el verdadero demiurgo del entramado institucional: Iván Redondo.
Presentado como Adrián Cuadrado, es el actual jefe de gabinete de Pedro Sánchez y ha trabajado durante años para el Partido Popular. Uno de los muchos méritos del libro es la forma en la que penetra en lo aparente para sacar a la luz lo que está detrás. No se limita a una sucesión de caras conocidas dentro del establishment hispano, sino que pone en relieve la labor de los auténticos jugadores de ajedrez del tablero político: los asesores expertos en comunicación. Especialistas en gestionar y difundir la información, en camuflar la verdad o en retorcerla de cara a la opinión pública. Su trabajo es vital para cualquier partido o grupo de presión. El objetivo no radica tanto en mover las piezas, manejar los hilos del títere, como en asegurarse de que la argamasa, las costuras que permiten que se muevan, permanezcan estables. Originario de San Sebastián, Redondo aparece en la historia como oriundo de Vitoria, ciudad en la que se centran los acontecimientos principales de la trilogía.
El rico contenido referencial del que hacían gala Yo, asesino y Yo, loco, continúa en Yo, mentiroso. Desde el impacto visual implementado en la recreación de las grandes arquitecturas de los palacios vitorianos abandonados, hasta la sutileza con la que se incorpora la última cena de Jesús y sus apóstoles al discurso narrativo. Rojo y dorado fueron los colores de la sangre y de la locura. Verde es el asociado a la mentira que complementa el bitono de la obra. Escala cromática propia de la pigmentación de las víboras y del veneno. El impecable guion logra cerrar las distintas tramas y proporcionar un final perfecto para la trilogía. Forma un mensaje claro: in vino veritas. La verdad está en el vino, en los borrachos de conocimiento, los locos y los niños, como el hijo de Adrián Cuadrado. Y vincit omnia veritas. La verdad lo conquista todo, pero no es la que nosotros creamos.