El último faraón. Una aventura de Blake y Mortimer

Otro mundo es posible

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Ya hace tiempo que la historieta francobelga ha asumido que quienes dominan el mercado son los personajes y no los autores. Personajes cuyas aventuras se desarrollan en series interminables que se prolongan álbum tras álbum y que sobreviven a sus creadores. Cada año, las grandes cifras de ventas son para sagas clásicas como Astérix, Lucky Luke, Alix o Blake y Mortimer. El llamado cómic de autor y el álbum único rara vez consiguen siquiera hacerles sombra. Asumiendo que así son las cosas, últimamente ha empezado a instaurarse una doble corriente en el cómic francobelga: por una parte, la continuación de series que imitan el modelo original de forma acrítica y mimética intentando reproducir fielmente el aspecto y el tono de las aventuras canónicas pero quedándose siempre un peldaño por debajo, como una copia o, en el peor de los casos, como un triste pastiche; por otra parte, han aparecido álbumes que buscan recrear de manera más o menos libre el universo de una serie histórica a través de la visión particular de un creador que revive los personajes sin mimetismos, imponiendo su voz como autor, haciendo una relectura en clave contemporánea. En este segundo caso tenemos ejemplos tan notables como el Spirou de Émile Bravo, el Tif et Tondu de Blutch, o el Blueberry de Sfar y Blain. Y es también en esta última categoría donde debemos situar El último faraón, una revisión de las aventuras de Blake y Mortimer que se aleja del canon marcado por su creador, Edgar Pierre Jacobs, debido a la gran personalidad que le sabe imprimir François Schuiten.

Jacobs es uno de los grandes nombres de la historieta belga. Amigo y colaborador de Hergé —padre de Tintín— que publicó en 1945 las primeras páginas de Blake y Mortimer, que acabaría contando con pocas pero muy recordadas entregas, caso de la icónica La marca amarilla. El inquietante universo de Jacobs oscila entre la ciencia ficción y el misterio, con escenas subterráneas, mucha oscuridad y una permanente lucha entre el Bien y el Mal —en mayúsculas— que constantemente pone al mundo al borde de su destrucción total. Por su parte, el dibujante y guionista François Schuiten es el cocreador de una de las series más ambiciosas y estimulantes de la historieta francófona: Las Ciudades Oscuras, una saga distópica escrita junto al escritor y ensayista Benoît Peeters.

Schuiten también había pensado apoyarse en Peeters para El último faraón, pero finalmente fueron el cineasta Jaco Van Dormael y el novelista Thomas Gunzig quienes ayudaron a Schuiten en el guion de este álbum firmado por los tres y que muestra una ciudad de Bruselas asombrosamente transformada después de que unos misteriosos rayos emanaran del imponente Palacio de Justicia y los ciudadanos la abandonaran dejando que la naturaleza la tomara de nuevo.

Hay un evidente trasfondo ecologista en estas páginas, una denuncia del daño que provoca la huella humana sobre el planeta y un guiño de complicidad hacia posturas altermundistas que proponen otros modelos de vida políticos, sociales y tecnológicos. Son preocupaciones que no estaban en los episodios clásicos pero que encajan bien. En realidad, El último faraón combina con acierto temas nuevos con otros que son habituales en esta serie, como la amenaza de un apocalipsis o las referencias al episodio de El misterio de la Gran Pirámide. Por su parte, los protagonistas ya no son los de Jacobs: han pasado años y el profesor Mortimer —aquí casi un alter ego de Schuiten— es ahora un viejo al que ven como una rémora del pasado, y además entre él y el capitán Blake se adivina que ha habido un claro distanciamiento.

Hay que preguntarse por qué uno de los máximos representantes del cómic de autor contemporáneo ha querido recrear una serie de hace más de setenta años. La respuesta está en las particulares características de la obra de Jacobs y en la vinculación sentimental que Schuiten confiesa tener. En algunas declaraciones, Schuiten ha hablado de la «persistencia retiniana de las imágenes jacobsianas», es decir, de su capacidad para quedar fijadas en la mente del lector. Y así es. Porque todo en Jacobs, desde su dibujo hasta la composición de la página y los textos, van en la dirección de ralentizar la acción para detenerla y hacerla inolvidable. Schuiten parece querer saldar una deuda de infancia y homenajear al autor que le llevó a amar el medio cuando, sentado en la falda de su hermano, este le leía las aventuras de Blake y Mortimer. A la vez, ha querido aproximarse a esa obra para descubrir «el secreto de su hechizo», como él mismo apunta en estas páginas. Y como queriendo cerrar el círculo que le ha llevado a sus inicios en la historieta, Schuiten ha anunciado que con esta obra se despide del cómic. Ojalá rectifique. Pero por si acaso, nos deja el episodio más jacobsiano de la era post Jacobs, pese a ser el más personal de ellos.

Un álbum elegante, con páginas espléndidamente dibujadas y rubricado con la vibrante paleta cromática del cartelista Laurent Durieux, uno de los grandes aciertos del libro que se convierte, a su vez, en un muy adecuado homenaje a ese uso psicológico y envolvente del color tan característico de la marca Jacobs.

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