Desde que se fija la mirada en la infancia como un elemento consumidor a partir del siglo XVIII, se ha sucedido en el tiempo y en los diferentes territorios la publicación de diversos productos de corte literario creados y especialmente destinados a un público infantil. Una vez que se instaura la concepción de que el niño es un factor esencial de la sociedad, surge la necesidad de procurarles una educación, brindándoles una serie de conocimientos en esos textos. Si bien rezumaban una clara funcionalidad ideológica y pedagógica, publicaciones como los periódicos para la infancia, revistas y otras cabeceras que se sucederían a lo largo de los siglos XIX y XX, venían recubiertas de una pátina de entretenimiento que se perpetuará. Un hecho interesante es comprobar cómo la incorporación de ilustraciones de apoyo a esos textos acabará por hacerse igualmente imprescindible en esas publicaciones destinadas a los más pequeños. Y así hasta la fecha, pues entretenimiento e ilustración devienen en aspectos fundamentales que jamás deben fallar en los productos literarios infantiles acompañando a esa voluntad, inherente al proceso de enseñanza y aprendizaje, de potenciar las habilidades y destrezas de los niños.
Hablar de ilustración en el noveno arte es redundante, al igual que lo es hacerlo de sus posibilidades como herramienta transversal de aprendizaje y como medio de entretenimiento. Ahora ya, la capacidad de entretener y de conectar con unos lectores tan exigentes como lo son los pertenecientes a la franja de edad de los primeros lectores es mérito y resultado directo de las aptitudes del creador.
Marta Cunill proviene del mundo de la animación y de la ilustración infantil —su álbum ilustrado Mi superabuela (Beascoa, 2015) fue galardonado con el Premio Boolino en esa categoría en 2015—. Con las armas propias que toma de ambos campos, Cunill ofrece a los más pequeños una historia en viñetas cercana a ese álbum ilustrado que domina las primeras lecturas y la consolidación del hábito lector, con una composición efectiva y sin retórica que desvíe la atención, unos trazos sencillos que identifican a la perfección el mundo representado, un fluir desenfadado de la narración, simpáticos personajes y unos colores muy atrayentes. ¡Ya vamos! se enmarca en la colección Wistiti de Mamut, la línea infantil de la editorial Bang, proyectada para quienes están comenzando a leer. Así, el tamaño de la letra, el uso de mayúsculas y los textos no muy extensos, favorecen el acercamiento a la lectura, la práctica de la lectoescritura y el desarrollo de la competencia de la comunicación lingüística. El movimiento migratorio de unas aves es el punto de partida para un argumento costumbrista cuya trama se cimenta en el conocimiento del entorno natural al que no le falta la pieza clave de los relatos infantiles: el humor, en sus actualizaciones del absurdo de la contraposición de estados opuestos, de la sucesión de ocurrencias disparatadas, y de las situaciones de comicidad provocadas por tres aves que no parten a tiempo en busca de latitudes más cálidas y se ven abocadas a idear estratagemas para sobrellevar ese frío que deberían haber evitado. La secuenciación presenta una estructura circular además de una reiteración de esquemas que incide directamente en el ritmo, propio de la narración oral. La autora se vale de animales antropomorfos que se erigen protagonistas y que, en primera persona, ponen voz al relato. Desde nuestra perspectiva adulta podría verse como un factor fantástico, pero nada más lejos de la coherencia infantil: son los propios interesados los que se encargan de explicar el porqué de las cosas. Precisamente los animales han sido utilizados recurrentemente en la literatura infantil como recurso para establecer las pautas de configuración del mundo y responder al interés de los niños de esas edades por el mundo real. Las fábulas y los cuentos breves han servido de guías durante generaciones a los más pequeños en el descubrimiento y comprensión de su entorno más cercano.
Se trata, en definitiva, del uso de modelos narrativos capitales en la literatura infantil que se trasponen en el cómic infantil y que funcionan a las mil maravillas. En una sociedad como la nuestra, en la que todavía se arrastran las connotaciones del término «tebeo» que cuatro décadas de régimen dictatorial grabaron a fuego en la consideración de varias generaciones, es de suma importancia atender a la oferta de cómic infantil que se está consolidando y la nueva imagen que títulos como este están ayudando a conformar. No solo se trata de una opción más de entretenimiento, bien atractiva por cierto, sino también una oportunidad de afianzar el medio entre mediadores y padres y madres, y hacer cantera de lectores.