Al coger el tomo único Tatsumi que edita Satori, con nueve historias del maestro del gekiga, el lector se encuentra en la portada con las miradas huidizas de los protagonistas de algunos de los relatos. La actitud esquiva de los personajes nos anticipa lo que nos propondrán sus páginas: asomarnos a la complejidad de sus secretos más profundos.
Las primeras páginas las ocupa «Infierno», un relato que ya se publicó en España en la revista El Víbora, allá por los años ochenta (no es el único de este volumen, por cierto), y que sirve como toda una declaración de intenciones: el verdadero infierno al que se aproxima Tatsumi no es el horror atómico, sino el interior de cada ser humano.
Así, en este Tatsumi se suceden personajes, tramas, ambientes y situaciones que radiografían el Japón de mediados del siglo XX, con la amargura de una generación que se siente perdida, aprisionada en los márgenes de una sociedad entregada a un desarrollismo económico frenético que conduciría, años después, al estallido de la burbuja en los noventa.
Todos estos relatos se enmarcan dentro del gekiga, un movimiento fundado por el propio Tatsumi y otros autores que sentían la necesidad de alejarse de las historias para niños que hasta aquel momento habían copado el mercado del manga, a través de las revistas de préstamo. Él mismo, al igual que sus compañeros, había sido un niño que se había nutrido de este contenido, un oasis cultural en el erial de posguerra. Pero esos niños habían crecido y tenían otras inquietudes que no se veían reflejadas en las historias que se publicaban, así que comenzaron a emplear el manga como un medio en el que volcar sus preocupaciones vitales. Esta catarsis transicional también se ve reflejada en la segunda historia de este recopilatorio, «Ocupado».
La renovación del cómic era una cuestión vital, como lo era el encontrar estabilidad dedicándose a dibujar, a escribir («Cría») o a boxear, como en el caso de «La campana fúnebre», que cierra el volumen. Sueños aspiracionales desde el desasosiego, destinos marcados por la tragedia porque el final feliz es inalcanzable para los que no tienen nada. Las presiones sociales contradictorias destruyen al individuo y hacen que aflore lo más oscuro de su alma.
La obra está impregnada de un tono melancólico, con cierto sabor a oportunidades perdidas y, sobre todo, la amargura de una inevitabilidad arrolladora: la imperfección del ser humano, en un mundo hostil y también imperfecto, marca los destinos de varias generaciones que, ante la guerra y la miseria posterior, sienten su supervivencia a costa de la de los demás.
Las cicatrices de la ocupación norteamericana y la convivencia con el ejército estadounidense son otro tema recurrente, presente en «Escorpión. Who are you?» y en «Goodbye». Aunque en ambos casos el tema principal no es tanto este choque cultural como incidir en esta sensación de fracaso generacional, resulta elocuente que se recurra a este elemento para articular la inquietud existencialista de los dos protagonistas que, cada uno a su manera, cuestionan su propia identidad.
Las influencias cinematográficas son considerables, tanto en forma como en fondo. Algunos relatos traen a la memoria obras maestras del cine japonés, como La balada de Narayama (Keisuke Kinoshita, 1958) o Vivir (Akira Kurosawa, 1952), lugares comunes que se reinterpretan desde un prisma mucho más pesimista. No en vano, una generación separaba a Tatsumi de estos cineastas, quince años que marcaron la diferencia a la hora de vivir la guerra y a la hora de enfrentarse a la posguerra. Pero este Tatsumi también comparte cierto espíritu con movimientos de renovación cinematográfica que, a mediados del siglo XX, proliferaron en distintos puntos del panorama internacional, como la nouvelle vague francesa o el neorrealismo italiano.
Críptico sin ser ininteligible, turbio sin caer en la deshumanización, sereno en su desesperanza, Tatsumi se erigió en una de las voces más representativas de su generación por reinventar un medio para abordar de manera directa los traumas colectivos y las profundas carencias emocionales de aquellos que fueron niños durante la guerra. La construcción de esta antología refuerza estas ideas de manera más evidente que otros recopilatorios del autor editados en castellano, lo que otorga al conjunto una mayor entidad, un concentrado de Tatsumi que, en cualquier caso, sabe a poco.