Quienes somos aficionados al cómic sabemos lo importante que es, cuando deambulamos por nuestras tiendas favoritas, encontrarse con una portada que te diga algo, que te impacte de algún modo, que destaque de entre las ingentes cantidades de títulos que buscan su lugar en las estanterías comerciales. Y puedo asegurar que eso ocurre cuando nuestros ojos fijan la vista en la de Rosie en la jungla. Por ese fondo blanco sin tipografía, por esa chica de edad indeterminada, con un pañuelo cubriéndole el pelo de un modo que no permite ubicar temporalmente lo que vamos a encontrarnos dentro del cómic, o por la expresión de inocencia dibujada en su cara. Lo siguiente que cualquiera de nosotros haría tras ver esa cubierta sería abrir sus páginas y echarle un vistazo al tebeo. Por suerte, y antes de que eso suceda, la faja promocional exterior y los datos editoriales en la contraportada nos aportan algo más de luz sobre lo que podremos encontrarnos dentro. Por un lado descubrimos, en una cita de Simon Hanselmann —otro que tal baila—, quiénes son los protagonistas del cómic; por otro, que Rosie en la jungla se llevó el Puchi Award, un galardón creado por La Casa Encendida de la Fundación Montemadrid y la editorial independiente Fulgencio Pimentel. Bien, ya tenemos algo a lo que agarrarnos y, sobre todo, estamos medianamente advertidos sobre lo que encontraremos en la obra más larga firmada por Nathan Cowdry hasta el momento. Eso en caso de que no se conozca el historial previo del británico. Si ya lo conocían, obvien todo lo que les he contado hasta el momento.
Si todavía no lo tenían claro, no se preocupen, porque apenas son necesarias dos páginas para darse cuenta de que Rosie en la jungla no es precisamente un cómic infantil o una obra de corte histórico, sino un título cargado de humor negro y sádico. Cowdry suelta sopapos ya desde el inicio del cómic. Sin remilgos, sin vergüenza. Nada en Rosie en la jungla es lo que parece a primera vista. Bromeando un poco diría que únicamente la fotografía promocional de Cowdry impresa en la última página del libro supone una certeza al respecto. Es mirarle a los ojos y empezar a atar cabos. Y ese contraste entre la forma y el contenido es precisamente uno de los puntos fuertes de un cómic algo irregular, pero que acaba atrapando.
Visualmente, los personajes de Cowdry destilan inocencia y candidez. Una chica con cara de ángel (Rosie); un adorable perrito llamado Denton; esa pieza de ropa interior con lacito que resulta ser el malvado Tío Braga; esa pareja de recién casados con la que se abre la historia; la acogedora tribu nabu que vive en comunión con la naturaleza, etcétera. Cowdry dibuja unos personajes adorables y los colores elegidos para darles cuerpo crean cierta sensación de paz, pero ahí se acaba todo lo que nos pueda hacer sentir cómodos. Cowdry hace volar nuestra confianza por los aires a toda velocidad. Dos páginas y ya nos habla de erecciones incontrolables, tres y nos encontramos a Denton destripado frente a la pareja de novios copulando, y así hasta completar un centenar y medio de páginas llenas de lujuria, violencia, humor corrosivo, sangre, semen, orines, drogas…
Un centenar y medio de páginas enfermas y salvajes que, y ahí acierta de lleno el británico, tampoco abandonan del todo esa candidez que sus dibujos denotan. Más bien utiliza ese tono para crear contrastes en la acción entre los momentos de calma y los de brutalidad, sexo, etcétera. Una escena puede empezar inocentemente para dar un quiebro al poco tiempo; Denton puede estar descansando con placidez para acabar masturbándose y eyaculándose en la cara; Rosie y su novio aborigen pueden emprender un viaje por el río que acabará con el Tío Braga degollándole y lanzando su cadáver al agua. Y podríamos seguir hasta destriparles —y nunca encajó tan bien la palabra en una reseña— el cómic completo. Nathan Cowdry consigue de este modo que su cómic de apariencia infantil acabe resultando más sádico, grotesco y sucio.
Ahora bien, que nadie vaya a pensar que todo es provocación gratuita, porque Cowdry sabe aprovechar algunos momentos para plantear cuestiones relativas a temas como la apropiación cultural o la cultura de la cancelación, aunque siempre sea soltando patadas en la entrepierna de lo políticamente correcto. Que no falte nunca el humor, claro está, pero el humor afilado y enfermo, sexual y obsceno, británico y oscuro, pero humor al fin y al cabo. Léanlo y, una vez acabado, vuelvan a mirar la portada y les aseguro que la mirada de Rosie adoptará frente a sus ojos un tono de oscuridad que no vimos la primera vez. Un viaje de negocios a Manaos (Brasil) que más que una aventura iniciática de la infancia a la madurez es toda una espiral de sangre, sudor y sexo.