Odio

¡Que corra el Prozac!

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Años noventa. Buddy Bradley se ha independizado de sus padres y se ha mudado a Seattle. Es la ciudad de moda por aquel entonces, no faltan grupos de rock, fanzines, artistas y aspirantes a artistas. Podría ser una gran historia generacional, pero a Buddy todo le sale mal, el mundo bohemio cada vez le parece más estúpido, lleno de frivolidad y tontería, hasta tal punto que termina volviendo a Nueva Jersey, con sus padres, a intentar mantener un negocio estable y llevar una vida de pareja. Es decir, una vida ordinaria, un infierno todavía peor que el anterior. Si la adolescencia es una época a la que se suele mirar con un punto de melancolía y frustración, el retrato que hace Peter Bagge de la «liberación» que viene después es una tragedia escalofriante.

Su dibujo bebe tanto de la historieta underground americana de los años sesenta y setenta, esos Gilbert Shelton y Robert Crumb, como de los dibujos animados que veía cuando era niño. Cuando en Odio hay discusiones, y este es un tebeo que transcurre a golpe de broncas domésticas, la expresión del trazo es tan vehemente que el lector se sorprenderá pidiendo la vez para intervenir en la pelea.

Parte de la gracia macabra de toda esta saga reside en el determinismo social con el que Peter Bagge rompe todos los tópicos de lo políticamente correcto. Los grupos de música, lo normal es que fracasen. Los intentos de ganarse la vida fuera del mundo de la empresa suelen tornarse charlotadas. Las relaciones sentimentales, por supuesto, también hacen aguas. Y si duran lo suficiente, son tediosas. ¿Una aventura para salir de la monotonía? Será patética. Los amigos muchas veces te parasitan, se aprovechan de ti, cuando no te roban directamente o te difaman. Al hermano de Buddy de pequeño le gustaban los Masters del Universo y le pegaba su hermano mayor, obviamente, cuando crece es un marine sin seso y con problemas de alcoholismo. Y al fan de Duran Duran, cuyo mal gusto musical era legendario, a ese le va bien. Se hace policía y, eso sí, fan del soft country.

Porque no se puede huir. Buddy quema los mejores años de la vida convirtiéndose poco a poco en una réplica de lo que siempre detestó: sus padres. Pero en el camino nos deja sus profundas reflexiones. Alegatos de odio contra todo. Las mujeres, los modernos, los artistas y sus fans, los coleccionistas de tebeos, discos o memorabilia. Las frases que Bagge pone en su boca hoy serían retuiteadas hasta la saciedad. Porque esa es otra, Buddy tiene aforismos para todos, pero los suelta tumbado en el sillón, zampando cereales «Alegritos» y sándwiches, sin mover el culo para nada que no sea sacar unas cervezas del frigorífico. Es el arquetipo del hombre de hoy: otro vago, erudito de la cultura popular que no va a cambiar el mundo ni por accidente.

Peter Bagge ha estado más de diez años dibujando a Buddy, su novia Lisa y todo un catálogo de secundarios impagable. Podría decirse que Odio se divide en dos partes simbólicas, la primera mitad en blanco y negro y la segunda en color. Las cotas más épicas las alcanza ese primer Buddy, pero a medida que avanza la historia el relato es cada vez más profundo. Podría ser una película arquetípica de Sundance, pero a nuestro protagonista, por ejemplo, le dan asco las lesbianas con piercings y sobacos peludos, le descolocan las mujeres liberadas sexualmente y ha hecho abortar a su novia Lisa media docena de veces. No es un modelo indie muy exportable. Y no lo es, básicamente, porque el autor no le castiga nunca por este tipo de conductas u opiniones, no le da ninguna lección. Es un cabrón adorable y eso no cabe en las buenas conciencias de nuestro tiempo.

Otro aspecto muy reseñable de este tebeo son las referencias musicales. Forman parte del viaje desde el principio. En la serie previa, Buddy y los Bradley, por ejemplo, al Buddy adolescente le pasan su primer disco de los Yardbirds y se abre para él un mundo nuevo. Y al final, en las últimas entregas, cuando a Buddy no le queda más remedio que ligar por internet, conoce a una mujer que para sorprenderle le invita a un concierto de U2. En cuanto ve las entradas, nuestro protagonista no puede evitar vomitar en el restaurante en el que están cenando.

En entrevistas posteriores Bagge ha explicado que la música que uno escucha dice mucho de quién es y de cómo se encuentra. Para el lector que sea capaz de entender las menciones a grupos y discos éste es un atractivo más de un tebeo ya de por sí mítico.

Se ha hablado mucho de que Odio es un cómic generacional, pero es algo más que eso. Subraya el agotamiento y degradación del modelo de cultura juvenil tal y como se concibió desde los años sesenta. Dinamita toda la importancia que se le dio a las drogas, la estética y la música. También muestra la mentira en que acabó convirtiéndose la figura de la familia americana surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Cuando Bagge llegó con esta canción Todd Solondz todavía no había rodado Happiness. Sin embargo, hay una parte positiva, por supuesto. No hay forma más divertida que Odio de darse cuenta de que todo es una mierda. Como dice la contraportada del volumen diez, ¡que corra el Prozac!

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