—Por favor, ¿podrías decirme qué camino tengo que seguir?
—Eso depende bastante de adónde quieras llegar —dijo el Gato.
—El adónde no me importa mucho… —dijo Alicia.
—Entonces no importa mucho qué camino sigas —dijo el Gato.
—… siempre que llegue a algún sitio —añadió Alicia a modo de explicación.
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas
Si un conejo blanco puede ser la llave de entrada a otro mundo, quién te dice a ti que seguir a tu gato Octavio en su excursión por los tejados no te puede llevar fortuita e inconscientemente a darte de bruces con otra realidad. Una, además, en la que te sientes libre para elegir el camino a seguir y en la que encuentras empática e inmediata compresión ante lo que sientes como un ultraje. Melvina es una niña que se halla a punto de cruzar esa línea invisible que marca el comienzo de la adolescencia y, como tal, sufre de una serie de males universales aplicables a ese momento de la existencia, como la impotencia de no contar con esa edad suficiente que te otorga voz y voto ante decisiones que te atañen.
Melvina lleva acompañando a Rachele Aragno desde su adolescencia; puede decirse que esa niña pelirroja de grandes gafas fruto de su imaginación ha crecido con su creadora y ha ido tomando entidad mientras la historietista italiana proyectaba sobre ella sus frustraciones y preocupaciones, a la par que le construía un atractivo universo propio en el que hacer frente a todas las vicisitudes que se le planteaban. Así, desde la perspectiva que supone la distancia de realidades fantásticas y alternativas, aborda la impaciencia ante el inexorable y pautado paso del tiempo para quien ansía saltar de tramo de edad y la importancia de asistir a esas necesarias y valiosas lecciones que la vida nos va dosificando en cada una de sus etapas, lecciones por las que se nos enseña a ser mayores.
Melvina, primer cómic de Rachele Aragno, cuenta con ese poso en fondo y forma que otorga el tiempo y la reflexión. Sus viñetas contienen formalmente la esencia de los grandes clásicos iniciáticos, pero también de los cuentos de fantasía tradicionales, incluidas la moraleja que acaba por dar sentido a las tribulaciones de la protagonista, la existencia de profecías capaces de poner fin a una tiranía impuesta o el tono de advertencia ante posibles peligros. El viaje que Melvina emprende por las tierras de Masacá no es sino un camino de aprendizaje basado en descubrimientos personales y encuentros con personajes que la enriquecerán paulatinamente y en el que, por supuesto, no faltan las fabulosas aventuras. El relato se levanta a partir de una temporalidad muy habitual también en esos textos de corte infantil y fantástico en los que se traspasa la frontera entre realidad y ficción. En esos mundos, como es el caso, el tiempo se expande y comprime a su antojo, y lo que parece una larga temporada no son más que unas horas en esa realidad que se abandona. Aragno toma delicadamente la mano del lector y, sin que se dé cuenta, le lleva allá donde quiere ir gracias a la expresividad de su trazo, las composiciones de viñeta y de página, la incorporación de secuencias de continuidad en determinadas viñetas que contribuyen a dotar de gran dinamismo a una ágil narrativa, la acertada paleta de colores y el tratamiento del color para delimitar espacio y tiempo, la textura de acuarela, la caracterización de personajes principales y secundarios, y sus elecciones, alternando planos detalle, medios y generales, viñetas a sangre y página completa o doble página. En cuanto a las coordenadas geográficas representadas, la onírica atmósfera que envuelve esa fantástica tierra de Masacá la hace más que atractiva y creíble a ojos del lector, que queda encandilado desde que pone la vista por primera vez en cualquiera de los tan fuera de lo común y espectaculares parajes (el vivaracho pueblo de Masacá, el río de la vida o las ciénagas metafísicas). Destilan un especial magnetismo, es cierto, pero sobre esa inicial premisa de fascinación sobrevuela una extraña sensación de inquietud. Lo mismo sucede con los estrafalarios, caricaturescos, variopintos y deliciosos personajes.
Historietísticamente hablando, Italia se considera una industria históricamente irregular aunque ciertamente potente en número y calidad, no en vano es cuna de destacadas y reconocidas producciones (la seminal Linus, el inconfundible aroma Disney en Topolino o la editorial Bonelli, con sus géneros clásicos), personajes eternos (Corto Maltés, Valentina o Tex) y excepcionales creadores (Battaglia, Pazienza o De Luca). El panorama actual del tebeo en ese país está plagado de interesantes voces, con especial atención a la presente generación de autoras. En este punto cabe destacar el papel de la editorial responsable de que Melvina haya llegado a las baldas de nuestras librerías. Liana, joven y resultona editorial bajo la dirección de Marta Tutone, está confeccionando un catálogo que dirige especialmente su mirada hacia creadoras italianas y con vocación de erigirse en enlace de primera mano a su producción por su especial vinculación con Italia.
Melvina, recientemente galardonado con el premio Jeunesse Artémisia 2020, es además uno de los cómics que certifica el buen momento de la oferta para jóvenes lectores. Una excelente historia que, como los grandes clásicos de la LIJ, trasciende edades.