La divina comedia de Oscar Wilde

El final del viaje

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La relación de Javier de Isusi con la figura y la obra de Oscar Wilde viene desde niño. Con siete años de edad contrae las paperas y recibe como regalo un libro de cuentos del célebre escritor que le ayudará a sobrellevar la convalecencia. A partir de ahí el vínculo se irá estrechando hasta que, 40 años después y tras la lectura de De Profundis, obra póstuma del autor irlandés, De Isusi siente la necesidad de meterse de lleno en su figura y crear una obra que recogiera parte de su vida. Fruto de todo ello es La divina comedia de Oscar Wilde, una novela gráfica que abarca la vida del escritor irlandés a lo largo de los últimos tres años de su vida, autoexiliado en París y la Costa Azul. El título de la obra proviene de los propios manifiestos de Wilde, quien definió su vida como «una divina comedia» en la que había pasado por el infierno y el purgatorio manteniendo intactas sus ganas de alcanzar el paraíso, todavía en esta vida. De Isusi muestra ese viaje del propio autor al que describe como un hombre fracasado que acabó sus días arruinado, naufragado en alcohol y agotando los ingresos de sus rentas y sus amigos en vino, ron, absenta y en compañía de jóvenes prostitutos a los que no dudaba en agasajar con regalos.

La obra arranca con una introducción en la que el propio Wilde nos invitará a sentarnos en una butaca para presenciar una obra de teatro. Una maravillosa función en la que asistimos a la escenificación del deambular de Sebastian Melmoth, nombre que adoptó después de que el suyo verdadero se hubiera convertido en sinónimo de depravación y vergüenza tras una condena a dos años de trabajos forzados por su homosexualidad, considerada una «aberración», para la sociedad victoriana, y una «indecencia grave», para la ley, y que le llevó de la gloria al desprecio y a la pérdida de la custodia de sus hijos.

A pesar del magnífico trabajo de documentación y de investigación que hace Javier de Isusi, no se puede decir que sea una biografía al uso acercándose al género periodístico, sino que, en cierto modo, toma el guante que el propio Wilde lanzó en su ensayo La decadencia de la mentira, en el que llega a la conclusión de que para alcanzar la realidad de las cosas hay que contar mentiras y ficcionar mucho. Independientemente del grado de invención que pueda tener esta novela gráfica, todo resulta muy creíble. Para ello, el bilbaíno mezclará una gran cantidad de datos reales con su propia visión de los hechos, añadiendo pinceladas de aspectos en los que deja su impronta personal, manteniendo esa idea siempre presente en Wilde de que la realidad siempre acaba copiando a la ficción.

Lo que sí es real son las numerosas citas y sentencias, que están permanentes a lo largo de todo el trabajo y que el autor utiliza con precisión en cada momento. Todas ellas aparecen en el instante y contexto adecuados, sin ser utilizadas al azar ni como mero elemento decorativo en la narración, creando unos diálogos magníficos y de una inteligencia brillantísima con las sentencias de quien fue definido por Frank Harris como «el mejor conversador de todos los tiempos».

Un aspecto destacado de la obra a nivel narrativo son los paréntesis que inserta en modo de entrevistas con algunos de los que tuvieron la oportunidad de conocerlo. Aquí, los personajes más cercanos al escritor viajan en el tiempo hasta la actualidad para aportar testimonios sobre su personalidad, un recurso que introduce pausas en la narración pero que aportan, de un modo bastante ingenioso, otros puntos de vista a lo que nos está contando.

Gráficamente, la obra es sublime, una clara muestra de la evolución del autor como dibujante, que viene ya un tiempo demostrando un absoluto dominio de la técnica con unas acuarelas en ocasiones muy aguadas y manejadas con enorme soltura. Mención especial merecen unas páginas totalmente oníricas, que rompen abruptamente con la narración de la historia y en las que Wilde y un joven acompañante atraviesan un enorme espejo para enfrentarse a todos los fantasmas y pesadillas que les aguardan al otro lado. De Isusi se inspira en las ilustraciones que hizo William Blake para la adaptación de La Divina Comedia, y es ahí, en esas páginas sin texto que se sustentan perfectamente solo con la imagen, donde ofrece su maestría con el pincel.

A todo esto hay que añadir el exhaustivo realismo con el que describe los lugares, el ambiente de la época y los personajes, no solo en su aspecto e imagen, sino también en su modo de vivir en un periodo que muestra una ciudad en la que un elevado número de artistas se nutría de una enorme corriente creativa en la que siempre había lugar incluso para los proscritos, como Wilde.

Dijo el autor de La importancia de llamarse Ernesto que aunque un gran artista tenga muchos discípulos, es siempre Judas quien escribe su biografía. Probablemente Javier de Isusi no habrá ejercido de apóstol traidor, pero lo que sí está claro es que ha logrado crear una obra digna de entrar en el paraíso del cómic. Ese paraíso que no terminamos de saber si alcanzó o no Wilde tras su paso por el infierno y el purgatorio.

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