Bienvenidos a la cantina, un lugar especial al que acudir con nocturnidad y en busca no solo de buena gastronomía, sino de excelentes historias. En ella su dueño te preparará el plato que quieras, siempre y cuando cuente con los ingredientes necesarios.
La cantina de medianoche (Shinya Shokudo, en el original) se fraguó cuando su autor Yaro Abe, cansado de recibir rechazos, eligió entre dos opciones que le sugirió su editor y que, a decir verdad, no le entusiasmaban demasiado: en su editorial había espacio para un manga de medicina o uno de gastronomía. Por suerte para nosotros, el mangaka eligió la segunda opción, y el resto es historia del cómic, del audiovisual, y de la gastronomía.
Las Tokio Stories de Abe, que comenzaron en 2006 en la revista de manga Big Comic Original, pronto se convirtieron en un fenómeno popular que trascendió el cómic para convertirse en una serie de televisión que, después de tres temporadas y dos películas, fue fichada y globalizada por Netflix, donde se pueden ver otras dos temporadas (cuarta y quinta). Run to Netflix, you fools.
En Corea (la buena) son tan fanáticos del manga que además de producir su propia adaptación televisiva, se lanzaron con una obra de teatro musical que más tarde adaptarían en Japón ante el estupor del propio autor. Y para los muy cantineros, finalmente está la adaptación televisiva china que termina de confirmar el éxito de la obra en el este de Asia.
¿Y todo esto a partir de un manga de encargo? ¿Tanto le gusta la comida a esta gente?
Pese a no partir de una historia personal, Abe consigue una fusión gastronomía-emotividad realmente sorprendente que va mucho mas allá del atractivo culinario, que, efectivamente, les encanta. El manga alimentario despegó en Japón a principios de los 80, y hoy es un género próspero que cuenta con innumerables obras. Ejemplos suculentos —y altamente recomendables— que han sido publicados en España son las obras de Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi, El gourmet solitario y Paseos de un gourmet solitario (Astiberri Ediciones). También los siete volúmenes de Oishinbo (Norma Editorial) o las series ¡¡Amasando!! Ja-Pan (Editorial Ivrea) y Food Wars (Panini Cómics).
La coartada gastronómica permite habitualmente acercase a otros temas que nos aproximan a la cultura nipona, sus costumbres y modos de relacionarse que, en el caso de nuestra cantina, es con nocturnidad. La noche es para el autor un elemento esencial de sus historias y define el perfil de los personajes con los que nos vamos a encontrar de la misma manera que el barrio en el que están enmarcadas, Shinjuku.
Shinjuku es una región especial de la metrópolis de Tokio especialmente transitada y con una elevada tasa de inmigrantes, en la que proliferan bares y restaurantes a la luz de los neones. Es también el lugar donde se emplaza el hotel de la película Lost in Traslation, o en el que transcurre la acción de la impactante Ichi the killer (película y manga) y la maravillosa película de animación del maestro Satoshi Kon Tokyo Godfathers. Dentro de Shinjuku está Kabukicho, el barrio rojo, con sus consiguientes bares de alterne, love hotels y locales de hosts (muchos de ellos propiedad de la Yakuza). Todo ello es caldo de cultivo para construir unos personajes que se dejan caer por la cantina que abre de doce de la noche a siete de la mañana.
De esta manera las treinta historias que componen este primer volumen del manga están protagonizadas por diversos habitantes de la noche, como strippers, actores porno, gánsteres, cantantes o simples glotones nocturnos. Todos ellos generan un microcosmos que orbita en torno al Jefe, único nombre por el que conocemos al regente de la cantina, también de nombre desconocido. Los personajes que pasan por el local comparten sus historias vitales, y aunque son únicos, comparten de una manera profunda sus reacciones ante cuestiones vitales como el amor, la pérdida o la esperanza, al igual que su pasión y disfrute por la comida.
Como dice el propio Abe, la comida abre los corazones de las personas, y tanto los clientes habituales como quienes tropiezan inesperadamente con el restaurante comparten sus historias creando una sensación de intimidad y familiaridad que contrarresta otros aspectos menos alegres de sus vidas. El propio Jefe proporciona comida y consuelo a sus parroquianos, y trabaja en una pequeña cocina a un paso de sus clientes para poder dar la bienvenida a los recién llegados, participar en las discusiones y ofrecer un oído amable a aquellos que solo necesitan alguien con quien hablar. En este caso el cocinero es, además, un cuidador.
La sencillez del dibujo de Abe logra transmitir una profundidad emocional inesperada que ayuda a construir estas historias que enarbolan el valor social y el impacto emocional de comer, especialmente de compartir comidas. Con un sake y una ración de katsudon se alivian las penas en compañía y afloran los recuerdos, ya que, como sabemos desde el final de la película Ratatouille, la comida es la mejor manera de viajar en el tiempo.
Dice su creador que si alguna vez entrase en la cantina, pediría aosa (lechuga de mar verde) y un plato de arroz tibio. A mí me apetecen unas patatas rellenas como las que preparaba mi abuela. ¿Y tú, qué pedirías?