Kamen Rider

El manga de Tokusatsu se estrena por todo lo alto en España

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Los que nacieron en los ochenta y noventa (o los que consumieron televisión infantil-juvenil en aquella primera etapa de las cadenas privadas) recuerdan sin lugar a dudas aquella serie de in- tro pegadiza en la que un grupo de seis jóvenes se transformaban en superhéroes, cada uno con su color de cabecera, y repartían mamporros entre efectos especiales de bajo presupuesto. Eran los Power Rangers, que se inspiraban en un género de éxito en Japón (tokusatsu, algo así como producciones llenas de efectos especiales). En el país del sol naciente, este tipo de series y cómics llevaba años conquistando a varias generaciones con superhéroes enmascarados de todo tipo, en buena parte por culpa de Ishinomori Shōtarō, que en los sesenta y setenta se convirtió en artista de éxito con sus mangas y derivados de dicho género. Uno de los de más éxito fue Kamen Rider que, por fin, ha llegado a España de la mano de Ooso Comics.

Kamen Rider nació a finales de los años sesenta del siglo pasado, cuando el productor televisivo Tōru Hirayama tenía el encargo de crear una franquicia basada en el popular género del tokusatsu, en concreto en el subgénero de los superhéroes enmascarados. Tras varios proyectos descartados, y mientras la cadena MBS estudiaba una nueva propuesta, Ishinomori se unió al proyecto (era ya un reconocido autor tras el éxito de obras como Cyborg 009) para sumar su pericia y diseños de personajes. Perfilaron los detalles finales, en especial el argumento y el diseño del héroe enmascarado, y el OK de la cadena llegó, aunque con una última petición: Ishinomori debía también dibujar el manga de la nueva serie y publicarlo.

En abril de 1971, prácticamente a la par, se estrenó en televisión la serie de imagen real de Kamen Rider y el manga de Ishinomori en la revista Weekly Bokura Magazine. Kamen Rider explica la historia de Takeshi Hongō, un piloto de motos profesional que es secuestrado por la organización Shocker. Esta está raptando a jóvenes prodigios para convertirlos en poderosos y serviles cíborgs, pero gracias a un científico arrepentido, Hongō logra escapar en medio del proceso de transformación. Ello le permite conservar su aspecto humano, pero también las habilidades sobrehumanas. Con su moto y su máscara de saltamontes, Hongō combatirá al mal y a los monstruos de la organización Shocker.

El éxito de la franquicia fue instantáneo y también duradero, pues aún hoy en día Kamen Rider sigue siendo un producto de masas y todo un icono. En 2021, por fin, Ooso Comics ha traído a España en una doble edición en castellano y catalán aquel primer manga de Kamen Rider, que justo acaba de cumplir medio siglo de vida. Pero su origen televisivo no debe llevar a engaño: el manga acabó tomando derroteros diferentes que la primera serie de televisión (le seguirían muchas más) y concentró en cuatro volúmenes (tres en la edición que llega a España) todo el poder de la historia original.

Pero la cuestión es que Kamen Rider no es únicamente imprescindible por su valor histórico, sino porque, a diferencia de otros cómics de la época que huelen a naftalina y cuya lectura precisa de cafeína, en este caso encontramos un manga lleno de acción, con páginas espectacu- lares, con plenitud de recursos narrativos y con un protagonista nada plano.

De hecho, sorprende cómo Ishinomori enfoca la historia. Para empezar, con dieciséis maravillosas primeras páginas a color, donde el autor hace toda una declaración de intenciones, logrando no solo introducir el relato, sino sorprender con composiciones de página innovadoras, combinando páginas con y sin texto y plasmando en el cómic recursos televisivos (como una rueda que gira sin cesar y que pasa a ser una gran lámpara circular). También maravilla en las escenas de acción, con sorprendentes encuadres y com- posiciones de página: el salto y aterrizaje de la moto en cada una de sus fases, doble página para mostrar lo rápido que se precipita el protagonista o un primerísimo plano del superhéroe (también a doble página, sin texto) para remarcar su hazaña, por poner solamente unos ejemplos. Y lo mejor es que la lectura —a diferencia de otras obras de la época— pasa volando, gracias a que la obra de Ishinomori no sufre las clásicas ataduras del manga (los capítulos de veinte páginas), sino que se explaya sin corsés durante decenas de páginas para narrar la parte de la historia que considera más necesaria.

Claro, también cabe recordar que estamos ante un manga cuyo argumento da para lo que da, y cuyo público objetivo era el que era, el infantil y juvenil. Que nadie se espere de Kamen Rider un Akira, pero sí un manga más que disfrutable y que además es historia pura del género.

En definitiva, la llegada de este manga a España supone no solo recuperar un superclásico e introducir el manga de tokusatsu en el país, sino también ampliar el catálogo de un autor fundamental.

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