El nombre de Christophe Blain suele vincularse a la nouvelle BD, el movimiento autoral que surgió en la escena francófona en los años 90 con el propósito de superar los estándares temáticos y formales en los que se había acomodado el cómic francobelga durante la segunda mitad del siglo XX. Aunque Blain colaboró con L’Association, colectivo germen de aquella corriente, firmando trabajos junto a algunos de sus más destacados exponentes como David B. o Lewis Trondheim, las claves creativas que caracterizaron al movimiento (la transgresión formal, el experimentalismo y cierta vocación anticomercial) explican solo una parte muy pequeña de su obra. Blain se cuenta entre aquellos autores que prefirieron reintegrarse en el circuito de las editoriales comerciales y producir trabajos que, sin dejar de ser profundamente personales, resultaban también aptos para el gran público. La saga de Isaac el Pirata no solo es una de sus obras más conocidas y prestigiosas, sino también una de las que mejor ejemplifica el camino creativo trazado por su autor.
Los cinco álbumes que hasta la fecha componen la serie, y que Norma Editorial ha reunido en un volumen integral, fueron publicados originalmente entre 2001 y 2005 por Dargaud, una de las grandes casas editoriales francesas, y sus características se ajustaban a las del formato tradicional en el mercado francobelga: el álbum de 48 páginas, de gran tamaño, con tapa dura y a color. Su título, una invocación a la aventura a través de un subgénero, el de piratas, fuertemente codificado y con gran arraigo en la cultura popular de la mano de la literatura, el cine y el propio cómic, parece concebido como reclamo para los lectores de cómics de galeones. Se diría que Blain se sitúa deliberadamente en el carril central del cómic comercial francés antes de emprender un camino que lo irá alejando tanto de las rígidas estructuras del relato aventurero tradicional como de la predecibilidad del sistema de producción editorial y su preferencia por las series cerradas de tres o cuatro tomos. Desde luego, Isaac el Pirata transcurre de una manera mucho más libre.
Su protagonista, Isaac Sofer, no es un pirata sino un pintor, y será su oficio lo que determine toda su vida. Lo que de él se espera cuando se enrola en una expedición que se dirige a América es que su pintura dé testimonio de sus descubrimientos y contribuya a dignificar la expedición. Su talento le granjea la simpatía de sus compañeros, el respeto de los oficiales y marca también su relación con las mujeres. Su cuaderno de dibujos le permite tanto evocar el pasado como crear realidades nuevas. Sin llegar a convertirse en el motivo central del relato, Blain no abandona en ningún momento el diálogo sobre la función social del arte y también sobre su dimensión personal. A lo largo de su vida, el pintor Isaac desempeñará otras actividades: marinero, explorador, aventurero, ladrón, pícaro… Durante un breve periodo navega en un barco pirata, cierto, pero en ningún momento participa en actos de piratería y difícilmente se le podría calificar como tal. Hay una distancia entre lo que el título promete y lo que el relato ofrece que indica la intención irónica del autor, que contempla los clichés de género desde un ángulo oblicuo. Se apoya en sus premisas, pero las desarrolla desde una mirada personal que prefiere la digresión y el verso libre a la rigidez de las estructuras tradicionales. Años más tarde hará lo mismo con el western en Gus.
Y así, cada vez que la narración toma un rumbo definido, el autor impone un desvío que lo lleva a otro lugar. Lo que en el primer tomo apuntaba a ser una aventura ultramarina, se transforma a la altura del segundo en un turbio relato de exploradores que se adentran más allá de los límites del mundo conocido. La luminosidad de las primeras planchas deja lugar a un negro sobrecogedor, mientras el relato adopta un tono siniestro que recuerda a La narración de Arthur Gordon Pym de Poe. Pero tampoco ese enfoque perdura. Sin complicarse, mediante sencillas cabriolas argumentales, Blain cambia los escenarios y redefine la trama sobre la marcha. En los sucesivos tomos la narración transita entre el relato libertino, la picaresca y el folletín. Isaac el pirata es un texto cambiante, una novela de novelas que muy posiblemente decepcionará al lector que busque un camino cierto, una estructura bien definida o un mensaje nítido. Blain, como sus personajes, no parece ajustarse a otra norma que sus propios deseos. Si algo deja de divertirle, lo cambia.
A nadie sorprende hoy en día que los nuevos álbumes de iconos del cómic francobelga como el Teniente Blueberry, Álix o Tif & Tondu vengan firmados por vacas sagradas de la nouvelle BD como Blutch, David B., Sfar o el propio Blain. La relación entre la bandedessinée de vocación popular y el cómic de autor se ha transformado en los últimos años y ello ha sido posible, en buena medida, porque en su momento títulos como Isaac el pirata desbordaron unas estructuras (narrativas, editoriales) que llevaban décadas limitando la libertad de los creadores en el cómic europeo y ofrecieron una alternativa viable a una forma de hacer cómic que estaba ya en vías de extinción.