Irmina

Silencios y memoria del nazismo

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Tras hallar una caja con los diarios y cartas de su abuela ya fallecida, y adentrándose en la intimidad de su propia familia, Barbara Yelin (Múnich, 1977) se preguntó cuánto pudo saber de los crímenes del nazismo alguien como su abuela, una mujer alemana de clase media de Berlín que acabó casándose con un SS destinado en el frente del Este, donde la persecución y el exterminio de judíos estaba en el orden del día del cuerpo de élite de Hitler.

La autora, que supo bucear en diversos archivos, reconstruyó en Irmina los detalles que trenzan la vida de su abuela con necesarias licencias narrativas, cambiando nombres y adaptando escenarios. Con este trabajo emprendió un viaje a la memoria familiar que le llevó al Barbados del presente, buscando al gran amor de juventud de la protagonista que da título al libro, inspirada en su abuela. Al mismo tiempo realizó un ejercicio de memoria histórica que a día que pasa es más imprescindible, pues cada vez quedan menos de sus protagonistas vivos, y que se revela necesario para contrarrestar el auge de una extrema derecha que propaga su discurso negacionista y nazi en medio mundo. Es esta una labor que, también tirando del hilo familiar, han seguido maestros del cómic como Art Spiegelman en el gran referente que es Maus (alzándose con el Pulitzer narrando la experiencia de su padre en el Holocausto) o el francés Jacques Tardi, haciendo lo propio con el suyo, que estuvo en los campos de prisioneros alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, en los tres volúmenes de Yo, René Tardi prisionero en Stalag IIB.

En las reveladoras viñetas de Irmina, que estuvo nominado a los Eisner y a los Ignatz y cuenta con un epílogo del historiador Alexander Korb que contextualiza el momento histórico, Yelin no deja dudas sobre que su abuela no ignoraba las deportaciones y, en mayor o menor medida, la maquinaria de muerte nazi. Cree que «quien quería saber, sabía» lo que ocurría. La autora no se ciñe solo a los años del Tercer Reich, amplía el foco hasta los 80 y lleva al lector a reflexionar sobre la culpa de la gran mayoría del pueblo alemán que conoció la persecución y exterminio de los judíos pero no hizo nada para evitarlo, frenarlo o paliarlo y que tras la guerra se sumió en el silencio, omitiendo cualquier recuerdo en voz alta de aquella época. «¿Cómo pudo mi abuela convertirse en una persona que no se cuestionaba las cosas, que miró a otro lado y pasó a ser uno de los incontables cómplices pasivos de su tiempo?», se pregunta en la introducción la dibujante.

La narración se remonta a la juventud de Irmina, cuando siendo esta una mujer moderna e inconformista, viajó al Londres de los años 30 reivindicando su derecho a estudiar y a no limitarse a ser esposa y madre. Allí se enamoró de uno de los primeros estudiantes negros de Oxford, originario de Barbados, episodio que da pie a recordar también el racismo imperante en la Inglaterra de la época. El relato busca luego respuestas al cambio que se operó en su abuela al volver a Alemania, donde aquella joven de ideas feministas se volvió pasiva y perdió la empatía.

Yelin ya había demostrado hace unos años ante el lector español su expresividad gráfica, junto al guionista Peer Metter, en Veneno, la historia real de una asesina en el Bremen del siglo XIX. De su estilo realista, destaca en Irmina una sutil evolución del color en una acuarela que avanza por unos tonos azul grisáceo salpicados de marrón que dominan desde el principio y se extienden por la mayor parte del relato, transmitiendo la imagen de un pasado gris, hasta que estalla el rojo de las banderas nazis, manchando unos años en los que el marrón de los uniformes del ejército crece en protagonismo. El verde aparece en la última parte, donde la historia viaja a los años 80, a la isla de Barbados y a la actualidad.

Ante la importancia de los diálogos no pierde de vista Yelin la ambientación histórica, intercalando inteligentemente, tras las sucesiones de viñetas de planos que nos acercan a los personajes, imágenes panorámicas de cotidianidad a página entera o doble página que transportan al espectador a un mundo y una sociedad ya desaparecidos.

El cómic de Yelin apela a la responsabilidad individual y colectiva, no solo ante tales crímenes del pasado, sino que incita en el presente y en el futuro a no alimentar un caldo de cultivo que pueda llevar a repetirlos. Opina la autora que uno siempre alberga la posibilidad de decidir, aunque tiene en cuenta toda la complejidad ética y moral de una sociedad en la que, constata, hubo mucho miedo. De ahí que, sin dar lecciones ni juzgar, rehúya el blanco y negro de un terrible momento de la historia de la humanidad y muestre los grises, preguntándose a sí misma, y por extensión a cada lector: ¿qué habría hecho yo en su situación?

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